La comida nocturna transcurrió en medio de comentarios alusivos a las actividades de Ivi y Anne. El primero en despedirse fue Gael, recomendando a Jordi que estuviese listo a las siete y media de la mañana. Ivana colaboró con su anfitriona en la limpieza de la cocina y una hora después todos subían a descansar.
—¿Puedo pasar un momento a tu habitación? —preguntó Jordi.
—Sí —dijo su hermana abriendo la puerta.
A solas, el chico le requirió:
—¿Qué pasó con Gael?
—¡Ah…! Es cierto que a vos no se te puede ocultar nada —razonó ella—. Asuntos privados —le contestó remedando la respuesta del jovencito cuando no quiso contarle qué hablaba con el médico.
Jordi rió y se sentó al borde de la cama. Parece haber crecido en poco tiempo. ¿Qué habrá deducido de mi escaramuza con Gael?
—No te enojes con él. Te quiere más de lo que te puedas imaginar —aseguró su hermano.
—No estoy enojada y lo quiero. Sólo que como amigo. Mañana se lo voy a aclarar.
—No te apures, Mavi. Tomate tu tiempo. ¿Me lo prometés? —le pidió al tiempo que se levantaba para abrazarla.
Ella se sorprendió de que casi llegara a su altura. Sería alto como su papá, pensó. Le dio un beso para despedirlo y le respondió:
—Si te deja más tranquilo, postergaré la explicación.
Él se fue con una sonrisa radiante. Ivana se acostó preguntándose el por qué de la demanda de Jordi.
El resto de la semana fue una experiencia tonificante para ella en compañía de Anne. Aprendió a manejarse en autobús y en el metro. Desde el bus observó toda la ciudad y tomó nota de los lugares que volvería a visitar. El jueves, segundo día sin lluvia, visitaron Regent’s Park. Poblado de una profusa vegetación, un gran lago, jardines de rosas, puentes, un canal, teatro al aire libre, zoológico, cafés y restaurantes y una colina denominada Primrose Hill desde donde se divisaba todo Londres. Familias y alumnos de la universidad cuyo campus albergaba el parque, se cruzaban con ellas. Mientras desayunaban, varias ardillas trepaban los árboles cercanos acumulando provisiones y los pájaros más audaces buscaban migas a su alrededor.
—¡Este lugar es un paraíso! —dijo Ivi aspirando el aire perfumado de verde.
Anne sonrió y la observó con atención. Algo había cambiado en el carácter de la chica desde el lunes. No sabía la conversación que había mantenido con su hijo, pero se la veía más reflexiva así como a Gael más concentrado y, a ambos, cuidando de no cruzar palabras o miradas más de lo imprescindible. Por otro lado el joven, después de traer a Jordi, salía todas las noches. Esperaba que los días de camaradería la autorizaran a incursionar por el terreno personal sin que Ivi se molestara:
—Tengo una inquietud y si no quieres contestarme lo entenderé —abordó Anne.
Ivana la miró interrogante.
—He notado un cambio en la relación que tienes con mi hijo y espero que no haya hecho nada que te disguste —dijo preocupada.
La muchacha tardó en responder. Anne le gustaba y la consideraba una mujer equilibrada y de buenos sentimientos. Pero era la madre de Gael y no sabía hasta dónde podría ser ecuánime al develarle los sentimientos de su hijo y su propia incertidumbre. Ni siquiera había reanudado la conversación en sus charlas cotidianas con Lena. La franca y cariñosa mirada de Anne la decidió a tomar el riesgo.
—Gael me ha dicho que está enamorado de mí —expuso sin rodeos.
—Sería maravilloso si tú lo compartieras, pero intuyo que no es así —consideró la mujer.