Capitulo 36

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Bree franqueó el dormitorio que había preparado para sus invitados e hizo un gesto abarcador con el brazo para exhibirlo delante de Ivana. La chica vaciló ante la puerta abierta que exponía un juego de dormitorio de madera maciza con una recia cama matrimonial en el centro. La ventana de paneles rectangulares estaba adornada con delicadas cortinas recogidas a los costados y una puerta de madera con un cristal translúcido indicaba la existencia de un baño. La habitación era amplia y los muebles de madera la dotaban de calidez. La mujer miró significativamente a Ivi y le preguntó sin preámbulos:

-¿Es la primera vez que vas a dormir con Gael?

Ivana respiró con hondura y se sentó al borde de la cama. No le molestó la interpelación de Bree, sino el sofoco que le había producido:

-Sí. Pero no es mi primera experiencia sexual -aclaró como si tuviera que dar explicaciones.

La mujer se sentó junto a ella y le tomó las manos. Ivi la miró con desánimo.

-¡Oh, querida...! No era mi intención mortificarte -dijo en tono bondadoso.

-Creerás que soy una mojigata, pero la relación con Gael me llena de incertidumbre.

-¿Lo amas? -preguntó Bree con seriedad.

-¡Sí! -respondió con ardor.

-¿Lo deseas?

-Más que a nada.

La mujer asintió. Después de una pausa, declaró:

-Entonces, niña, los dos son como piezas contiguas de un rompecabezas, porque no he visto hombre más deslumbrado que Gael. ¿Qué incertidumbre puede caber a una mujer amada?

-Las propias de la inseguridad. Hemos sido amigos y confidentes tanto tiempo que tengo miedo de quedarme paralizada cuando estemos a solas.

Bree la miró con una sonrisilla burlona.

-Pues déjalo hacer a él. No dudo que semejante varón despertará tus más bajos instintos.

-¡Bree! -rió Ivi escandalizada.

-Jovencita, soy vieja pero mis sentidos los tengo intactos. Y un hombre tan atractivo como el doctor no le es indiferente ni a una setentona como yo.

-Aunque no esté bien decirlo, me alegro de que hayas nacido antes -dijo Ivana risueña-. Porque si tuvieras digamos... treinta años menos, yo no tendría chance con Gael.

-Lo dudo, Ivi -suspiró Bree-. Se bebe los vientos por ti. -Se levantó y abrió un cajón de la cómoda. Sacó un estuche y regresó junto a la joven-. Me gustaría que aceptaras estos aros que pertenecieron a mi abuela -dijo abriendo la caja.

Ivana miró los hermosos pendientes que semejaban a tres espirales unidas al centro por un triángulo.

-¡Oh, Bree, son bellísimos! Pero no me siento con derecho a recibir una joya de tu familia.

-Después que te relate su historia, consentirás -aseguró la mujer-. Mira, entre los celtas hay una tradición que afirma que los aros que adornan a la novia el día de su boda se convertirán en su amuleto de buena suerte. Debía lucirlos cuando me casé con Colin, pero él sin saber que yo había heredado estos pendientes, me regaló los que decidí usar. Ante el desencanto de mi madre, prometí que los llevaría mi hija. Dos años después, me extirparon el útero a consecuencia de un quiste maligno. Salvé mi vida pero no pude tener hijos -dijo con melancolía-. Tenía veintitrés años, Ivi, y mi mayor pesar fue no darle descendencia a Colin.

-Cuánto lo siento, Bree... -se condolió la joven.

-Pues verás, no hay mal que por bien no venga. Mi joven compañero tuvo entereza por ambos y me sostuvo hasta que pude superar el duelo de mi imposibilidad. Son éstas las circunstancias en que los hombres demuestran la fibra de las que están hechos, Ivi. Como tu Gael, cuando nos auxilió sin conocernos.

Amigos y AmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora