Capitulo 14

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Lena atendió el teléfono cerca de las doce y le transmitió al grupo que Diego y Julio César se quedaban a pasar la noche en Roldán. Su gesto de inquietud motivó la reacción de Gael:

—Si te deja más tranquila me quedo a dormir como en los viejos tiempos, ¿querés?

—¡Sos un ángel! —exclamó Lena—. No me hubiera atrevido a pedírtelo. Ocupá el dormitorio de los chicos. —Les propuso—: ¿Vamos a acostarnos? Estoy molida.

—Vamos, mami —asintió Ivana apagando el equipo de música.

En tanto las mujeres terminaban de ordenar la cocina, Jordi y Gael subieron a la planta alta. Cuando ellas lo hicieron, ambos se habían acostado. Ivi se despidió de Lena y entró a su cuarto. Frunció el ceño y volvió a salir para golpear suavemente la puerta del dormitorio de sus hermanos mayores.

—¡Adelante! —autorizó su amigo.

Abrió la puerta y lo encontró acostado en la cama de Diego. Se había incorporado y mostraba el torso desnudo. Por un momento lo calibró como mujer y admiró la musculatura que exhibía el hombre. Él la miró sin pronunciar palabra hasta que ella reaccionó:

—Gael —dijo acercándose al lecho—, no voy a poder dormir si no me aclarás cómo llegaron tan oportunamente Jordi y vos.

Su amigo palmeó el borde de la cama invitándola a sentarse. Ella experimentó, por primera vez, un confuso nerviosismo al estar en situación tan intimista con el joven. ¡Pero si dormimos mil veces juntos cuando íbamos de campamento! ¡Y yo siempre me arrimaba a él para evitar las bromas pesadas de mis hermanos! Dominó su emoción y le dirigió una mirada interrogante.

—Estaba tratando de interpretar el encefalograma que le practicaba a Jordi, cuando sus ondas cerebrales entraron en estado de paroxismo. Se arrancó los electrodos y gritó que estabas en peligro. A pesar de su alteración me explicó con claridad adonde estabas y me pidió que fuéramos a buscarte.

—¿Adónde estaba…? —interrumpió ella—. ¿Cómo podía saberlo?

—Sé paciente —pidió el médico—. Bajamos corriendo y me fue guiando hacia el parque Urquiza. En el camino vimos un patrullero estacionado y a los policías que lo ocupaban, charlando. Me hizo detener y de pronto, así como te cuento, los agentes subieron al auto, pusieron la sirena y salieron como alma que lleva el diablo—. Calló un instante como si quisiera ordenar su pensamiento—. Cuando arranqué, los había perdido de vista. Hubiéramos llegado antes si un camión de los que transportan volquetes para obras no se hubiera puesto a maniobrar media cuadra adelante parando la circulación. Estaba por bajar para obligar al conductor que se apartara, cuando Jordi me dijo que ya había llegado la policía. Mientras esperábamos que se reanudara el tránsito recibí tu llamado.

—Estoy asustada, Gael. ¿Jordi tiene poderes sobrehumanos? —articuló con voz temblorosa.

—Digamos que tiene un patrón mental distinto al de una persona común. Presenta una actividad de onda cerebral atípica que le permite captar la energía de otros  cerebros. Aparenta una especie de sinestesia cerebral desconocida hasta ahora.

—¿Puede leer nuestro pensamiento?

—Por medio de imágenes reconocidas por él. Es un muchacho superdotado, Ivi. Una verdadera mutación de la especie.

Ella se estremeció y, como si tuviera frío, se abrazó a sí misma. Gael estiró el brazo para acariciarle la cabeza.

—Ivi, lo de Jordi no debe preocuparte. Si confiás en mí, estaré a su lado para ayudarle a comprender las características de su talento. Él aprende rápido y está consustanciado con su capacidad. Lo positivo es que no le causó ningún trauma porque siempre lo asumió espontáneamente.

—Es que no quiero que lo vean como un fenómeno… —se lamentó la hermana.

—¡No será así! –afirmó el médico—. Después que termine de evaluarlo quiero que venga conmigo a Inglaterra. Allí hay una organización que se especializa en jóvenes que tienen un cociente intelectual relevante. El director es amigo mío y completará con tests los estudios que le estoy haciendo.

—¿Llevarte a Jordi? ¡Ni loco! —reaccionó Ivana irguiéndose.

—Por eso —sonrió Gael —pensé en que podrías acompañarnos.

—Vos te vas el mes que viene y, aunque tuviera los medios, tengo que rendir tres parciales —alegó la joven.

—Pero después tenés el receso de invierno, y tal vez en lugar de dos semanas podés tomarte tres. Pensalo. Los pasajes corren por mi cuenta y la estadía será en casa de mis padres, de modo que no tendrás ningún gasto.

—¿Estás seguro de que será en beneficio de Jordi? —preguntó ella después de un momento.

—Absolutamente. Debe integrarse a un medio que le facilite el manejo de sus habilidades. Si él puede hacerlo a conciencia, su vida será tan normal como la de cualquiera.

—No sé… —dudó Ivana—. Debería coordinar tantas cosas…

—Yo sé que podrás —aseveró Gael— así que poné a trabajar esa cabecita y dejá lo demás a mi cargo.

Ella hizo ademán de levantarse y se volvió a sentar porque aún le quedaban varios interrogantes:

—Los policías hablaron de una alarma, pero yo no escuché ninguna. Además, la dueña del local declaró que la iban a instalar. —Lo miró perpleja.

—Fue una elaboración de Jordi. Lo charlamos mientras esperábamos que se despejara la calle. Se dio cuenta de que no íbamos a llegar a tiempo y proyectó la imagen sonora de la alarma hacia los agentes además de la ubicación del lugar —explicó el hombre con naturalidad.

—Y me lo decís tan tranquilo… —reprochó ella.

—Vas a tener que acostumbrarte a esto y mucho más, mi querida —declaró Gael con ternura.

—Lo vas a cuidar, ¿verdad? —su reclamo estaba henchido de inquietud.

—Como si fuera de mi sangre —garantizó, y su mirada no dejaba espacio para la duda.

Ivana se incorporó. Antes de irse formuló la última pregunta:

—El viaje a Temaikén, ¿está relacionado con la valoración de Jordi?

—Sí. Estará en contacto con animales insertos en su hábitat natural. Ambos queremos investigar el grado de acción que pueda ejercer sobre ellos.

—Bueno. Menos mal que viene mamá, porque ustedes me iban a marginar como siempre —dijo con aire de fastidio.

—¿Viene Lena? ¡Fantástico! —declaró su amigo—. Me preocupaba dejarte deambular sola por el parque mientras Jordi y yo nos dedicábamos a indagar este proceso.

—¿Y quién los necesita? —observó con altanería—. Me las hubiera arreglado muy bien sola.

Gael le prodigó una mirada que la turbó. Se volvió hacia la puerta y escuchó su voz burlona:

—¿Te vas sin darme el beso de las buenas noches?

—Ya te lo va a dar tu mamá cuando vayas a Inglaterra —le contestó sin dar la vuelta—. ¡Qué duermas bien!

Él, acodado sobre la cama, la vio desaparecer al cerrarse la puerta. Sonrió cada vez más seguro de lo que sentía por la díscola muchacha. Por lo pronto, no desaprovecharía ninguna oportunidad de frecuentarla. Y cuando estuvieran en su país natal, confiaba en conquistarla. Se durmió deseándola entre sus brazos.

Amigos y AmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora