A las seis y cuarto pegaron la vuelta. Gael, con la expectativa puesta en la salida con Ivana, se arriesgó en la ruta más de lo que la prudencia aconsejaba y, a las nueve y media, dejaba a sus pasajeros a la puerta de su casa. A las diez y media ya estaba listo para ir a buscar a su amiga. Suponiendo que su familia estaba cenando, estacionó frente al domicilio y la esperó en el auto. A las once y cinco apareció la joven envuelta en un abrigo largo. Con paso decidido se acercó al vehículo, abrió la puerta del acompañante y se instaló al lado del conductor.
—Hola, Gael —saludó rozando la mejilla del hombre con sus labios.
—Hola —respondió él inclinándose y devolviendo el beso.
Ivi se reclinó contra el asiento y esperó a que él arrancara sin preguntarle adonde irían. Se sentía relajada en compañía de su amigo y estaba segura de que ya tenía el lugar elegido. Por contener su ansiedad, no habló durante el trayecto. Gael entró en una playa de estacionamiento céntrica y le aclaró que debían caminar media cuadra.
—Te voy a llevar a conocer el restaurante de un amigo. Se llama The factory.
—¿Preparan comidas típicas de Inglaterra?
—Como especialidad. Pero tienen platos internacionales.
—¡Yo quiero probar el shepherd's pie y de postre, trifle! –reclamó Ivi con gesto de niña caprichosa, lo que desató la risa de Gael.
—¿Tal vez quieras entrar a la cocina y seleccionar tus platos ahí? –dijo sin dejar de reír y acomodándole la mano sobre su antebrazo.
—¡No! Porque entraría en un estado de indecisión que me impediría elegir. Me quedo con lo que pensé.
Un maître les abrió la puerta y los saludó con deferencia:
—¡Bienvenidos! ¿Me permiten sus abrigos? –preguntó.
Gael se despojó del suyo y ayudó a Ivana a quitarse el tapado. Le estiró la prenda al camarero sin mirarlo porque sus ojos estaban detenidos en la figura de la muchacha que lucía un corto y ajustado vestido negro. Sus piernas, cubiertas por medias semitransparentes del mismo color, concluían en unos altísimos zapatos con plataforma. El pelo recogido destacaba sus armoniosas facciones y toda ella era un compendio de gracia.
—¿Vamos? –le dijo a su encandilado acompañante girando hacia el maître que los esperaba para guiarlos.
El recatado escote delantero no anunciaba la espalda desnuda hasta la cintura sólo cruzada por dos breteles. Gael caminó tras ella admirando la dorada textura de su piel y tratando de recuperar el dominio ante esa mujer que se le había revelado recientemente. Antes de que el empleado los acomodara en una mesa, un hombre maduro se les acercó:
—¡Gael! Es un gusto verte, amigo –dijo en inglés y tendiéndole la mano.
—Hola, Alec –le contestó en el mismo idioma a sabiendas de que la joven lo entendía perfectamente—. Ivi, te presento a Alec Wilson, dueño de este restaurante. Ivana es una amiga —completó la introducción.
Wilson la contempló con mirada apreciativa y le tendió la mano sonriendo abiertamente.
—Es un placer, Ivi —declaró—. Tu presencia engalana mi salón.
Ella rió ante el cumplido y estrechó su mano.
—Gracias. Me sorprende que sirvan comidas a esta hora —observó.
—Nos hemos adaptado al horario de vuestro país —expresó Wilson— aunque todavía no mi estómago —sonrió. A continuación—: Jorge los acompañará hasta su mesa y les tomará el pedido. Espero que disfruten los platos.