Wyndamer el Zorro

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Todos los prisioneros caminaban encadenados bajo la intensa nevada de aquella noche invernal. Sus huellas se perdían a los pocos segundos, como si nunca hubiesen pasado por allí. No había distinción entre ellos: archendlandeses, solandianos, calormenos y narnianos. Todos eran esclavos.

Hacía más de un año que Jadis, la Reina Blanca,había conquistado Sol Eclipsado y dias más tarde Cair Paravel, reuniendo así tres de las Perlas del Destino. Había sometido a todos los países a un invierno eterno como hizo hacía siglos.

Ahora, un Frío y una Vástaga, transportaban a los prisioneros a donde les pudiese ser de utilidad bajo la plateada luz de la luna.

De repente, escucharon unas voces:

—¡Disculpen!—grito una voz masculina acaballo—¡Disculpen!

Se trataba de un hombre joven, humano y joven. Era rubio apagado con una coleta larga, sus ojos eran grises, llevaba un pendiente plateado en la oreja y ropa bastante andrajosa,aunque se veía que era por su uso. Se trataba de una camisa con mangas abullonadas y un abrigo marrón de piel curtida. El Frío alzó su espada. 

—¡Diga su nombre! ¡Quien usted! ¡Ahora mismo o le prometo que le ensartaré con mi espada!—gritó el Frío.

El humano acercó su caballo.

—Cálmense señores, cálmense. Vengo en son de paz—dijo con las manos levantadas y con el tono de voz de estar cansado—.Solo soy un desdichado caballero como ustedes.

El Frío y la Vástaga se miraron.

—Que quiere—dijo la Vástaga.

El humano se bajo del caballo con una sonrisa.

—Venía buscando a dos buenos funcionarios del gobierno de la Reina Jadis—saco una libreta y se puso a leer—.El Frío Sewen y la Vástaga Vindelia, ¿son ustedes?

—Quien lo pregunta—preguntó la Vástaga,malhumorada por haberla confundido antes con un hombre.

—Oh, permítase que me presente—dijo haciendo una reverencia—. Mi nombre es Wyndamer el Zorro y esta es mi yegua Estella.

La yegua hizo una reverencia. El Frío y la vástaga se miraron confundidos.

—¿Es usted humano? ¿Tiene la identificación que le permite ser libre?—preguntó el Frío.

Wyndamer sonrió y se acercó.

—Por supuesto que la tengo, por eso no se preocupen—dijo mientras se acercaba a los prisioneros—.He venido porque estoy realmente interesado en uno de sus humanos—dijo examinándolos con atención, todos lucían desanimados—¿Aquí hay alguien que haya estado en las salvajes tierras del Oeste?

Hubo un silencio durante unos segundos, hasta que uno de ellos alzó la voz.

—Yo he trabajado allí.

Wyndamer se acercó lentamente y le alzó la cara:tendría una veintena de años, su pelo era negro  y sus ojos marrones claros. Estaba muerto de frio.

—Háblame sobre tu residencia allí—dijo Wyndamer prestando toda su atención.

El chico suspiró.

—Volví de allí hace un año y cuando llegué a Sol Eclipsado ya pertenecía a Jadis. Allí me capturaron y desde entonces he sido un esclavo en sus minas, aunque soy bueno con la espada—dijo mirando a Wyndamer con odio.

El rubio sonrió.

—¿Tu nombre es Edmund?—preguntó con confianza.

—Si—respondió el prisionero.

Las Crónicas de Narnia: el Veneno MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora