Oshana

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Tras unas horas, llegaron a Medioverano. Como todos los pueblos y ciudades en aquellos días, estaba atestado de guardias Fríos y Vástagos, que controlaban a la población para que se portaran bien y no intentasen hacer nada en contra de su nueva reina.

Aquella noche había una celebración, aunque Edmund dudaba de que se pudiese celebrar. Estaba preocupado por Lucy. Llegaron a Sol Eclipsado la misma noche que Jadis junto al antiguo Capitán de la fortaleza, lo congelaran todo. Salieron corriendo, pero a él le atraparon. Ahora un año después, la buscaba. Era gracioso, o siniestro, que ahora corriese la misma suerte que Kalhed cuando le conoció: solo, y en busca de su hermana menor.

Se preguntó si a estas alturas, estaría casado ya con la princesa Cyka de Altor. Pero no pensó mucho en ello, pues unos Vástagos se acercaron con cara de malas intenciones.

—¿Quiénes sois?—preguntó uno de ellos.

Wyn se echó atrás la capa.

—¡Saludos amigos!—sonrió—Mi nombre es Wyndamer el Zorro y este es Edmund, mi aprendiz—dijo presentándolo.

Los guardias le miraron con cara de pocos amigos.

—Enseñadnos vuestros permisos—dijo uno de ellos.

Rápidamente, Wyn echó mano a su bolsillo y empezó a rebuscar entre los papeles hasta después de unos minutos interminables, encontró el ansiado permiso y se lo entregó al Vástago.

—Aquí solo hay permiso para uno—contestó sibilinamente mientras le devolvía el papel al mago

—Si, por supuesto, para uno más acompañante, ¿lo ve? ¿Lo ve usted bien? Edmund es mi aprendiz de mago. Aun es un humano cualquiera, pero dentro de poco tendrá su propio permiso. No se preocupe estimado...

—Gurgadk—respondió el Vástago.

—¡Gurgadk! No se preocupe, todos nuestros movimientos están bajo la legalidad de la regencia de nuestra Reina Jadis.

Los Vástagos se miraron entre si y tras unas breves disputas les dejaron pasar a Medioverano. Edmund no entendía porque siendo un mago, Wyn no utilizaba ningún arte mágica para ayudarles en su búsqueda de Oshana la Asesina de las Cuevas. Al verles montados a caballo, los solandianos de Medioverano les miraban con desconfianza y con asco, tal vez pensaran que eran colaboracionistas de Jadis. Wyn no era un colaboracionista, más bien daba la impresión de ir a su aire.

Se alojaron en una posada y por la noche salieron a patrullar las calles. Según Wyn, Oshana hacía tiempo que no actuaba y por ser un día festivo en Medioverano, pudiera ser que se cobrara una víctima.

—¿Es verdad que soy tu aprendiz?—le preguntó Edmund mientras doblaban una esquina.

Wyn suspiró.

—No quiero enseñarte, la magia es muy peligrosa. Pero si quieres encontrar a tu hermana, es más fácil de esa manera.

Tal y como Edmund lo había sospechado, no les dejaron a los solandianos celebrar sus fiestas, aun así había mucha actividad. Horas después, mientras que la luna había alcanzado su punto culmine vieron a una mujer joven: no era solandiana, e iba con una capucha. Estaba muy lejana y decidieron acercarse a ella.

La mujer encapuchada se acercó a un grupo de hombres y tras un poco de charla, se fue con uno de ellos a un lugar apartado. Podía ser una prostituta, aunque también la asesina. Edmund jamás había visto a una prostituto en Narnia, así que se inclinaba más por la segunda opción.

Decidieron seguirla. Con cuidado, los dos jóvenes se arrastraron hasta detrás de una casa. Entonces lo vieron: la joven estaba en una esquina con el hombre, que estaba o follando con ella o a punto. De repente la mujer lo apartó y lo cogió por el cuello mientras sus ojos brillaban. No metafóricamente,sino que brillaban con intensidad, como si se alimentase de la vida de aquel hombre. Pero no fue eso lo que más trastornó a Edmund. Aquella joven, era Lucy.    

***

Pero estaba muy cambiada, aparte de que parecía no haberse duchado en su vida, su pelo era rubio y largo, muy largo.

—La tenemos Edmund—dijo Wyn emocionado—.Tu sorpréndela, mientras yo alzaré un trozo de madera y...

De repente, Lucy alzó la mirada y los vio a los dos escondidos entre las ramas. Rápidamente dejó al hombre caer al suelo y salió despavorida al bosque. Wyn salió rápidamente de su escondite y empezó a perseguirla a través de los arboles; sin tiempo que perder, Edmund corrió detrás de su amigo.

—¡Wyn espera! ¡No lo hagas!

Pero el mago no le hacía caso y lanzaba llamas a todas partes como loco intentando pararla o calcinarla, pero Lucy era rápida, demasiado rápida. Ningun humano era tan rápido. Tras unos minutos de persecución por el bosque, Wyn le perdió el rastro.

—¡Maldición!—gritó.

Edmund llegó a su lado con un pulmón en la garganta.

—Escúchame Wyn... ella...—no podía respirar bien—ella...

—¡Ella es la asesina de las Cuevas! ¡Estará allí! ¡Gracias compañero!—gritó contento mientras le daba una palmadita en la espalda.

Wyn corrió hacia las cuevas que había cerca y sonrió. Edmund podía ver en su sonrisa la satisfacción de tener en sus manos a una asesina. Hizo una bola de fuego y creó una antorcha con un trozo de madera. El mago corrió rápidamente y llego a la cueva. Todo dentro estaba oscuro como la boca de un lobo y la antorcha no ayudaba mucho. Se internó unos pasos cuando de repente, un soplido apagó la antorcha y casi un segundo despues, Lucy saltó a su espalda y se agarró a su cuello intentando estrangularle.

Wyn intentó embrujarla u otra cosa, pero Lucy no se estaba quieta. Entonces se tiró al suelo se espaldas haciendo que Lucy se diese en la cabeza. Wyn logró soltarse aprovechando que su oponente estaba medio tonta y sacó su espada. Alzó el arma afilada, miró a Lucy a los ojos y...

—¡Wyn, espera! ¡Es mi hermana, Wyn!

El mago y Lucy miraron sorprendidos a Edmund.

—¿Que estás diciendo, Edmund?—preguntó el mago bajando su espada.

Lucy miró extrañada a su hermano, como si le constase reconocerle.

—Hey Lu, ¿sabes quién soy? Soy tu hermano, Edmund. Me recuerdas, ¿verdad? ¿Te acuerdas de Peter y Susan? ¿El Señor Tumnus? Cair Paravel... ¿Aslan?

Al oír aquel nombre, la joven pestañeó.

—¿As... lan?—dijo con una voz un poco tosca y gutural.

Justo cuando dijo eso, Edmund se dio cuenta de que en su cuello, llevaba colgada la Perla de la Vida, la que anteriormente la había vuelto loca de sed de sangre. Wyn cogió a Edmund del brazo y le obligó a acercarse a él.

—¿Puedes explicarme que está pasando? ¿Ella es tu hermana?—preguntó con apremio, un poco enfadado.

Edmund suspiró sin dejar de vigilar a Lucy por el rabillo del ojo, esperando que ella atacase. Sin embargo no se movía, en un rincón de la cueva sumida en sus pensamientos.

—Ella es Lucy, mi hermana. Ella... bueno, ella no quería matar a toda esa gente, pero... ¿ves esa perla que lleva en el cuello? Esa perla la obliga a matar a gente. Ha estado viviendo sola salvajemente durante un año.

—Ninguna perla puede obligarte a matar a nadie, Edmund—dijo Wyn, con la voz cansada, como si le diese pena saber que tenía que matarla para cobrar la recompensa.

—¡No, no! Esa perla es mágica, no se explicarlo. Ella esta enganchada. Por favor Wyn créeme—le suplicó Edmund.

El mago observó a Lucy sin cambiar de expresión y le extendió la mano. Lucy (o lo que se podía ver, porque estaba llena de mugre) pestañeó un par de veces y se la dio, apoyándose para ponerse de pie. Parecía muy perturbada, miraba a todas partes como si esperase que la atacaran, como si fuera una animal asustado. Edmund cogió la perla y tiró del colgante rompiéndolo. En cuanto hizo eso, Lucy cayó al suelo desmayada.




Las Crónicas de Narnia: el Veneno MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora