El acertijo

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Los cuatro encapuchados se tiraron al foso que rodeaba el castillo de hielo. Era muy similar al anterior, solo que el doble de grande. Le hizo recordar a Edmund cuando entró por primera vez, lo imponente que se veía al lado de él siendo un niño.

Bucearon para no ser vistos y entraron por un pasadizo secreto. Cuando emergieron, estaban llenos de algas y congelados de frio.

—¡He estado a punto de ahogarme!—dijo Edmund.

—No exagere, su alteza—respondió Curzon.

—¿Alguien tiene una toalla?—preguntó Edmund.

—¿Toallas? ¡Necesitamos armas y silencio!—gritó Ceres.

—Y Vino Calormeno, ya puestos a pedir...—susurro Peter.

—¡Shhhhh!—chistó la solandiana.

—¡Puertas!—grito Peter—Vamos.

Los cuatro corrieron agazapados. Eran dos puertas grandes y hechas de un material blanco y resistente. Ceres intento tirarlas abajo y no pudo. De repente, empezaron a oír un susurro. Sacaron sus armas y se dieron la vuelta para ver... una especie de hada. O algo. Era luminoso.

—Una de las puertas lleva al palacio y la otra lleva hasta una muerte segura—dijo la voz, que no parecía tener género.

Los cuatro se miraron y se acercaron a la luz.

—He leído sobre este acertijo en muchos libros, ¡pero no me acuerdo del resultado!—se lamentó Edmund.

—Piensa en algo, vamos—le apremió Curzon.

—Solo podéis hacer una pregunta—prosiguió la lucecita.

Peter y Edmund se miraron. Eso era decisivo.

—De acuerdo—dijo Peter.

—Vale, pero yo siempre miento—dijo la lucecita, un poco más animada.

De repente Curzon tuvo una idea.

—¡Lo tengo! Tal vez si le preguntamos cual puerta es la segura...

—Si hombre, nos miente, y nos dice que es la otra pfff—dijo Peter, cansado de pensar.

—Cierto—opinó Edmund—O puede que sea al revés, porque si dice que miente y está diciendo la verdad, entonces no podría decir la verdad porque en ese caso estaría mintiendo—dijo Edmund de carrerilla, mientras la lucecita se reia.

—Se acabó el tiempo encanto—dijo la lucecita.

De repente, Ceres se hizo paso a través de los cuatro hombres.

—¡Vamos a ver! ¡Yo tengo una pregunta para ti, luz endemoniada!—gritó sacando su espada—¡Qué sentido tiene tener una puta puerta que esconde una muerte horrible! ¿¡Eh!?—entonces alargó la mano y cogió la lucecita y se la acercó a la cara.

—¡Quítame las manos de encima!—se quejó la lucecita.

—¡¿Qué sentido tiene?!—se encaminó hacia las puertas—¿¡Cual es el propósito de tu existencia!? ¿¡Molestar a la gente!?

—¡No me toques ahí!—protestó la lucecita. Entonces la solandiana abrió una de las dos puertas—¡Solo mi novia me toca ahí!

Sin pensarlo, Ceres lanzó la lucecita al hueco de la puerta y la cerró de un portazo. Unos segundos después, de la rendija de abajo empezaron a salir llamaradas y tan pronto como había empezado, terminó.

Las Crónicas de Narnia: el Veneno MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora