El pasado de Wyn

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Tras unas horas andando, la barriga de la reina más joven empezó a gruñir. 

—Susan, tengo hambre—se quejó.

De repente, de las manos de Wyn brotó un panecillo humeante.

—Un trozo de pan para la gacela hambrienta.

Lucy sonrió maravillada y se lanzó corriendo a por el panecillo.

—¿Cuantos puedes hacer de esos?—preguntó Susan mientras se recogía el pelo.

—Verdaderamente no toda la cantidad que gustosamente me estaría encantado de proporcionar, pero si conseguimos racionalizarlos debidamente, llegaremos con fuerzas a la mansión de vuestro tío Digory.

Susan frunció el ceño. Wyn hablaba de un modo muy extraño, demasiado pomposo. Siguieron andando junto a las vías del tren, esperando no ver a ningún Frío. Extrañamente ninguno apareció por el camino.

—Los Fríos se mueven como una mente colmena bajo las órdenes de Jadis, a ella no le interesará mucho el campo—dijo el mago.

—Creo que es porque están fortificando la seguridad en Londres, ya sabéis, la fiesta —dijo Lucy mientras se sacaba restos de pan de entre los dientes—.Todos los de la nobleza de Europa asistirán.

Siguieron andando un poco más. La gente con las que se encontraban les miraba raro y no era de extrañar, vestían de una manera medieval.

—Sabes mucho de Fríos, Wyn—comentó Susan.

—Y de armas—dijo Lucy mirando a su protector.

El mago se estaba empezando a poner visiblemente incómodo.

—Si... tengo experiencia... en la vida—dijo entrecortadamente.

—¿Qué hacías antes de ser caza recompensas?

Susan sabía tan poco de Wyn, ya que llevaba con él poco más de medio día.

—No hacía nada. Cuando era más joven que tú, me escapé de casa y estuve hasta que Jadis conquistó Narnia trabajando en teatros ambulantes o haciendo trucos de magia.

Aquello llamó la atención de Lucy.

—¿Por qué te escapaste de casa?—preguntó.

Susan le pegó un pellizco en el brazo.

—No seas indiscreta Lucy—le regañó.

El mago sonrió.

—Mis padres querían llevar mi vida por un camino y yo por otro—dijo con la voz hueca—.No nos hemos vuelto a ver.

La mayor de los Pevensie le puso una mano en el hombro.

—Lo siento.

Lucy pasó el resto del dia intentando recordar si había matado a alguien antes de estar bajo la influencia de la perla, pero sus recuerdos estaban un poco difuminados. Al menos ya no estaba loca, solo amnesica.

***

Ceres veía los rayos de sol a través de su celda. Su último amanecer. Aunque realmente esperaba que Hier hiciese algo por ella, pero a cada segundo que pasaba, más crudo parecía. La celda de al lado permanecía en oscuridad.

—Se te ve muy afligida, solandiana—dijo el hombre de al lado.

Ella sonrió.

—Es nuestro último amanecer, amigo—dijo serena—.Al menos dime quien eres, algún nombre.

—¡Me sonríes y llamas amigo!—gritó—Me alegra tener una amiga el ultimo día de mi vida.

Entonces una mano salió de entre los barrotes de al lado. Se trataba de una mano con un guante andrajoso con rajas y suciedad. La mano de debajo no podía adivinarse si era morena o solo estaba llena de suciedad.

—Dame la mano, amiga. Serás la última mano que estrecharé—dijo lastimoso. Ceres sonrió enternecida y se la dio. Sintió una profunda calma y por primera vez en años, en paz con el universo—.Se te ve feliz, que extraño ya que vamos a morir.

Ceres se rio.

—Si bueno, estaba pensando en mi vida. En toda ella—contestó.

—¿Y qué es lo que ves?—preguntó el hombre.

—Venganza—respondió.

El hombre de al lado se rio, pero Ceres no veía nada gracioso al asunto.

—¿Qué ocurre?

—¿Recuerdas el sonido de metal cuando tu novio vino a verte?—dijo señalando fuera de la jaula—Dejó caer a propósito las llaves. Si llegas, los dos nos salvaremos.

La solandia soltó la mano del hombre y corrió hacia la linde de la celda. Y allí estaban: las llaves. Alargó la mano y ¡las cogió!

Como alma que lleva el diablo abrió la puerta de su jaula y se estiró, ¡que gusto estar libre! Pero sin tiempo que perder abrió la puerta de la celda del hombre.

—¡Rápido! Hay que darse prisa—dijo mirando a todas partes—¡Rápido!

—¡Llevo aquí seis años metido! Espérate...—dijo mientras se oía levantarse.

—¿Le ayudo?—preguntó mientras metía la mano dentro de la jaula.

—No soy un viejo, Ceres—dijo mientras se la estrechaba para ayudarse a levantarse.

La solandiana notó un escalofrío. Tal vez por la huida inesperada o por el tono de voz que el hombre había utilizado. La solandiana se separó de la jaula y el preso se dejó ver.

—Cuanto tiempo, Regente Tal—dijo con voz profunda.

Estaba más delgado, su cabello tenía algunas canas y su ropa era andrajosa, pero sin duda era él. El mismo calormeno de siempre. El mismo villano de siempre.

—¿Ghemor?—preguntó ella, totalmente asombrada—¿Que...? ¿Qué haces...?

Él se sacudió.

—Estaba en el palacio de Jadis hace seis años, nenita, en una de las celdas—dijo mientras se estiraba—¡Puff! Que bien sienta la libertad, ¿eh?

La solandiana le pegó un puñetazo que hizo al calormeno sangrar su larga nariz aguileña.

—¡Ay! ¿A qué viene eso?—preguntó molesto.

—¡Eres un psicópata! ¿Porque juegas así conmigo siempre?—gritó.

Ghemor bufó.

—Es hora de que lo asumas Ceres. Koral era tu hermana y yo he sido siempre y seré parte de tu historia, por mucho que te duela—dijo dolido.

—Francamente no sé si tengo tan siquiera fuerzas para discutir sobre ello...¡pero es que intentas matarme! ¡después te insinuas! ¡luego me traicionas y...!

—¡Para el carro! ¿que yo me he insinuado?—preguntó como si no se lo creyese—Alguien por aquí se lo tiene muy creído.

—Te odio.

—¿Nos escapamos ya o esperamos al verdugo?—preguntó impaciente.

Ceres no respondio, sino y se encamino hacia el balcon. Entonces un gancho aparecio y abajo se veia a alguien escalando para ver la caída que había, pero cuando se acercó, un gancho apareció de la nada y se agarró. La solandiana se acercó y vio que a unos metros, había una joven morena.

—¿Quién eres?—preguntó la pelirroja.

La morena miró hacia arriba, escalando la cuerda.

—No nos han presentado como es debido pero ¡hola! ¡Soy Aleeya y este es tu comité de rescate!


¡Hola! Posiblemente suba un capitulo en poco rato porque me apetece, ¡espero que ste os haya gustado! Recordad que yo nunca dejo las cosas porque si y todo tiene su proposito... y en cuanto a Ghemor, la mala hierba nunca muere XD

Las Crónicas de Narnia: el Veneno MortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora