1| Luke

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Nací enfadado con la vida, lo sé

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Nací enfadado con la vida, lo sé.

Nací detestando a la gente que camina despacio cuando yo estoy apurado, los anuncios publicitario que duran más que toda la película o los profesores que deciden poner examen un lunes a primera mañana. 

Detesto las clases, los días de frío, los políticos y las personas que siempre llegan tarde.

El tráfico, el wifi lento y que mi hermana decida terminarse la última caja de cereales. 

Pero hay algo que no detesto; básicamente porque «detestar» no es palabra suficiente para describir el sentimiento de repulsión que me genera. Tiene ocho letras y la capacidad de arruinar todo para quien le ha vivido en carne y hueso o de cerca.

Se llama leucemia. 

Y odio que se haya metido en el cuerpo de mi mejor amigo y que yo no pueda hacer nada para ayudarlo.

Porque entre Sam y yo, él es el que merece sufrir menos. El que se queja menos, al que detestan menos, al que todo el mundo, estudiantes o profesores, adoraban en el instituto. El que es querido por ser simpático y transparente. El que iba a fiestas, formaba parte de clubes y lideraba el equipo de basquetbol. Mientras que yo, por otro lado, soy el ermitaño de ropa negra al que nadie quiere acercarse. Salvo Sam, porque algo bueno—quien sabe qué— vio en mi a los siete años, que hizo no querer alejarse espantado. 

Sam estuvo conmigo cuando me quebré la clavícula y estuve todo el verano en cama sin poder salir a ningún lado.

Estuvo conmigo cuando mi hermana me contagió de piojos y ningún otro niño quería acercarse.

Estuvo conmigo cuando mamá me obligó a jugar con la hija de la nueva vecina y ella nos obligaba a vestirnos de príncipes todas las tardes.

Estuvo conmigo siempre...y puede que a futuro ya no esté.

La puerta eléctrica se abre cuando piso la alfombrilla de alambre y veo a unas cuentas enfermeras caminando de un lado a otro, llevando a pacientes o atendiendo al personal. Voy hasta la recepcionista y ella me saluda, me reconoce rápidamente porque he venido todos los días desde los últimos once meses. 

Sigo mi camino y doblo en un pasillo que me lleva al ascensor, presiono el botón de la planta cinco y las puertas se cierran, el elevador se detiene en el piso correspondiente y voy hacia la habitación 302. 

—Ya era hora, pensé que hoy no venías —es lo primero que le oigo decir al entrar. 

—Tampoco es que tenga mejores planes más que ver tu cara —contesto y me dejo caer en la silla junto a su cama.

Desde ahí acostado, Sam me mira mientras uno de los únicos cinco canales que funcionan trasmiten un partido de basquetbol viejo. 

—Tus vacaciones apestan. 

Dos veces hasta prontoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora