4| Zoey

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Cuando tenía 13 años mis padres se separaron. Me fui a vivir con mi madre a Minnesota porque ella se quedó con la custodia y desde entonces, no volví a ver a mi padre. Hasta ahora. 

Tengo que admitir que para mí yo de esa época, su decisión de separarse no me tomó por sorpresa; siempre consideré el matrimonio de mis padres como un contrato sostenido por las pinzas. 

Son temperamentos opuestos con solo verlos: mamá es seria y correcta, papá descuidado y divertido. A mi madre le gusta salir de compras y leer revistas, con mi padre salía de campamento todos los veranos y me enseñaba a cocinar sin hornilla. Mamá se convirtió en una exitosa contadora y a mi padre siempre se le dieron mal las matemáticas, por eso decidió convertirse en profesor de literatura.

Mi madre volvió a casarse años después del divorcio y ahora mi padre es un alma libre que no quiere ataduras; dice que el amor es complicado y que la vida debe ahorrarse las complicaciones, porque si no, no se disfruta. 

Y supongo que yo, con el paso de los años, me convertí en una mezcla de los dos; adoro de igual manera la literatura como mi padre y sueño algún día en convertirme igual de exitosa que mi madre. Pero al igual que ella, soy una persona prudente que odia tomar desafíos a la ligera, odia los grandes cambios porque no sabe si va a poder volver a adaptarse y el hecho de ahora tener que convivir con mi padre, es uno de esos cambios que preferiría no haber tomado. 

—Te voy a preparar el mejor platillo de algas que hayas probado —me advierte cuando llego de ver a Sam y lo encuentro en la cocina. 

Algas. Olvidé mencionar que papá es vegetariano, mientras mi madre como carne al menos cuatro veces por semana. 

—No tengo mucha hambre —me disculpo— pero puedes dejármelo para mañana. Sam me ofreció papas y frituras que tenía escondidas de los enfermeros bajo la cama. 

—¿Estás segura? Es que te veo muy delgada —reprocha por encima de la isla-comedor.

Una mirada de desilusión surca su cara, apenas puedo verla pues la esconde rápidamente. Sé que hace un buen esfuerzo para que me sienta cómoda. 

La culpa me invade un poco, me gustaría comportarme como una hija mejor, pero desde que ellos se separaron, apenas hablé con mi padre por teléfono durante estos últimos años. La relación está visiblemente desgastada, llegaría a decir que la relación padre-hija está rota. Pero sé que aun así, una pequeña parte suya insiste en salvarla todavía, insiste con la esperanza de mejorar algo, de provocar el cambio para recatar los viejos recuerdos. Aunque es innegable que esos cambios deben darse en conjunto.

 Y yo soy de esas que siempre vio el vaso más vacío que lleno, así que eso de tener esperanza nunca fue mi fuerte. 

—Te prometo que si me da hambre a la noche probaré las algas. 

Y parece que eso es suficiente para mejorarle un poco el ánimo. Supongo que sumo unas gotitas más a mi vaso. 

Me despido de él diciéndole que estoy cansada y subo las escaleras hasta llegar a mi cuarto. 

Este sigue igual a como estaba la última vez que lo visité, las paredes permanecen pintadas con el mismo tono amarillo aniñado, y las repisas siguen llenas de muñecas y peluches que me obsequiaron en distintos cumpleaños. Además, los libros de Harry Potter y Percy Jackson que dejé, se conservan empolvados en la misma estantería y la cama continúa rechinando bajo mi peso cuando me siento en ella otra vez. 

Todo permanece intacto y me doy cuenta de que mi padre no ha pisado la habitación desde que me fui. No sé si eso me entristece o me hace sentir mejor, nunca fui una persona a la que le gustara que invadieran su espacio, pero quizá ver mis libros sin polvo o mis peluches posicionados en distintos sitio me hubiera removido un poco el corazón. 

Me quito la ropa que llevo puesta y me quedo en bragas delante de la maleta mientras busco mi pijama. Sé que debo terminar de desarmarla, pero todavía no me creo que esté acá. No sé cuánto tiempo vaya a quedarme, todo depende de si me adapto al primer semestre en la universidad y de la salud de Sam.  Aunque para la primera todavía falten dos meses. 

Para lo segundo no lo sé. Verlo en una cama después de tanto tiempo fue frustrante y una terapia de shock, me hubiera gustado haber mantenido más contacto con él para apoyarlo. Él se lo merecía, pero soy una cobarde. Una que prefirió seguir huyendo antes de reparar su error y pedir perdón. 

No puedo enfadarme con Luke porque él me lo eche en cara. 

Tampoco puedo culparlo. Nuestros temperamentos han de ser más opuestos que el de mis padres. Yo soy una persona que no reacciona a las cosas por miedo a hacer más daño de lo que ya se hace.  Por eso, el día que mi madre me dijo que me iría con ella a otro estado, decidí irme sin despedirme porque no quería enfrentarme a la tristeza y la decepción de mis amigos. No quería demostrarles que había roto mi promesa, que Zoey Williams no era invencible, que bastaba solo con que su madre alzara la voz para que ella fuera detrás de ella buscando un poco de su cariño. 

Ahora entiendo que quizá me equivoqué. Pero la disculpa llega seis años tarde y ya no sé si él la quiera aceptar. No puedo decir lo mismo de Sam porque sé que él nunca se enfadó conmigo, supongo que nuestro temperamento es más similar y eso hizo que comprenderá fácilmente mi decisión de irme sin decirles nada. 

Supongo que mi error fue sentir miedo de confrontarlos luego de lo que pasó, me pesaba la conciencia de solo pensar en lo enfadado que estarían, en lo traicionados que pudieron haberse llegado a sentir. No quería oír la sarta de cosas crueles que al menos uno de ellos podría dispararme. Ni tampoco quería ver la decepción de Sam incrustada en sus ojos. Sé que a él le dolió mucho más porque en su momento, éramos más unidos.

Sé que son las víctimas las que normalmente salen herida, pero en ese caso, ser la persona que lastima también hiere. 

Termino de ponerme la pijama y dejo mi ropa en la valija, apago las luces y me acuesto. No tengo sueño y esa es la razón por la que agarro mi teléfono y veo que tengo dos mensajes, el primero de mi madre que prefiero borrar y no leer. Y el segundo de Sam, que ya me tiene agendada otra vez en su teléfono. 

Abro la casilla y leo: 

¿Puedes venir de nuevo mañana al hospital? Hay algo importante que quiero comentarte. Duerme bien y no olvides que te quiero, gracias por volver. 


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Dos veces hasta prontoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora