Un chirrido.
El ruido estrepitoso del motor.
Y finalmente la autocaravana se pone en marcha.
Solo espero, con bastante preocupación, que esa chatarra no nos deje tirados en medio de la nada misma a las doce de la noche.
—¿Que es esa cara? ¡Nos vamos de viaje!
Sam ocupa el asiento del copiloto apenas paso a recogerlo y se sube. Lleva dos bolsos grandes que deja sobre un sillón viejo en la parte de atrás.
Por dentro, la autocaravana resultó estar bastante bien equipada. Con un frigobar pequeño que simula ser una cocina, un baño de 3x3 y un sofá cama que ocupa todo el sector de las ventanas, será suficiente para viajar y no odiar el trayecto. Durante la semana, Sam y yo terminamos de colocar los últimos detalles, una mesa desarmable, y una madera vieja de escritorio que servirá de mesada a un costado del frigobar.
—¿No ves mi cara? Estoy que estallo de felicidad.
Miro en mi celular la dirección que Sophie acaba de mandar. Es la segunda parada y luego...directo a carretera, bueno no. Lamentablemente, todavía queda pasar por un tercero.
Tenemos un reloj de techo colgado sobre el sofá que marca las 10:10 cuando paramos frente a una casa de ladrillos y jardín cuidado. Sophie sale de su casa cargando con...¿tres maletas? Mierda. Vuelvo a mirar hacia el poco espacio libre de atrás, todas las comodidades se acabaran si tenemos que ocupar más de la mitad del espacio con tantos bolsos.
—No podemos viajar con tanto peso —me opongo apenas se asoma a la puerta.
—¿La autocaravana no tiene cajuela? —cuestiona.
—La autocaravana pertenecía a una pareja de hippies que literalmente vivían de la caza y la pesca. Yo no abriré esa cajuela.
—Yo asumiré el peligro entonces —Sam se ofrece.
Sophie lo acompaña ante la posibilidad de encontrar un mapache rabioso allí dentro y yo vuelvo a subir para volver a calentar el motor.
10:25.
Se supone que evitaríamos salir a media mañana.
—¡No tenemos todo el día! —les advierto.
Miro por el espejo retrovisor la aparición de un cuerpo femenino, rubio y delgado, y su costado, un hombre pasado de las cuarenta cargando con dos valijas más. Es Gregory William, el papá de Zoey y el que se convirtió en mi profesor de literatura en mi penúltimo año. No extraño el instituto, pero puede que un poco sus clases sí. Siempre llegaba tarde y como tarea varias veces nos dejaba ver una película y hacer su análisis.
—Buenos días —escucho saludar a su hija —¿Hay espacio en esa cajuela para un par de valijas más?
—Resulta que la cajuela es enorme. Hay lugar hasta para un muerto. —Sophie le regresa el saludo, termina de meter las suyas para ayudarla a ella.
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Dos veces hasta pronto
Teen FictionZoey, Luke y Sam fueron mejores amigos en la infancia, pero en la preparatoria cada uno de ellos decidió seguir su propio camino. Ahora tres años después, todos han vuelto a reencontrarse en la misma ciudad, solo que con la noticia de que a Samuel l...