38| Luke

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El funeral de Sam se lleva a cabo tres días después de su muerte, un lunes en el que el cielo pretende darnos una calidez de la que ahora carecemos, como una demostración burlesca de que con o sin nosotros, felices o sintiendo la muerte, el sol se...

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El funeral de Sam se lleva a cabo tres días después de su muerte, un lunes en el que el cielo pretende darnos una calidez de la que ahora carecemos, como una demostración burlesca de que con o sin nosotros, felices o sintiendo la muerte, el sol seguirá saliendo de día como cualquier otro. 

El camino al cementerio es largo, tedioso y caluroso. Llevo puesta una camisa negra a pesar de que lo hubiera escuchado decir que no quería nadie vistiera de negro en su funeral. Mi madre se queja de esto, pero tampoco me importa, agradezco que haya decidido acompañarme, pero nadie puede decirme como sobrellevar mi luto. 

Lo primero que vemos nada más llegar es el ataúd completamente cerrado y envuelto con flores. La familia O'cconnel está allí recibiendo los pésames y mi familia se acerca para darle el nuestro. Observo también que cerca de los arboretos está el señor Williams y Zoey, la familia de Sophie, algunos médicos internos del hospital y ex alumnos de mi instituto que reconozco fácilmente. 

Me acerco a saludarla también, aunque no nos hayamos visto desde la noticia de la muerte. 

La ceremonia empieza a las once en punto y el sacerdote da una oración larga y bonita frente al agujero que en breve será ocupado por el ataúd, después pregunta si alguien desea dar unas palabras y como las personas que más lo amaban están ahogadas en sus propias lágrimas, mira a los demás invitados. Yo no puedo hacerlo a pesar de que siento algunas miradas en mi espalda. Mi madre aprieta mi mano animándome, levanto la vista y Zoey también está observándome. Pero no. No puedo. Miro por encima de ella y percato como un chico, uno que reconozco del instituto por ser del mismo equipo de baloncesto que Sam, se remueve en su lugar replanteándoselo. Quiero gritarle que no, que no se atreva porque ese no es su lugar, que ni siquiera recuerdo su nombre porque nunca lo vi visitarlo en el hospital. Que Sam no merece ser despedido por un extraño. Estoy a punto de dar un paso hacia delante, tragándome todas esas voces que me dicen que no tengo preparado nada, cuando Sophie se me adelanta. 

Ella le pide al sacerdote decir sus palabras. Se levanta de su asiento y camina despacio hasta estar frente al ataúd, se toma su tiempo para comenzar: 

—Conocer a Sam ha sido una de las lecciones de vida que llevaré siempre conmigo. No pude compartir con él tanto como  me hubiera gustado, pero el tiempo que sí estuvo a mi lado no dejó de ser especial —comienza —. Sam tenía un corazón tan grande que todos a quienes quería cabíamos en él; tenía demasiado para dar, pero el destino no estaba preparado para querer recibir tanto. 

«La vida no es justa y tener que darle un último adiós es la prueba. Si la vida fuera justa habría permitido que Sam la disfrutara por cincuenta años más, habría dejado que riera, que se enamorara, que viajara, que tuviera una existencia larga y fuera feliz... —La mano temblorosa toca la madera del ataúd y tiene que tomarse un instante para seguir—. Sé lo que pensabas sobre mí y sobre la mala fortuna de que una estudiante de enfermería y un paciente sin un buen diagnóstico se cruzaran, pero yo agradezco que hubiera sucedido y me siento afortunada de haber podido quererte. Donde sea que estés, ojalá sea un lugar bonito. Has cambiado mi vida, y siempre llevaré una parte de ti conmigo.

Dos veces hasta prontoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora