36| Zoey

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Sus manos me empujan contra el lavatorio, apoyo las manos a cada lado de la bacha para no perder el equilibrio, mientras una me rodea la nuca y me obliga a inclinarme de forma que ambos entremos al cubículo, la otra baja hasta mis muslos, apretánd...

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Sus manos me empujan contra el lavatorio, apoyo las manos a cada lado de la bacha para no perder el equilibrio, mientras una me rodea la nuca y me obliga a inclinarme de forma que ambos entremos al cubículo, la otra baja hasta mis muslos, apretándolos. Me convierto  en un revoltijo de excitación cuando enreda sus manos en mi cabello y tiró con suavidad mi cabeza hacia atrás, mirándome a los ojos, aunque los míos se detengan en sus labios hinchados más tiempo del necesario.

—¿Qué haces? —Inquiero. 

—No pienso desperdiciar la oportunidad de nuevo. 

Su mano izquierda baja mi abdomen hasta que sus dedos rozan mi entrepierna. 

Pero lo entretengo. 

—Nos vamos a meter en un problema.

—Dudo mucho que nos bajen. 

Su mano se mete entre la tela de mis pantalones. 

Y ya no puedo resistirme a eso. 

Porque al amor y a la atracción sexual hay que mirarla a los ojos y caer de rodillas ante ella. La realidad es que funciona a través de las reglas kármicas: cuanto más lo alejas, más se acercará; cuanto más lo ignores, más atención demandará; cuanto más lo rechaces, más difícil se volverá. En cambio, si le das lugar que busca,  no necesitará forcejear contigo para que lo dejes entrar. Al amor no se le hace frente, porque es una batalla que se pierde desde el primer momento. 

Y soy consciente que yo la he perdido hace mucho tiempo. 

—¿Qué sería lo peor que podrían hacernos? —Pregunto entre besos. 

—¿Que sería lo peor que podríamos hacer nosotros? 

—¿Hay alguna propuesta?

Arrastro las uñas por sus antebrazos y su piel se eriza. En respuesta, refuerza su agarre y muerde el lóbulo de mi oreja.

—¿Tienes algo en mente? —pregunta cerca de esta. 

Me aparto lo suficiente como para estudiar su rostro y aferrarme a sus hombros. Mis comisuras se tuercen en una sonrisa que intento reprimir sin éxito.

—No hace falta que te lo diga. 

Se inclina y deposita un beso en mi clavícula antes de levantar el rostro y sostenerme la mirada con ojos desbordantes de antelación

 —Mejor muéstramelo —pide entonces. 

Así que es mi turno de complacerlo. 

En un impulso rodeo sus muñecas para que me suelte el cabello y, poco a poco, empiezo a bajar. Su cuerpo obedece, se relaja y como un efecto dominó, el mío sigue descendiendo.

Termino de rodillas, ocupando el poco espacio que tenemos y evito romper el contacto visual. Presencio el duro movimiento que hace su nuez al tragar y eso solo humedece un poco más mi ropa interior. Desabrocho despacio el botón de sus jeans y aparto la vista un segundo, para asegurarme de que la puerta tenga bien colocado el seguro, antes de bajar el cierre de su cremallera.

Dos veces hasta prontoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora