Zoey, Luke y Sam fueron mejores amigos en la infancia, pero en la preparatoria cada uno de ellos decidió seguir su propio camino.
Ahora tres años después, todos han vuelto a reencontrarse en la misma ciudad, solo que con la noticia de que a Samuel l...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Si hay algo que aprendí en mi corta vida es que la gente es estúpida.
Es una característica inherente de cualquier ser humano. No me excluyo porque a no ser que mis padres me hayan robado de los aliens, sigo siendo una persona humana. Pero, al igual que pasa con los defectos, las cualidades y la belleza, hay algunos que gozan de estas cualidades más que otros.
Por ejemplo, el muchacho que se cruza en mi camino con una patineta, llevando tres cajas que obstaculizan su vista, un perro atado a la correa, e intenta cruzar una avenida principal creyendo que es inmortal, o yo que literalmente arriesgo mi vida para empujarlo y evitar que lo arroyen cuando un auto pasa rozándole apenas.
Dejaré a percepción personal juzgar quien de los dos resulta más estúpido.
—¡Imbéciles! —Nos gritan a los dos desde un auto color rojo.
—¡Que te jodan! —respondo. Luego de estar a salvo en la otra punta de la acerca.
—Te juro que no había visto el auto —se disculpa el chico que no debe de tener más de quince años conmigo.
—¿Eres tonto? Pudieron haber arroyado al perro también —Apunto al ovejero alemán que estira la lengua.
El muchacho extienda la mano levantando su corra, sin preocupación.
—¡Ah, descuida! El viejo Pickles es invencible —la zarandea un poco haciendo que la mascota mueva la cola, contento —. Pero gracias, te debo la vida.
—Deberías tener más cuidado la próxima vez.
—Andaba con prisas.
—Aun así esas cajas no deberían valer más que tu vida.
¿Y a mí que me picó? ¿Desde cuándo salvo niños?
—No son mías —contesta, como si en verdad fuera importante saberlo —Es mi trabajo. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte? ¿Cajas de mudanza? ¿Entradas para un boliche? ¿Cervezas frías para una fiesta? Yo te lo consigo. Soy bueno para los favores y Además estoy en deuda contigo ahora.
Refuto a la ida de que un niño me consiga cervezas.
—Te perdono la deuda. Contigo ya gasté mi único acto de caridad, hasta luego.
—¿No quieres quedarte con mi número al menos? —cuestiona cuando doy dos pasos lejos.
—Mira niño. —arrugo el ceño —Yo no sé qué pintas piensas que tengo pero tú eres ilegal y yo no soy...
—Por si necesitas un favor. —explica —Te lo debo. En serio.
—No soy de esta ciudad. Estoy de viaje.
—¿Subestimas mi negocio? Yo su útil en todos los sitios.
Y como insiste y yo ya viví la adolescencia lo suficiente como para tener que soportarla un minuto más alrededor de uno, acepto que escriba su número de teléfono. Me hace prometer que le llamaré si en algún momento de mi viaje necesito de su ayuda y nos despedimos.