7| Luke

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N/A. Un poco de nostalgia para los lectores de CCV ;) 

Dos días después es jueves. Meto la mano dentro de la pecera transparente y acaricia las escamas verdes de Standly, el lagarto. Lo tengo desde los trece, y hasta el día de hoy puedo decir que no existe otro animal más aburrido e inútil que este.

Al principio ni siquiera me dejaba tocarlo y cada vez que mis manos acariciaban alguna parte de su cuerpo, su lengua se enroscaba en alguno de mis dedos y me obligaba a soltarlo. Pero desde que se dio cuenta de que eran esas mismas manos la que lo alimentaban cada mañana, dejó de hacerlo. Puedo asegurar que a pesar de todo, es un lagarto sumamente inteligente. Todos los días, a primer hora golpea con su cola el vidrio de la pecera y me obliga a despertarme, es como su fina forma de decirme: «Despierta idiota que es mi hora de comer »

Es un cretino malhumorado; igual que yo, y por eso nos entendemos. 

Miro el reloj en mi mesa de noche y veo que son pasadas las nueve de la mañana, mis padres y mi hermana ya se fueron al trabajo, y esta última me dejó a su hijo hasta que la nueva niñera pase a recogerlo. Es una aprovechada, pero tampoco puedo quejarme, tampoco es que un niño pequeño que duerme toda la mañana por estar de vacaciones sea un problema inmenso. 

Escucho ruidos en el piso de abajo y me pregunto si el infante de seis años ya está despierto. Debería levantarme a prepararle el desayuno antes de encontrarlo con la cabeza dentro del microondas. Así que me visto con lo primero que encuentro y bajo con cautela por las escaleras.

Cuando llego a la cocina mis ojos se entrecierran porque no me encuentro con un niño. Sino con una mujer rubia, de estatura media que para mí poca fortuna, no es una delincuente. 

—¡Gruñoncito! —da un respingo. Sus manos hacen malabarees para que el cartón de leche no se le resbale. 

Paso por su lado en la búsqueda de cereales para Archie y para mí. 

—No me llames así. 

—A mí también me alegra verte luego de tanto tiempo —le resta poca importancia a mi resoplido. Saca de los cajones una pajilla de plástico y se la pone al café. 

Me resulta ridículo, pero tampoco parece importarle. A pesar de mi mala cara, se aleja de la mesada para fundirme en un abrazo. Aunque quizá esa no sea la mejor forma de describirlo. He crecido varios centímetros desde la última vez que la vi, y ella permanece igual, con su estatura de minion. 

—¿Dónde está mi hermano?

—En la cochera, bajando cajas. Pero a que no adivinas la sorpresa —hace una pausa —Te trajimos un regalo. 

¿Trajimos? —frunzo el ceño.

La rubia de veinticinco años me mira con reproche por cuestionar que ella haya hecho algo. 

Dos veces hasta prontoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora