Capítulo 9: Tequila

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Y lo prometido es deuda :) recuerden que este capítulo es R, así que si no le gustan las escenas subiditas de tono (digamos sexo explicito, aunque en este caso es medianamente explicito), pues no sigan leyendo desde la parte en la que aparece Lucas. En fin, espero que disfruten el capítulo. Ah! y no se olviden de escuchar la canción que dejé porque realmente le pega mucho a este reencuentro! ;)
Saludos y abrazos!! 

***

–Mi vida es un asco.

–Oh, no digas eso. Te prometo que pronto daremos con el o los responsables. Ahora que viene Lucas será más fácil. Además, créelo o no, Ian y Nina están dispuestos a ayudar también.

–¿Se harán pasar por estudiantes? –me burlé.

–Algo así. No como yo, pero de vez en cuando rondarán la escuela haciéndose pasar por alumnos, solo por si pillan a alguien. Si se inscribieran en la escuela como cualquier humano, levantarían sospechas.

–Oh, tienes razón.

Nos quedamos en silencio durante un minuto. Simone parecía muy abstraída en sus pensamientos. Miraba sus pies con mucha atención. El ceño fruncido le daba un aire de grandeza. Era tan bonita que parecía una hermosa estatua de alguna doncella griega. Bueno, en algún tiempo lo había sido.

–Simone, ¿cómo es que esa persona estuvo en mi habitación? Tú puedes comunicarte con Lucas aunque él esté en Australia, al otro lado del mundo.

–No todos los Kachinas tienen ese don. Nosotros pertenecemos a una familia muy poderosa. Desde pequeños, fuimos entrenados física y psicológicamente, sobre todo Lucas. No es una época muy feliz que digamos. Él, mucho más que nosotros, casi no tuvo infancia.

Me imaginé a un pequeño niño rubio comiendo naranjas. El pequeño Lucas sin infancia me ocasionó una pena inmensa.

–Pobre Lucas.

–Para él era normal. Además, fue entrenado con un único propósito: protegerte.

Sin poder evitarlo, me sentí culpable. Bajé la vista mientras Simone me daba unas palmaditas en la cabeza.

–Él era el futuro de todos. Nosotros, Ian y yo, al ser sus hermanos también debíamos entrenarnos. Los niños de nuestra generación solo desarrollaron sus habilidades con el tiempo, casi todos comienzan a entrenarse a los diez.

–¿Y ustedes? –pregunté con cierto temor.

–Lucas desde los tres años. Ian a los cinco y yo a los seis.

Mi mandíbula casi se desencaja. Eso implicaba una notable diferencia con el resto. Me imaginé a un pequeño niño que solo quería jugar pero debía aprender a defenderse, a pelear y a leer mentes. ¿Ese pequeño niño podía sentir dolores de cabeza tan fuertes como los que yo sentía a mis diecisiete años? Quise llorar. Sentía mucha pena y lastima por la infancia de Lucas. Yo pensaba que su vida había sido mucho más perfecta. Que no me lo hubiese contado nunca confirmaba que para él debía ser muy triste contarlo.

–No –me cortó Simone–. Para él es normal. Jamás se arrepentiría de haberse entrenado desde pequeño. Se siente orgulloso porque sus esfuerzos fueron recompensados en año nuevo. Todos le debemos la vida a él.

Sopesé sus palabras. Me molestaba que entrara en mi mente sin previo aviso.

–Vale –cambié de tema, prefería hablarlo con Lucas cuando llegara–. Si mi acechador es un Kachina, ¿no crees que podría haber jugado con mi mente desde la vereda?

–Probablemente. Más lejos, incluso.

–Entonces quizás sí es un humano –aseguré.

Simone me miró con sus hermosos ojos muy abiertos. Luego se relajó y, por último, se llevó una mano al mentón, dando leves golpecitos con un largo, fino y blanco dedo. Sus manos eran iguales a los de una muñequita de porcelana.

Un novio de otro mundo #2: OcultosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora