6.- Teren Santoro

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Las afueras de Estenzia, y una madrugada fría. A lo largo de la muralla que rodea la ciudad están docenas de refugios en ruinas de piedra y madera, cubiertas de barro de las lluvias de la tarde. Los malfettos vagan entre ellos. 

Conjuntos de carpas blancas sucias están dispersas entre los refugios. Puntos
de guardia de la Inquisición.
Teren Santoro entra a su tienda de campaña personal en un largo diván,
mirando mientras la reina Giulietta se viste. Sus ojos se pierden por su espalda.
Está exquisita hoy, como todos los días, llevando un traje de montar azul brillante
con sus rizos oscuros apilados en lo alto de su cabeza. Él mira mientras ella
cuidadosamente coloca sus rizos con pasadores en su lugar. Hace apenas
momentos, habían estado sueltos, cayendo sobre sus hombros, rozando sus
mejillas, suave como la seda a través de sus dedos.
—¿Ejecutaste una inspección completa de los campamentos malfetto esta
mañana? —pregunta. Son las primeras palabras que le ha dicho desde que llegó a
su tienda.
Teren asiente.
—Sí, su Majestad.
—¿Cómo están?
—Muy bien. Desde que los movimos fuera de la ciudad, mis hombres los han
puesto a trabajar en los campos y los entretuvo con el tejido. Han sido muy
eficientes...
Giulietta se voltea para que él pueda ver el perfil de su rostro. Le sonríe.
—No —lo interrumpe—. Quiero decir, ¿cómo están?
Teren duda.
—¿Qué quiere decir?
—Cuando monté a través de las tiendas esta mañana, vi los rostros de los
malfettos. Están demacrados y ojerosos. ¿Tus hombres han estado alimentándolos
tanto como han estado trabajando?
Frunce el ceño, luego se sienta. La luz de la mañana muestra el laberinto
pálido de cicatrices en su pecho.

—Son lo suficientemente alimentados para mantenerlos trabajando —
responde—. Y no más que eso. Preferiría no desperdiciar comida en malfettos si no
tengo.
Giulietta se inclina hacia él. Una de sus manos descansa sobre su estómago, y
luego acaricia su pecho hasta el hueco de su cuello, dejando un rastro de calor en su
piel. El corazón de Teren late más rápido, y por un momento, se olvida de lo que
estaban hablando. Ella roza sus labios por los suyos. Teren se inclina hacia el beso
con entusiasmo, llevando una mano a su nuca delgada, atrayéndola.
Giulietta se aleja. Teren se encuentra mirándola a los ojos profundos y
oscuros.
—Los esclavos muertos de hambre no son buenos esclavos, Maestro Santoro
—susurra, acariciando su cabello—. No los está alimentando lo suficiente.
Teren parpadea. De todo lo que debería estar preocupada, ¿está pidiendo por
el bienestar de sus esclavos?
—Pero —comienza—, son prescindibles, Giulietta.
—Lo son, ¿eh?
Teren respira profundamente. Desde la muerte del príncipe Enzo en la arena,
desde que Giulietta asumió oficialmente el trono, ha estado presionando contra sus
planes originales. Es como si hubiera perdido el interés en lo que él creía era su
odio por los malfettos.
Pero no quiere discutir con su reina hoy.
—Estamos limpiando la ciudad de ellos. Por cada malfetto que muere,
simplemente lo reemplazaremos con otro, traído desde una ciudad diferente. Mis
hombres ya están acorralando a malfettos en otro...
—No estamos limpiando la ciudad de ellos —responde Giulietta—. Nosotros
los estamos castigando por su abominación, por traer la desgracia sobre nosotros.
Estos malfettos todavía tienen familias dentro de las paredes. Y algunos de ellos no
están contentos acerca de lo que está pasando. —Asiente con desdén hacia la puerta
de la tienda—. El agua en sus comederos es inmunda. Es sólo cuestión de tiempo
antes que todo el mundo en estos campamentos se enferme. Quiero que trabajen
hasta llegar a la sumisión, Teren. Pero no quiero una rebelión.
—Pero...
Los ojos de Giulietta se endurecen.
—Aliméntelos y deles agua, Maestro Santoro —ordena.
Teren niega, avergonzado de estar discutiendo con la reina de Kenettra,
alguien mucho más pura que él. Baja la mirada y hace una reverencia con la cabeza.
—Por supuesto, Su Majestad. Está absolutamente en lo correcto.
Giulietta alisa los pliegues de sus muñecas.
—Bien.
—¿Va a verme esta noche? —murmura mientras se levanta del diván.

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