20.- Raffaele Laurent Bessette

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Mientras abandona el palacio, Raffaele presiona sus manos una y otravez, pero parece que no puede evitar que tiemblen. Una ampliacapucha le cubre, protegiéndolo parcialmente de la tormenta. Mirapor encima de su hombro. Los Inquisidores le han acompañado hasta las puertasdel palacio, pero ahora que ha llegado a las calles principales, se quedan detrás y lepermiten tener su privacidad.
Parpadea alejando el agua de sus ojos, luego se apresura por las calles hastaque se funde con las sombras. Teren se irá del palacio mañana, no hay duda de ello,exactamente el objetivo que Maeve le había puesto cuando le llevó al palacio. Ahorala ciudad pierde a su casi invencible Líder Inquisidor, y la reina pierde un poderosoguardaespaldas. El ejército de Beldain se acerca más.
Aun así, Raffaele frunce el ceño mientras camina. Teren no se ha ido todavía,y ahora está tan furioso como una bestia herida. Sin duda hay soldados todavíaobservándole ahora mismo. Camina formando un amplio arco, lejos de la arenadonde sabe que debe terminar. Tengo que esconderme rápido. Aquí afuera, la reinano puede protegerle de la ira de Teren. Si el Líder de la Inquisición le encuentra, lematará. Raffaele busca cualquier signo de la energía de Teren, luego cambia sucurso, cuidadoso de dejar las señales que había acordado con los otros Dagas.
Una profunda línea en el barro con su bota, claramente visible desde el aire.Un silbido, casi perdido en el rugido de la tormenta, imitando un halcón solitario.Un anillo de cristal en su dedo refleja los rayos cada vez que destellan.
Espera que Lucent esté observando desde algún lugar en lo alto, y que hayadado la alarma.
Momentos después, llama su recuerdo del laberinto subterráneo decatacumbas bajo la ciudad. Camina por un laberinto de callejones antes definalmente desvanecerse por una pequeña puerta sin marcar.
El sonido del agua cayendo hace eco por todas partes en los túneles. Raffaelemantiene una mano agarrada fuertemente alrededor de su capa, y la otra contra lapared. El agua empapa sus botas y hace que sus pasos sean peligrosamenteresbaladizos.
—Norte, sur, oeste, este —murmura mientras avanza—. La Piazza de TresÁngeles, el Canal Canterino, la estatua del Santo Sapientus. —Los puntos dereferencia aparecen en su mente en un mapa. Avanza por la negrura,completamente ciego. Brillantes hilos de energía parpadean a su alrededor, conectando todo con todo, aunque débilmente. Estira la mano y tira suavemente de ellos, sintiendo la forma en que la energía del aire se conecta a las paredes, a la tierra por encima de él. Si hubiera siquiera un poco de luz, sabe que vería su aliento elevándose en nubes, calentando el aire helado.

—Izquierda. Derecha. Derecha. Recto.
El laberinto continúa ramificándose a medida que avanza. Nunca ha estadoaquí durante lluvias tan fuertes. A veces, el agua llega hasta sus rodillas. Si partesde los túneles están inundadas, podría quedarme atrapado en una esquina yahogarme. Raffaele aleja el pensamiento y lo reemplaza con una superficie quieta,una calma para mantener el pánico a raya. Sigue moviéndose, confiando solo en sumano en la pared y el mapa de hilos en su mente. ¿Cómo ha surgido una tormentaasí tan de repente?
Izquierda. Izquierda. Recto. Derecha.
Abruptamente, Raffaele se detiene. Frunce el ceño. Dura solo un instante, unmomento fugaz de la energía de alguien de la superficie. Espera un segundo,llegando tentativamente con su propio poder. Extraño. Y familiar.
Pero la sensación ya ha desaparecido, y la tormenta vuelve con toda su fuerza.
Raffaele duda un poco más, hasta que el agua le fuerza a continuar otra vez.Niega. Los hilos de energía en la tormenta son abrumadores por su poder, deben deestar distrayéndole. O tal vez es el pensamiento del acto en el que está a punto departicipar, lo que podría pasar en cuestión de horas.
La idea de Enzo volviendo.
Raffaele se detiene otra vez, equilibrándose contra las paredes mojadas, ycierra los ojos. Otra vez, piensa en la superficie calmada. Se queda quieto, continúa.
Finalmente, llega a un lugar en la oscuridad donde el túnel termina en unapared. Más allá hay una abrumadora presión, la inconfundible energía deincontables gotas de agua todas unidas entre ellas, el lago en el centro de la arenade Estenzia. Raffaele se detiene, luego da varios pasos hacia atrás hasta queencuentra un conjunto desigual de piedras, las manos de Moritas puestas al final decada camino de las catacumbas, y luego las pequeñas y sinuosas escaleras queconducen a la superficie.
Emerge en los oscuros recovecos de los enormes canales de la arena, perodespués de tanto tiempo en completa oscuridad, la noche casi parece brillante. Lossonidos de la tormenta son de repente ensordecedores otra vez. Raffaele recoge suempapada capa, luego camina silenciosamente por las escaleras del canal a lasuperficie.
Está solo aquí. Los otros Dagas no están a la vista. Mete sus manos en lasmangas de su capa, tiembla y tantea con su energía para sentir si los otros Élitesestán cerca.
Entonces, frunce el ceño. Algo se agita en el aire, cuerdas en tensión.Están aquí. Al menos, alguien lo está.  


  La energía se acerca. Es una energía oscura y familiar, y Raffaele se encuentraresistiendo el impulso de alejarse. Se había encogido cuando sintió la energía deMaeve por primera vez el día que la conoció, había temblado ante la conexión quetenía al Inframundo. Mira los oscuros túneles de la arena que conducen al lago delcentro, luego a la tormenta. Debe de haber llegado ahora mismo. Ahora Raffaelepuedo oír pasos. Son débiles y ligeros, los pasos de alguien esbelto. Se da la vueltapara hacer frente a la energía que se acerca, luego dobla sus manos frente a él. Lospasos hacen eco débilmente por el túnel. Con el tiempo, puede ver la silueta de unafigura que se le acerca. La energía crece con más fuerza. Ahora puede decir que lafigura es una chica.
Se detiene a unos pasos de él. Junto a la esencia de la lluvia, también detectael olor a cobre de la sangre. Raffaele la mira con recelo. En la oscuridad, no puedever su rostro. Su energía es extraña también, familiar en su oscuridad. Demasiadofamiliar. Es la inequívoca alineación al Inframundo, a Miedo y Furia, a Muerte.
—¿Está herida, Su Majestad? —dice en voz baja—. ¿La ha seguido alguien? —Si Maeve ha sido herida al intentar llegar aquí, puede que no tenga la fuerza parasacar a Enzo del Inframundo. Peor, puede haber sido atacada por un Inquisidor, yla noticia de su presencia aquí ha podido ser filtrada. ¿Dónde están los otrosDagas?
Pero Maeve no dice ni una palabra. Alcanza su capucha, la levanta, y la echahacia atrás. Las sombras desaparecen de su rostro.
Raffaele se congela.
La chica no es Maeve. Tiene medio rostro lleno de cicatrices donde su ojodebería haber estado. Sus pestañas son pálidas, y los mechones de su cabello sonplateados brillantes esta noche, cortados y desaliñados. Mira a Raffaele con unasonrisa agría. Por un momento, parece como si se alegrase de verle. Luego lasemociones desaparecen, reemplazados con algo malvado. Extiende una mano, tejeuna telaraña de hilos a su alrededor, y la retuerce con fuerza.
—Lo siento, Raffaele —dice Adelina.

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