19.- Adelina Amouteru

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Enzo murió en la arena de la capital. Ahí es donde irán las Dagas pararevivirlo, y por ello ahí es donde voy ahora con mis Rosas.
Violetta y yo esperamos en las sombras de los agujeros más bajosde la arena, donde los túneles subterráneos meten y sacan a las baliras del lagocentral de la arena. Aquí, donde unas enormes puertas de madera y palancasproyectan extrañas sombras por el túnel, escuchamos poco más que el huecotransitado por el agua y el ocasional chirrido de las ratas. Sergio y Magiano están enotra parte en la arena, en alerta por cualquier signo del acercamiento de las Dagas.Pasan todo un día y una noche. Los rayos parten el cielo y la tormenta sigueadelante, arrasando sin descanso en una diatriba que Sergio no tiene la capacidadde detener.
En la segunda noche, Magiano aparece y se sacude el agua del cabello antes desentarse junto a nosotras con un suspiro.
—Todavía no —murmura, partiendo un trozo húmedo de pan y queso.
—¿Y si los Dagas no vienen? —me susurra Violetta mientras sopla su cálidoaliento contra sus manos.
No respondo de inmediato. ¿Y si no lo hacen? Ya van tarde, de acuerdo conlos planes que escuché de Gemma. Tal vez Raffaele falló en su misión en el palacio,y la reina ha hecho que lo ejecuten. Tal vez los Dagas hayan sido capturados. Peroentonces habríamos escuchado algo. Estoy segura de ello, las noticias como esasnunca serían secretas por mucho tiempo.
—Vendrán —les susurro. Desato mi capa, la pongo a nuestro alrededor, y nosenvolvemos en ella tan fuerte como podemos. Mis pies se sienten fríos y húmedosdentro de mis botas.
Deseo que estés aquí, Enzo, añado para mí misma. Me vuelve un recuerdo delcalor que su toque podía traer, la calidez que podía provocar en una noche fría.Tiemblo. Pronto, él estará de vuelta. ¿Puedo soportar eso?
Magiano suspira sonoramente y se reclina contra la pared del canal. Se sientatan cerca de mí que puedo sentir la calidez que viene de su cuerpo, y me encuentrosaboreándola.
—Sergio dice que tienes más mercenarios reuniéndose detrás de ti. ¿Por quéno nos retiramos a algún lugar fuera de Estenzia y movilizamos a los aliados quehayas reunido? Entonces podemos pensar en una forma de atacar a Teren y a la reina cuando menos lo esperen. —Me mira irónico—. ¿Realmente tenemos queestar aquí?Me acurruco más en mi capa para que Magiano no pueda ver que meruborizo. Ha estado inusualmente de mal humor hoy.
—Enzo es un Élite —le digo a Magiano, algo que he repetido varias veces en elúltimo día.
—Sí. Y también el anterior líder de los Dagas. ¿Cómo sabes que esto va afuncionar? ¿Y si algo va mal?
Una parte se pregunta si está actuando de esta forma por lo que Enzo solíasignificar. Lo que todavía significa. Y Magiano... ¿provoca esos mismossentimientos? Incluso mientras me inclino en dirección de su calidez, no estoysegura.
—No lo sé —respondo—. Pero prefiero no arriesgarme a perder laoportunidad.
Él aprieta los labios por un momento.
—La reina de Beldain no tiene un poder ordinario —dice suavemente—. Estoes interferir con los mismísimos dioses, traer los muertos a la vida. Te estásponiendo directamente en ese camino, te das cuenta.
Es casi como si estuviera intentando decirme, estoy preocupado por ti. Y derepente quiero tanto escuchar esas palabras que casi le pido que las diga. Pero mideseo es rápidamente sustituido por irritación hacia su preocupación.
—Has llegado hasta aquí con nosotros —le susurro—. Te conseguiremos tudinero, no te preocupes.
La sorpresa destella en los ojos de Magiano... seguida de la decepción. Luegose encoje de hombros, se aleja de mí, y vuelve a comer su pan y queso.
—Bien —murmura.
Me hago más pequeña. Es algo rencoroso de decir, pero también lo es su dudaabierta sobre si debemos o no estar aquí por Enzo. L observo desde mi capa,preguntándome si me mirará y me dará una pista de cuáles son sus pensamientos,pero no mira en mi dirección otra vez.
Junto a mí, Violetta se mueve. Parpadea mientras mira el centro de la arena,luego inclina su cabeza. Magiano y yo nos quedamos quietos mientras laobservamos.
—¿Son ellos? —le susurro a mi hermana.
Antes de que Violetta pueda responder, una silueta se deja caer detrás denosotros con un ruido sordo. Salto sobre mis pies. Es Sergio.
Él sopesa una espada en una mano.
—Veo a nuestro Daga favorito —dice con una sonrisa.

The rose societyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora