18.- Raffaele Laurent Bessette

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Pasa otra semana antes de que la reina Giulietta envíe a buscarlo denuevo. Esta vez, cuando visita sus habitaciones privadas, Teren y variosde sus guardias están fuera de las puertas en lugar de adentro. Raffaelelo mira brevemente mientras pasa caminando. La energía que agita a Teren estánegra de ira y celos, el sentimiento marea a Raffaele. Aleja la mirada, pero aúnpuede sentir la mirada del Líder Inquisidor quemando su espalda mientras laspuertas de la recámara se abren y cierran para él.
Dentro de la habitación, los Inquisidores se alinean en las paredes. La ReinaGiulietta se sienta en el borde de su cama con el cabello suelto en largas y oscurasondas, y las manos prolijamente en su regazo. Las cortinas transparentes quecuelgan a cada lado de su cama están medio cerradas esta noche, en señal de suinminente hora de dormir. Lo mira mientras los soldados lo guían hacia el centrode la recámara, luego lo dejan ahí de pie. Duda, luego da unos pasos y se inclinaante ella sobre una rodilla.
Por un momento, ninguno dice nada. Las emociones de la reina sondiferentes esta noche, piensa Raffaele. Más calmadas, menos sospechosas, máscalculadoras. Quiere algo.
—Dicen que fuiste el mejor consorte jamás visto honrando la corte deKenettra —dice finalmente Giulietta—. Que ganaste el aprecio de una virgen quetuvo a la corte hablando por semanas—. Se inclina y se recarga en los brazosmirándolo con insistencia—. También escuché que eres estudioso, que tus clientescon frecuencia te regalaban libros y plumas.
Raffaele asiente.—Lo soy, Su Majestad.Los labios de Giulietta se curvan en una sonrisa. Cuando Raffaele levanta la
mirada, le indica que se levante.
—Ciertamente luces y hablas tan correcto como dicen. —Se levanta y seacerca. Raffaele se queda muy quieto mientras se acerca más. Sus dedos llegan a lacadena de oro cerca del cuello de sus vestiduras, luego jala un poco dejando aldescubierto un poco de su piel.
Los ojos de Raffaele van rápidamente a los Inquisidores alineados en lasparedes, sus ballestas todavía le apuntan. Cuando Giulietta se sienta de nuevo en elborde de la cama y toca el sitio a su lado, él se acerca.

—Ya le he dicho lo que deseo, Su Majestad —dice con tono gentil—. Dígameentonces lo que usted desea. ¿Qué puedo hacer por usted?
Giulietta sonríe mientras recuesta su cabeza en la almohada.
—Dijiste que si le concedo misericordia a todos los malfettos, tú y tus Dagasobrarán según mi voluntad como parte de mi ejército. —Asiente Giulietta —. Hedecidido que te concederé eso, siempre y cuando esté satisfecha con lo que puedenhacer. Mañana ordenaré a mis Inquisidores que comiencen a traer a nuestrosmalfettos de regreso a la ciudad. A cambio, vas a convocar a tus Dagas. Y quieroque cumplan con su parte del trato. —Su mirada se endurece—. Recuerda quepuedo enviar mi furia fácilmente sobre los malfettos de esta ciudad si no siguesadelante con tu palabra.
Raffaele le devuelve la sonrisa. Entonces, es como sospecha. El "odio" deGiulietta hacia los malfettos no es igual que el de Teren. Teren desprecia a losmalfettos porque cree que son demonios. Malvados, malditos. Pero Giulietta...Giulietta odiaba a los malfettos solo cuando estorbaban su camino. Los usaría tantocomo pudieran beneficiarla. Muy bien. Inclina la cabeza en una perfecta imitaciónde sumisión.
—Entonces estamos a sus órdenes.
Giulietta asiente ante su expresión. Se estira en su cama y lo mira desde unhalo de rizos oscuros. Tan hermosa como apuesto era Enzo. Raffaele ve por unmomento lo que debió haber atraído a Teren. Es difícil creer que, detrás de esasoscuras pestañas y esa pequeña y dulce boca rosada, está una princesa que una vezintentó, siendo una niña, envenenar a su hermano.
—Bueno, mi consorte —murmura—. Prueba tu reputación en mí.


***

En las horas tempranas antes del amanecer, Raffaele sale de la recámara de lareina hacia las largas sombras del pasillo. Los Inquisidores aún están de guardia acada lado de la puerta y dos de ellos se mueven para acompañarlo.
—La reina ha ordenado que se le traslade a un cuarto más cómodo —dice unode los Inquisidores mientras caminan.
Raffaele asiente, pero sus ojos vigilan las sombras del pasillo. Teren está aúnaquí, puede sentir su energía Élite hirviendo en la oscuridad, esperando a que seacerque. Raffaele ralentiza su caminar. Aunque las sombras cubren casi todo,puede sentir que Teren debe estar de pie a sólo unos metros de distancia.
Te atacará. Los instintos de Raffaele de repente estallan. Sabía que estosucedería. Se gira en dirección a las habitaciones de la reina y grita.
—¡Su Majestad!
Es todo lo que alcanza a decir antes que una mancha blanca se materialicedesde las sombras y lo agarre por el cuello. Raffaele se siente lanzado por el aire, suespalda choca tan fuerte contra la pared que el impacto le roba el aire de lospulmones. Su visión se llena de estrellas. De algún lado viene el sonido de una hoja de metal a través del aire y, un instante después, un frío metal se presiona confuerza en su garganta y una mano le tapa la boca.

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