21.- Adelina Amouteru

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No hay lunas esta noche para llenarla arena Estenzian con luz plateada.En cambio, el lago en el centro de la arena, alimentada por canales, esde color negro y revuelto con la furia de la tormenta.

La última vez que estuve en este campo, fui un espectador en la audiencia,mirando cómo Enzo daba un paso al frente para desafiar a Teren a un duelo.Lucharon aquí. Y terminó conmigo cerniéndome sobre un moribundo cuerpo deEnzo, sollozando, intentando una y otra vez de lastimar a Teren con todo lo quepodía.
Ahora el campo está vacío. No hay multitudes vitoreando en esta tormenta demedianoche. Las banderas Kenettran en lo alto flamean frenéticamente en el vientoy varias han sido arrancadas por completo por la fuerza de la lluvia y no estoy aquícomo yo misma, sino como Raffaele.
La expresión de agonía en su rostro.El sudor en su frente.Su grito de angustia, opacado por el trueno de la tormenta.Los susurros resuenan en mi mente, encantadas por lo que he hecho.Sigo a Maeve al camino de piedra. El agua se estrella contra ambos lados del
sendero, empapando los dobladillos de mi túnica. Mi corazón late furiosamente, laenergía de la tormenta está llena de tinieblas, y cuando alzo la mirada, casi puedover la red de hilos brillantes entre las nubes, la conexión de la lluvia en el cielonegro, la amenaza de un rayo aproximándose. En algún lugar de la arena vienen losocasionales alaridos amortiguados de las baliras. Una enorme cabeza carnosaemerge del agua agitada por un momento, y luego se hunde de nuevo, como si lascriaturas del inframundo hubieran venido a vernos también.
Maeve no me mira, lo que está igual de bien. Una ráfaga de viento sopla lacapucha de mi capa, revelando mi cabello negro y dorado antes de que ella saque sucapucha también. Admiro su marca. Más bien, no he hecho más que obsesionarmecon su energía. Es la primera Élite que puedo realmente sentir; hay una oscuridaden su poder que me recuerda algo profundo y negro, su conexión con el mundo delos muertos. Me pregunto si alguna vez tiene pesadillas sobre el inframundo de lamanera en que yo lo hago.
La sensación de ser observada me golpea, y lo vellos en mi nuca se erizan. Merecuerdo que debo mantener la concentración en mi disfraz. A pesar que no puedo verlos, los otros Dagas deben estar esparcidos alrededor de la arena, mirando,junto con cualquier otra persona que vino con Maeve. Hasta ahora nadie ha levantado alarma sobre mi apariencia.La cara de dolor de Raffaele.
Imágenes aparecen sobre mi confrontación con Raffaele. Ni siquiera trató dedefenderse. Sabía que estaba indefenso por su cuenta, su poder es inútil contra elmío. Resistió bien, tengo que admitirlo, muchos más de lo que pueda ver larealidad detrás de mis juegos. Al menos por un rato.
Pero no lo maté. No podía soportar la idea de hacerlo. No estoy segura porqué. Tal vez una parte todavía desea que podamos ser amigos, aún recuerdo elsonido de su voz cuando cantaba la nana de mi madre. Tal vez no podía soportar laidea de matar a una criatura tan hermosa como él.
¿Por qué te importa? Se burlan los susurros.
—Quédate cerca, Mensajero —llama Maeve por encima del hombro. Mis pasosse aceleran. Debes mantener la calma, me digo. Me detengo a un paso, algo máspropio de un consorte de clase alta. Las viejas lecciones de Raffaele pasan por mimente.
Llegamos al centro de la plataforma. Me encuentro mirando aturdida el suelo.Una vez había estado cubierta con la sangre de Enzo, goteando en un patrón en elsuelo por la espada de Teren, la oscura mancha derramándose alrededor delpríncipe —mi príncipe—, mientras agonizaba. Todavía puedo sentir mis manosrecubiertas. Pero las manchas de sangre se han ido ahora. La lluvia y el lago hanlavado las piedras, como si su muerte no hubiera ocurrido aquí.
Él no es tu príncipe, me recuerdan los susurros. Nunca lo fue. No era más que
un niño, y harías bien en recordar eso.
Maeve se detiene en el centro. Se voltea por primera vez. Su mirada es fría, ysus mejillas están manchadas de agua.
—¿Murió aquí? —dice, señalando el suelo bajo sus botas.Es extraño, ¿cómo puedo recordar el lugar exacto, hasta las piedras?—Sí.Maeve alza la vista alrededor de la fila superior de la arena hacia los escaños.—Recuerda la señal —me dice, sosteniendo sus brazos hacia arriba y hacia los
lados—. Si ves a cualquiera de los otros, da la señal, debes llevarme fuera de laarena. No pierdas tu tiempo con despertarme de mi trance.
Inclino mi cabeza en la mejor imitación de Raffaele que puedo hacer.
—Sí, Su Majestad —le respondo. Hago una pausa para mirar ambos extremosdel camino de piedra de la arena. Los hermanos de Maeve también me están viendoaquí. Puedo verlos ahora, apenas perceptibles en la noche, y de vez en cuandopuedo ver el brillo de las puntas de sus flechas fijas en mí.
Maeve retira la capucha de su rostro. La lluvia empapa su cabello. Respiraprofundo, casi como si tuviera miedo de lo que sucederá después. Tiene miedo, me doy cuenta, porque puedo sentir el miedo construyéndose en su corazón. A pesar de todo, recuerdo que solo ha traído a su hermano de vuelta de entre los muertos.Todos estamos aventurándonos en un territorio extraño.—Acércate más —me ordena.
Hago lo que dice. Me mira durante un tiempo por primera vez, sus ojospersisten tanto tiempo que empiezo a preguntarme si puede ver a través de midisfraz. Saca un cuchillo de su cinturón.
Tal vez sí lo sabe. Y ahora va a matarme. Me apoyo vacilantemente lejos,lista para defenderme.
Pero en cambio, Maeve me atrae de nuevo. Se acerca y agarra un mechón demi cabello empapado. En un hábil movimiento, corta un mechón.
—Dame tu mano —dice luego.
Alzo mi mano, con la palma hacia arriba. Murmura que me prepare, hunde lahoja en mi carne, y hace un pequeño corte pero profundo. Me estremezco. Misangre mancha su piel. El dolor despierta algo, pero lo contengo. Maeve permiteque mi sangre gotee en las hebras de mi mechón.
—En Beldain —dice Maeve, la voz firme y baja—, cuando una persona estámuriendo, le enviamos una oración a nuestra patrona diosa, Fortuna. Creemos queva al inframundo como nuestra embajadora, para hablar con su hermana Moritas ydar fe de la vida que se quiere llevar. Santa Fortuna es la diosa de la prosperidad, yla prosperidad requiere un pago. Esto es lo que hice cuando me trajo a mi hermano,una ritual oración. —Las cejas de Maeve se surcan en concentración—. Un mechónde tu cabello, las gotas de tu sangre. Amuletos que damos para enlazar un almamuerta a la vida de uno.
Se inclina sobre una rodilla, luego presiona el sangriento mechón contra lapiedra. La sangre se derrama contra sus dedos. Cierra los ojos. Siento crecer suenergía, oscura y palpitante.
—Cada vida que traigo de nuevo a la superficie lleva un pedazo de mi propiavida —murmura—. Unos perdidos hilos de mi propia energía. —Me mira—. Que asísea.
Se queda en silencio. A nuestro alrededor, la tormenta ruge, azotando la capade Maeve y arrojando lluvia fresca en mi ojo. Entrecierro los ojos. Arriba, en la filasuperior de la arena, una silueta con rizos se vuelve a nosotros. La Caminante deViento ¿tal vez? Hace un sutil gesto, y un momento después, el viento que nosrodea se calma, empujado por un embudo de viento que nos protege en el centro.Las furiosas ráfagas de la tormenta no pueden contra el escudo de Caminante deViento. La capa de Maeve cae detrás, empapándose bajo la lluvia, y me limpio elagua de la cara.
Maeve inclina la cabeza. Se queda inmóvil por un largo momento. Mientrasobservo, una débil luz azul comienza a brillar debajo de los bordes de su mano.Apenas puedo verlas en primera instancia. Pero entonces, la luz comienza a latir,creciendo con fuerza, con un contorno estrecho volviéndose un suave resplandor extendiéndose alrededor de su mano. En lo alto, un relámpago trae consigo el instantáneo estallido del trueno. Hace eco en la arena.

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