28.- Maeve Jacqueline Kelly Corrigan

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El vigilante en el nido del cuervo es el primero en dar la señal. Seapresura a bajar del mástil para arrodillarse frente a su reina.
—Su majestad —dice, sin aliento ante Maeve—. He visto la señal a
lo lejos en el mar. Están aquí.
Maeve envuelve las pieles alrededor de su cuello y pone una mano en laempuñadura de su espada. Camina al borde de la cubierta. El océano se ve comouna extensión de la nada negra desde aquí. Pero si cree en su vigilante, ha visto dosdestellos brillantes en medio de la oscuridad. La marina ha llegado.
Mira a su lado. Aparte de sus hermanos, los Dagas también están en lacubierta. Lucent inclina la cabeza, mientras Raffaele esconde sus manos en susmangas.
—Mensajero —le llama Maeve—. ¿Dices que Giulietta ha pedido una audienciacontigo mañana por la mañana?
Raffaele asiente.—Sí, Su Majestad —responde.—¿Y el Maestro Santoro?—Ya debería haber abandonado la ciudad, Su Majestad. —Raffaele la mira en
control como siempre, pero bajo ella, Maeve siente su distancia. No le haperdonado por lo que le hizo a Enzo.
—Bien. —El viento azota la alta trenza de Maeve sobe su hombro. Su tigresuelta un bajo gruñido a su lado, y ella le palmea la cabeza ausentemente—. Es horade que ataquemos. —Le entrega un pequeño vial a Raffaele. A primera vista, el vialno parece contener nada más que agua cristalina y una pequeña e insignificanteperla. Los Dagas se acercan para tener una mejor vista. Maeve le da un pequeñogolpe al bote.
En un instante la perla se transforma, cambiando de su forma redondeada aun retorcido monstruo de doce patas apenas un centímetro de largo. Maeve puedever sus garras como agujas arañando contra el cristal, y la forma en que nada por elagua con un movimiento furioso e irregular. Los Dagas retroceden. Gemma se poneuna mano en la boca, mientras Michel se ve enfermizamente pálido.
Raffaele se encuentra con la mirada de Maeve. Sus labios se aprietan en unatensa línea.


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