-¿Envió a buscarme, Su Majestad?
-Sí, Maestro Santoro. -La Reina Giulietta sesienta en su trono y lo observa con una miradatranquila. Él absorbe su belleza. Hoy está en un sueltovestido de color zafiro, la cola tan larga que se arrastra por la parte superior de lasescaleras. Su cabello está peinado en lo alto de su cabeza, dejando al descubierto sucuello delgado, y sus ojos son grandes y muy, muy oscuros, enmarcados por largaspestañas. Su corona refleja la luz que se filtra por la mañana a través de las ventanas, haciendo pequeños arcos iris en el suelo de la sala del trono.
No dice nada más. Está enojada.Teren decide hablar primero.
-Pido disculpas, Su Majestad.
Giulietta lo considera con la barbilla apoyada en su mano.
-¿Por qué?
-Por mi vergüenza pública hacia la reina de Beldish.
No contesta. En cambio, se levanta de un salto. Mete una de sus manos detrás
de su espalda, y con la otra mano, hace gestos para que uno de los Inquisidores que están esperando a lo largo de las paredes se mueva hacia adelante.
-Estabas descontento con el regalo de la reina Maeve -dice mientras camina.
Raffaele. Teren suprime una ola de ira por el recordatorio de que el puto malfetto ahora se encuentra en el palacio.
-Es una amenaza para usted -responde Teren.Giulietta se encoge de hombros. Cuando lo alcanza, mira su figura inclinada.-¿Es él? -dice-. Pensé que tú y tu Inquisición lo habían correctamente
encadenado.
Teren se sonroja por eso.-Sí. Él no va a escapar.
-Entonces no es ninguna amenaza para mí, ¿verdad? -Giulietta sonríe-.¿Has encontrado al resto de las Dagas?
Todo el cuerpo de Teren se tensa. Las Dagas eran la espina perpetua en sucostado. Había cortado la financiación de muchos de sus clientes. Había torturadoa malfettos afiliados a los Dagas. Había reducido sus posibilidades de ubicación delas ciudades cercanas. Él sabía sus nombres.
Pero no había tenido éxito en capturarlos todavía. Se habían dispersado a losvientos, hasta ayer. Teren traga saliva, y luego se inclina más bajo.
-He enviado patrullas adicionales a cazarlos...Giulietta levanta una mano, deteniéndolo.-Una paloma volvió esta mañana. ¿Oíste?Teren estaba demasiado ocupado esta mañana con los campos de esclavos
malfetto para recibir noticias.-Todavía no, Su Majestad -dice a regañadientes.-El Rey Nocturno de Merroutas está muerto -responde Giulietta-.
Asesinado, por una Élite llamada Lobo Blanco. Rumores sobre ella se hanextendido por todas partes. -Fija a Teren con una mirada-. Es Adelina Amouteru,¿verdad? La chica con la que has fallado en varias ocasiones en matar.
Teren mira fijamente a una vena en el suelo de mármol.-Sí, su Majestad.Teren oye el regreso del Inquisidor, y el sonido revelador de hojas de metal
que se arrastran por el suelo.
-El Rey Nocturno era nuestro aliado en Merroutas -dice Giulietta-. Ahorahay caos. Mis asesores me dicen que la ciudad es inestable, y que somosvulnerables a un ataque Tamouran.
Adelina. Teren aprieta sus dientes con tanta fuerza que siente como si fuera aromper su mandíbula. Así que, Adelina está en Merroutas, cruzando el MarSacchi... y había matado al gobernante de la ciudad-estado. Incluso mientras hierveante la idea de que se convirtiera en una amenaza real, algo en su crueldad lo llama.Muy impresionante, mi pequeño lobo.
-Le juro, Su Majestad -dice-, voy a enviar una expedición allí deinmediato...
Giulietta se aclara la garganta y Teren deja de hablar. Él levanta la vista paraver al otro Inquisidor acercarse a la reina. Tiene un látigo de nueve cabezas, cadacabeza de punta con una pesada hoja afilada. Este es el látigo personalizado deTeren. Él suspira con alivio, al mismo tiempo que hace una mueca.
Se merece esto.Giulietta extiende sus manos detrás de su espalda y da unos pasos alejándose.-Me dijeron que redujiste a la mitad las raciones de los malfettos, en contra
de mis deseos-dice ella.Teren no pregunta cómo se enteró. No importa.-Maestro Santoro, puedo ser una reina despiadada. Pero no tengo ningúndeseo de ser cruel. La crueldad es para repartir castigo injusto. No voy a ser injusta.
Él mantiene la cabeza gacha.-Sí, su Majestad.-Quería los campos como un castigo visible para que el resto de los
ciudadanos pueda ver, pero no voy a tener cientos de cuerpos en descomposiciónfuera de mis paredes. Quiero sumisión de mi pueblo, no una revolución. Y túamenazas con deshacer ese equilibrio.
Teren se muerde la lengua para evitar hablar.-Quítate la armadura, Maestro Santoro -dice Giulietta sobre su hombro.Teren hace lo que dice. Su armadura hace sonidos metálicos, haciendo eco al
caer al suelo. Saca su túnica sobre su cabeza. El aire golpea su piel desnuda, concicatrices de innumerables rondas de castigo. Los ojos azul pálido de Teren brillanen la luz de los aposentos. Mira a Giulietta.
Ella le hace un gesto al Inquisidor que sostiene el azote con cuchillos.
Este azota la espalda de Teren con él. Las nueve cuchillas lo golpean,rasgando su piel. Teren ahoga un grito cuando un dolor familiar estalla en sucuerpo. Los bordes de su visión emiten un flash carmesí. Su carne se abre antes quede inmediato comience a sanar. Pero el Inquisidor no espera, azota el arma denuevo mientras la piel de Teren lucha por unirse.
-No te estoy castigando porque hayas cometido una falta de respeto a la reinaBeldish -dice Giulietta en voz alta sobre el sonido repugnante de cuchillascortando la carne cruda de Teren-. Te estoy castigando por desobedecerme enpúblico. Por hacer una escena. Por insultar a la reina de una nación que nopodemos darnos el lujo de luchar de nuevo. ¿Lo entiendes?
-Sí, Su Majestad. -Teren se ahoga mientras la sangre gotea por su espalda.-No tome decisiones por mí, Maestro Santoro.-Sí, su Majestad.-No ignores mis órdenes.-Sí, su Majestad.-No me avergüences delante de una nación enemiga.Las cuchillas cavan profundamente. Teren parpadea, la inconsciencia
arrastrándose en los bordes de su visión. Sus brazos se agitan contra el suelo demármol.
-Sí, Su Majestad -dice con voz ronca.-Párate derecho -ordena Giulietta.Teren se obliga a hacerlo, aun cuando el gesto lo hace gritar. El Inquisidor
azota las hojas a través de su pecho y estómago; sus ojos se abren mientras éstascortan profundo. Este golpe lo habría matado al instante, si fuera un hombre normal. Para Teren, sin embargo, simplemente lo lleva a caer sobre sus manos y rodillas.Los azotes continúan hasta que el suelo bajo Teren está empapado con unacapa de su sangre. Las rayas rojas en todo el mármol hacen patrones circulares,puntuados por huellas de sus manos. Teren se concentra en los remolinos. Enalgún lugar, muy por encima de él, sabe que puede oír a los dioses murmurando.¿Este castigo fue de Giulietta, o de los dioses?
Por último, Giulietta levanta una mano. El Inquisidor se detiene.
Teren tiembla. Puede sentir la demoníaca magia de su cuerpo laboriosamenteuniendo su carne rota de nuevo. Estas heridas dejarán cicatrices a ciencia cierta: loscortes hechos demasiado rápido sobre la piel todavía no han curado, una y otra vez.Su cola rubia de cabello cuelga sobre su cuello en hebras sudorosas. Su cuerpo ardey duele.
-Levántate.
Teren obedece. Sus piernas se sienten débiles, pero aprieta los dientes y lasobliga a no perder el equilibrio. Se merecía hasta el último pedazo de ese castigo.Mientras se pone de pie, se encuentra con los ojos de Giulietta.
-Lo siento -murmura, suavemente esta vez. La disculpa de un chico a su amante, no un Inquisidor a su reina.
Giulietta toca la mejilla de Teren con sus dedos fríos. Él se inclina hacia su gentil comprensión, saboreándolo, aun cuando tiembla.
-No soy cruel-dice ella de nuevo-. Pero recuerda esto, Maestro Santoro.Sólo pido obediencia. Si eso es demasiado difícil, puedo ayudarte. Es más fácil obedecer sin lengua, y más fácil arrodillarse sin piernas.
Teren mira a los ojos profundos y oscuros. Esto es lo que le gusta de ella, estelado que siempre supo lo que tenía que hacer. Pero, ¿por qué no dioinmediatamente la orden de castigar a Raffaele? Él debería ser ejecutado.
No lo ha hecho, piensa Teren, con un aumento doloroso de sus celos, porque ella quiere algo más de él.
Giulietta sonríe. Se inclina más cerca, a continuación, presiona sus labios ensu mejilla. Teren sufre por su toque, su advertencia.
-Te amo -susurra-. Y no voy a tolerar que me desobedezcas de nuevo.
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The rose society
FantasyErase una vez, una chica que tenía un padre, un príncipe, una sociedad de amigos. Luego la traicionaron, y ella los destruyó a todos. Adelina Amouteru ha sufrido a manos de tanto su familia como sus amigos, conduciéndola por el amargo camino de la v...