Prólogo

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Estaba haciendo un gran esfuerzo por contener el llanto. Sentía la mandíbula tensa y una dolorosa opresión en la garganta que desembocaba en su pecho, y el montón de ojos fijos en su espalda. La humillación pesaba cruelmente sobre el omega de ojos verdes mientras le sostenía la mirada al alfa sentado en aquel trono. Su padre, el dirigente del reino, y el hombre que justamente lo estaba negociando como un pedazo de carne que serviría como ofrenda de paz tras una guerra perdida.

—No hay forma de que sirvas de algo en esta corte, muchacho —sentenció el rey Desmond, sin piedad alguna a pesar de que estaba hablando de su hijo menor, frente a todos los lores y caballeros de la guardia real. En presencia de sus hermanos mayores: Damon y Gemma. Su padre sí los llamaba a ellos príncipes. Porque Damon era un fuerte alfa que podría gobernar una vez que el viejo rey muriera, y Gemma una digna beta que podría tanto heredar el trono como procrear niños fuertes que crearían alianzas con otras casas del reino. Mientras que él sólo era Harry, el hijo omega que el rey repudiaba, el que no daba ningún fruto en las clases de combate, al que los hombres no miraban con respeto y que prefería la compañía femenina porque así no se sentía amenazado.

Harry apartó los ojos por un momento a la derecha del rey, donde un trono más pequeño y sencillo yacía vacío. Su labio inferior tembló y tuvo que morderlo con fuerza para no soltar un sollozo. Bajó la mirada y sus rizos castaños le ayudaron a que pudiera barrer con disimulo una solitaria lágrima que no logró la mitad del recorrido por su mejilla.

Si tan sólo su dulce y bondadosa madre estuviera viva, nada de esto estaría pasando. Su padre no se hubiese inundando en la amargura por el luto, y quizá los comentarios de sus ambiciosos consejeros no hubiesen calado en su mente. El reino no estallaría en guerra en otro fallido intento por conquistar el continente vecino. No lo lograron en las dos guerras anteriores durante treinta años, y no lograron esta vez tampoco.

Y ahora tenían que dar algo a cambio de las molestias por las guerras y conflictos que ocasionaron.

Algo además del dinero que se entregó en parte para cubrir daños.

Querían a alguien de la familia real. Y el más prescindible era, por supuesto, Harry. Estaba seguro que, de no ser por el amor y respeto que el rey Desmond tenía para con la difunta reina Anne, Harry habría sido declarado bastardo apenas murió su madre. Pero, entre toda la crueldad de Desmond, este jamás mancharía la memoria de su querida esposa.

—Padre... Por favor —suplicó el pequeño rizado. Apenas estaba por cumplir los diecisiete años, si no se sentía seguro en su propio hogar, en un reino extranjero se lo comerían vivo—. Debe existir algún escape de esta condición... Yo —titubeó, porque el murmullo de toda la corte, en total reprobación, lo cohibió, pero la mirada de desagrado de su padre fue peor—, no tengo a nadie en Aurea...

—¡Crío insolente! —bramó el rey, haciendo que todos callaran, y que los hombros de Harry se sacudieran con miedo—. No eres capaz de hacer nada, escucha bien: ¡Nada por este reino si permaneces en mis dominios! —expresó con furia, las venas de su cuello saltándose por la fuerza de su voz—. No puedes heredar, nadie en Vitrum Maritima quiere los hijos que puedas engendrar, si es que al menos para eso sirves —apuntó con una mueca de asco, y el pequeño muchacho buscó por un segundo el apoyo de sus hermanos. Pero Damon lo miró con superioridad, totalmente de acuerdo, y Gemma sólo contuvo las lágrimas igual que él, tocándose el vientre del cual sólo una diminuta curva evidenciaba un embarazo. Para cuando Harry volvió la mirada a su padre, no pudo frenar las gotas saladas que resbalaron por su rostro.

—Piedad, padre... Por favor, se lo ruego —balbuceó, con la voz quebrada y lenta por el llanto. ¿Por qué quería deshacerse de él? Cuando podía entregar a alguna de sus primas o tías, cualquier noble.

—¡Calla de una vez, no tienes opinión en los asuntos del reino! —gritó, y junto a eso golpeó el puño contra el trono—. De estas puertas vas a salir cuando se alce de nuevo el sol, y tú vas a decidir si lo haces como el futuro consorte del hijo mayor de la casa Tomlinson, o como carne para los sabuesos —decretó, y con un ademán dio por terminada esa sesión—. Entonces, largo de mi vista, tengo un reino que atender.

La molestia del rey aumentó visiblemente cuando vio a su hijo menor desplomarse de rodillas. Pero los guardias fueron rápidos y lo tomaron sin cuidado de los brazos, para así sacarlo de la sala del trono.

—♕—

Gemma le acariciaba el cabello mientras Harry lloraba en su regazo. Estaba oscureciendo y apenas despuntara el alba él tendría que subirse a un navío para viajar por días hasta la que sería su nueva cárcel. Si su familia lo había repudiado por años, no podía imaginarse cómo sería tener que vivir a la merced de extraños. Estaban recogiendo sus cosas personales, ya no quedaba casi nada en la habitación que pudiera justificar que él alguna vez vivió ahí.

—D-Damon m-me di-dijo... —Lloró, ahogándose para decir las palabras con la mitad del rostro apoyado contra la falda de su hermana—, que a los omegas como y-yo sólo los usan... —Sorbió por la nariz y enfocó los ojos en los de la mujer, que lo miró con tristeza contenida.

—No, Harry... Padre te envía a casarte —Intentó tranquilizarlo.

—Damon vino a decirme, Gemma... —musitó, con la cara roja y sus bonitas facciones de niño hinchadas por el llanto—, que soy un juguete para los alfas que gobiernan Aurea —comentó con auténtico miedo—. Que me van a violar y usar para tener hijos que jamás me dejarán ver...

Gemma apretó los labios, afectada por la desolación de su hermanito, y decepcionada por la maldad de los hombres que se sentaban en el trono. Ella quería creer que no sería así, que Harry tendría un futuro distinto en el otro reino donde, supuestamente, no menospreciaban a los omegas varones.

—Ellos no son así, tienen una cultura distinta —Con cuidado, secó las lágrimas entre caricias a la carita del rizado, arrullándolo para que se durmiera y la angustia se apagara por un momento—. Son una nación más inteligente, más humana... No quieren conflictos, son guerreros hábiles, pero detestan la guerra... Por eso quieren una alianza, por eso padre... —Harry pareció creerle, porque poco a poco comenzó a calmarse, y todo el cansancio del día se hizo presente en él. Con una temblorosa mano, acarició el vientre de Gemma, y un par de lágrimas resbalaron por el puente de su nariz ante el pensamiento de que quizá jamás iba a conocer a su sobrino.

—Cuando nazca, ¿podrías enviarme un retrato de él o ella?

Gemma parpadeó, alejando el llanto.

—Por supuesto, hermanito.

Harry asintió, dejando un suave beso allí donde crecía alguien que amaba, pero que aún no conocía.

—Y cuando crezca un poco, y comience a parecerse a alguien, pide a un artista que lo retrate contigo —Los ojos verdes del menor comenzaron a cerrarse—. Quiero tener esa imagen por siempre. Espero que herede nuestros hoyuelos.

—Cuando esté en edad para viajar, iremos a verte, te lo juro por los dioses —Gemma siguió acariciándole el cabello, y cerró los ojos para memorizar ese tacto que tanto iba a extrañar—. Abel es un buen alfa, como lo será el tuyo, y no me negará el viaje.

—Serás una madre excelente, lo sé. Como lo fue mamá.

El corazón de la beta se sintió pesado, como si pudiera ahogarla, y cuando bajó la mirada para replicar hacia tal comentario, su pequeño hermano yacía dormido. Se inclinó como pudo, y besó la mata de rizos castaños, dejando ir las lágrimas.

Porque era un mundo cruel e injusto para un ser tan indefenso como Harry. Y porque quizá toda esa seguridad que ella le prometía, no la iba a tener.

Antes de marcharse de la habitación, pues los malestares de hallarse en estado se lo exigían, Gemma elevó una plegaria a los dioses del agua que protegían su hogar: Que la vida de Harry fuese feliz y la casa Tomlinson supiera darle un hogar.

Y si no hay justicia en este mundo y sólo le deparará dolor y desgracia a su pequeño hermano, que fuese corto y este pueda descansar en paz con la difunta reina.


¿Qué tal?

Gracias por leer.

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