28-. Misericordia

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MISERICORDIA

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Así que desnudé mi piel, y conté mis pecados, y cerré los ojos y dejé que eso calara en mí. Y estoy desangrándome, desangrándome por ti.

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La mañana fue agitada, ruidosa y para cuando todos pudieron abordar los carruajes y batir las riendas de los caballos, muchos miraron por las ventajas cargando consigo un dejo de ansiedad. Louis, en su caso, tenía que lidiar con demasiadas cosas en su cabeza. En este viaje no contaría con el lord comandante de la guardia, porque era su deber encargarse de supervisar la colaboración de los cazadores del desierto para vigilar las fronteras, mientras que Zayn se encargaba del resto de los asuntos del reino. En su lugar llevaba consigo a un escuadrón de guardias donde incluía a los más cercanos a Harry. Allí recaía otra parte de sus problemas durante esa revoltosa mañana. No llevarían a Ashton, porque el omega despertó con los innegables síntomas de un celo y decidió que quería pasarlo solo. El viaje no se podía retrasar siquiera unas horas, así que Harry subió desanimado al carruaje con el zorro que adoptó en brazos. Quien serviría a Harry esos días sería Cara, y aunque con ella también guardaba una amistad, no era lo mismo. Por si fuera poco, Luke organizaba a los guardias bajo sus órdenes como si se tratara de un hombre ausente y sin alma, por razones que apostaba eran parecidas a las de Harry. Pero lo peor llegó cuando despuntó el medio día, y una acalorada discusión entre Danielle y su esposo dictaminó que debían preparar un carruaje extra porque ambos omegas se negaban a viajar en el mismo espacio.

Este, que era un viaje pacífico y con fines meramente políticos, parecía más caótico que las expediciones a Hiems.

Les esperaban tres días de camino, pero al ser una ruta frecuentada por nobles se encontraba plagada de puestos de comida, villas y ostentosas posadas para descansar durante la noche y reanudar el viaje. Los consejeros de la capital se encargaron de reservar habitaciones para los príncipes y acompañantes, así como los demás nobles que los seguían. La posada contaba con todo lo necesario para recibir a la realeza y atender no sólo a sus guardias sino también cuidar de la salud de los caballos para garantizar el resto del viaje.

Esa primera posada, en particular, los recibió con una cena que bien podía ser la continuación del banquete que tuvieron en el cumpleaños de Harry. Muchísima comida, licor y música. Louis se permitió distraerse en un juego de cartas con Niall y para cuando terminó la tercera ronda donde el rubio ganó con creces, notó que en su descuido había permitido que Harry se emborrachara.

Lo podía ver allí, sentado en una de las mesas con Barbara que, también exhibiendo el rubor de la embriaguez, reía quizá demasiado alto por la jocosa canción que uno de los artistas de la posada cantaba. Si ambos se encontraban en ese estado, era porque hacía horas que habían delegado el cuidado de Jacob a las nanas en la habitación continua a la del matrimonio Horan.

Harry era una combinación de risas, mejillas rosadas, labios brillantes y hoyuelos marcados. Llevaba abierta la túnica y debajo su camisa gris estaba salpicada de hidromiel en algunos sitios, y nuevas gotas se alojaron en la tela cuando el menor tomó una de las jarras de madera de la mesa y la consumió en prolongados tragos hasta vaciarla. Louis no sabía en qué momento Harry se había acostumbrado tanto al alcohol.

—Amor, creo que es momento de marchar a dormir—interrumpió en la conversación que los omegas apenas reanudaban. Harry lo miró y le dio una extensa sonrisa. De un animado salto dejó su asiento y cayó en los brazos de Louis.

Príncipe. » l.s | YA EN TIENDAS|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora