EXILIO
¿Hace ruido un árbol al caer si nadie lo escucha?
Despertó antes del alba, con la habitación vacía y envuelto en el grueso edredón de su cama. Por un momento se quedó simplemente quieto, tocando la fábrica de la tela que lo protegía del frío, tomando un respiro del aroma que se aferraba a su almohada y de cómo se sentía el colchón bajo su cuerpo. Había vivido en esa habitación por años, toda su vida. Allí su madre le contaba historias de guerreros y magos, de viajeros que descubrieron el mundo. Lo abrazaba con amor y cantaba una suave canción para ayudarle a dormir. Los cojines apilados en una esquina, cerca del balcón, olían a ella, estaban impregnados con su perfume y a veces Harry prefería dormir ahí, de manera que pudiera soñar con ella y volver a los días donde no era tan repudiado en el castillo. Ahora iba a perder eso, porque sólo lo que empacaron la noche anterior sería el equipaje que viajaría con él.
Ya no tenía nada de su mamá, y la idea le hizo soltar una lágrima.
Salió de la cama, sabiendo que ningún sirviente iría a ayudarlo esa madrugada. Hacía mucho frío para tomar un baño, así que utilizó sus fragancias para tener algo de aseo y vistió –para animarse un poco, quizá– su túnica preferida color esmeralda. Le daba brillo a su piel y resaltaba sus ojos. Pero no era como si nadie más que Gemma y él lo apreciaran.
Del escritorio de caoba tomó un pequeño libro de tapa de cuero, tenía las hojas en blanco porque iba a utilizarlo como diario durante el viaje, pero como tenía prohibido llevarse algo más, lo escondió bien entre sus ropas, junto a una pluma y un tarrito de tinta sellado con cera, que ocultó en la bolsita colgada en el cinto de su pantalón.
Harry sabía que una vez se subiera a ese barco, no le iba a importar realmente a nadie. Que no era más que una mediación política y si algo aprendió durante la guerra pasada –escuchando a escondidas a su padre y hermano discutiendo en los pasillos– era que las condiciones siempre podían cambiar. En cualquier momento, estallaba una guerra y él no sería más que un rehén. En unos meses, el alfa al que será entregado, podría querer a una bonita omega de la cual sí quisiera presumir; y lo dejaría en el olvido o como un esclavo.
Harry temía quedarse en el olvido, y por eso pretendía documentar todo lo que le sucediera desde el momento que zarpe el barco y se convierta en un exiliado.
Porque al menos alguien debía encontrar sus recuerdos y de esa forma... Así podría justificar que vivió y sufrió su existencia.
Desde que comenzó a vestirse escuchó el ruido colándose por la ventana. La tripulación que lo iba a transportar ya debía estar terminando de prepararse en el muelle. ¿Habrían buscado un sacerdote para bendecir el viaje?
Las manos le temblaron, porque ahora había ruidos de movimiento en el pasillo y sabía lo que eso implicaba.
Venían los guardias.
Tomó un profundo respiro, se dio la vuelta y enfrentó la puerta con una expresión que esperó fuera serena, que disimulara cómo le temblaba todo el cuerpo ante la idea de estar rodeado durante días por desconocidos.
Dos fuertes golpes, firmes contra la puerta, lo sobresaltaron.
—Sí... Adelante —balbuceó, carraspeando luego para aclarar la duda en su voz.
Dos guardias, con pasos pesados por las armaduras y una lanza en cada mano diestra, lo miraron sin expresión alguna. El más alto alzó un poco la barbilla antes de hablar:
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Príncipe. » l.s | YA EN TIENDAS|
FanfictionLa reina Anne de Vitrum Maritima falleció, llevándose consigo la alegría del reino, la tranquilidad de sus tres hijos y la sensatez del rey Desmond. El monarca se enfrascó en una guerra con la intención de conquistar reinos vecinos y así escapar del...