2. Cautiverio

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Advertencia: Leer con discreción. Este capítulo contiene escenas de maltrato físico y sexual.




No puedes despertar, este no es un sueño. No eres más que una máquina, no un ser humano.

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Aquel primer par de días amenazó con destruir los nervios de Harry, hasta el punto de la paranoia. Aun cuando su único escape a todo lo que estaba pasando era dormir, no podía hacerlo pues temía que en cualquier momento ese apestoso y pesado alfa apareciera en su puerta y le pusiera las manos encima. En dos días no había dejado que nadie entrara a la habitación, e incluso se resfrió porque utilizó toda el agua del baño adjunto para quitarse de encima el olor ajeno, y estaba helada. En las pocas horas que el sueño lo venció, alguien se las arregló para meter una bandeja con agua y pan, y dejarla sobre la mesa. No dejó ningún olor fuerte, y Harry sospechaba que se trataba de algún omega.

Si bien sus días en el castillo eran solitarios y callados, encerrado tomando lecciones o leyendo, por las tardes siempre tenía la compañía de su madre, y luego de la muerte de esta, la de su hermana.

Tras esos dos días, ya tenía claro que no era una pesadilla, no iba a despertar en la recámara del castillo.

Y lo más terrible –pensó mientras era una bolita de frazadas y ropa arrugada en la cama– era que, de volver a su hogar, sería peor.

—♕—

La puerta se abrió, pero sin el estruendo ni el olor que le advertían a Harry que podría ser un alfa. Por el umbral cruzó un muchacho delgado, como él, de cabello liso con algunas ondulaciones y color como la miel bajo el sol. Sus ojos eran una llamativa combinación entre el verde y el ámbar. Su olor era tenue y dulce, y Harry pudo respirar tranquilo porque sabía que era un omega, como él.

—Está despierto, príncipe —musitó el muchacho, y alzó un poco la bandeja que tenía en las manos, para justificar su presencia.

Sólo entonces Harry notó como tenía las manos cerradas con fuerza sobre la cama, con las piernas tensas listas para saltar. Cuando intentó hablar, sintió la garganta oprimida, así que tuvo que carraspear.

—No soy un príncipe —respondió, su voz sonó gangosa y rara, tenía más de un día sin hablar y sentía la garganta rasposa por el resfriado.

El joven ladeó la cabeza, algo confundido, y pasó el peso del cuerpo de un pie al otro.

—Ah, ¿no? Creí... En el barco dicen...

—Pue... ¿Puedes, por favor, entrar y cerrar la puerta? —preguntó con nerviosismo, imaginando que algún alfa podría entrar.

El chico asintió, cerró la puerta con una patada y avanzó con cautela hasta que pudo dejar la bandeja de comida sobre la cama. Harry notó que esta vez no era sólo pan, tenía queso, uvas y un vaso de leche. Su estómago rugió, porque en el castillo nunca le faltaron sus tres comidas y todas las meriendas que pedía. Desde que llegó al barco sólo había comido dos veces.

—Gracias... —Dejó la frase en el aire, pues no sabía el nombre del muchacho. A la vez tomó una hogaza de pan y la mordió con cuidado.

—Ashton, mi maestro. —respondió animado cuando captó el gesto, como si estuviese feliz de servirle, lo que le sacó una mueca extraña a Harry—. Ash.

Príncipe. » l.s | YA EN TIENDAS|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora