4. Encuentro forzado

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Bo Ah observó la hora, eran las diez treinta de la noche y aunque normalmente se acostaba más tarde, cuando Yunho no estaba en casa solía dormir alrededor de esa hora, así que apagó el televisor y subió las escaleras hacia su habitación. Se quitó la ropa que llevaba y se dio una ducha rápida. Cuando salió del baño le extrañó notar que la ropa que había dejado en la cama no estaba en el mismo sitio.

—Debe ser mi imaginación —dijo en voz alta, tomando la ropa para tirarla al cesto de ropa sucia.

Luego, sacó unas bragas blancas de algodón de una de las gavetas y una pequeña bata del mismo color. Se quitó la toalla, su cuerpo desnudo se reflejaba en el espejo de fondo. Y aunque no había nadie en la habitación sintió cierta aprehensión, como si alguien la observara. Nuevamente descartó esa sensación y se vistió rápidamente, se metió a la cama y apagó la luz. Cerró los ojos sorprendiéndose de lo rápido que el sueño se apoderaba de ella. Abrió los ojos de repente, le pareció haber escuchado pasos en la habitación. No podía ser nadie, vivía en uno de los barrios más seguros de la ciudad, pensó encogiéndose de hombros.


Se hallaba profundamente dormida, cuando el pesó de un cuerpo aprisionando el suyo la despertó. Abrió los ojos de inmediato, un hombre con una máscara oprimía su cuerpo, al tiempo que la amenazaba con el frío filo de una navaja.

—Si gritas no dudaré en cortar tu cuello —dijo el desconocido con voz rasposa—. Solo quédate quieta.

—¡No me haga daño! —Imploró Bo Ah, su ser entero temblaba imaginando que aquel hombre podría ser un asesino y estaba allí no solo para violarla, sino también para matarla.

Y para ella, ninguna de las dos era una opción.

—Hueles muy... bien —susurró el hombre, aspirando el aroma de su cabello recién lavado, al tiempo introducía una de sus manos dentro de sus bragas.

Bo Ah permanecía inmóvil, temiendo que el mínimo movimiento le orillara a usar el cuchillo. El sentido de supervivencia luchaba contra el sentido de la dignidad.

¿Qué debía hacer?

La respuesta surgió en ese instante, el tipo se distrajo para bajar el cierre de su pantalón, lo que aprovechó ella para saltar fuera de la cama. Estaba por llegar a la puerta, su corazón latía a mil; pero el intruso la derribó, batiéndose sobre ella con más saña. Bo Ah gritaba pidiendo ayuda; pero su casa estaba en el fondo de la calle, por lo que era casi imposible que alguien pudiese escucharle.

Estaba sola.

—¡No me toque! —Ahora luchaba, sin importarle lo que pudiera hacerle. Prefería la muerte que ser ultrajada.

—¡Ya quédate quieta! —le dijo el intruso, dándole varias bofetadas. Un hilo de sangre se escurrió por uno de sus labios y se quedó quieta el tiempo suficiente para que su agresor le amarrara las manos en la espalda, devolviéndola nuevamente a la cama. Sacó un pañuelo de su pantalón y amarró su boca para que dejara de hacer ruido—. Ahora estas como me gustan.

Iba a disfrutar cada centímetro de su cuerpo.

Bo Ah respiraba dificultosamente mientras el pasaba el filo de la navaja por su cuello para luego cortar en dos, la pequeña bata que llevaba puesta. Cuando sus pechos estuvieron expuestos, deslizó el filo de la navaja por sus pezones... para luego cubrirlos con su boca, degustándolos con avidez, succionándolos... Sigue el recorrido de su cuerpo hasta llegar a sus bragas. También las cortó en varios pedazos, rosando su clítoris con la fría empuñadura de la navaja. Ella hizo un respingo y contorsionó su cuerpo, temerosa. Cerró los ojos cuando lo sintió en su entrepierna, rosando sus muslos con su erección... hasta llegar a su abertura, podía sentirlo allí. Estaba a punto de penetrarla, de invadir su cuerpo que solo le había pertenecido a su marido. Se retorció sobre la cama, haciendo el momento más placentero para su atacante, verla resistirse le excitaba aún más, aumentando de tamaño su ya enorme erección.

Él la escuchó gemir cuando se clavó en ella y sonrió levemente.

—¿Te gusta verdad? —decía entrando y saliendo vertiginosamente, invadiéndola por completo una y otra vez, funcionándose su carne firme y dura, con la de ella, suave y húmeda —. Sé que te gusta.

Ella movía la cabeza de un lado a otro negando, mientras él la embestía salvajemente. Le quitó la venda de la boca para escucharla. Ella gritaba presa del placer, de la enajenación, gemía sin control, cada vez más fuerte.

—¡Ah...! ¡Ah...! ¡Así...! ¡No pares...! ¡Viólame...! ¡Házmelo a la fuerza...! ¡Así!

Su rostro estaba transfigurado, sus ojos parecían ver a través de la máscara que el llevaba.

Él tapó su boca con su mano y se echó sobre ella, dejando caer todo su peso; pero sin dejar de moverse, sin dejar de arremeter contra ella... hasta verterse deliciosamente en su interior, al mismo tiempo que ella se quedaba quietecita debajo de su cuerpo, enajenada de placer.

Se quitó entonces la máscara para besarla.

—Te amo—susurró Yunho cayendo al lado de su mujer.    

—Yo también te amo...  

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