1. Buenas intenciones.

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Esta historia empezó con toda inocencia, al menos desde la perspectiva de Jayden. Su única intención era ser amable con sus nuevos vecinos, llevándoles un pastel que ella misma había preparado. Ya lo había hecho con otra familia y como resultado, mantenían una buena amistad. Eran los Evans y vivían al final de la calle, frente a la avenida principal. Pero esta no era una familia, sino una pareja de recién casados iniciando una nueva vida. O, al menos, es lo que se imaginaba por sus edades, y por el hecho de que no tenían niños. Observó su imagen en el espejo junto a la puerta, lamentándose de aquel rostro que aunque hermoso, a sus dieciocho años seguía teniendo mucho de infantil. No era algo que debiera importarle, después de todo, solo estaba siendo una buena vecina. Pero la verdad es que deseaba encajar con aquel matrimonio, quizás entablar una amistad; pero con su apariencia infantil era poco probable que le tomaran en serio. Aquella tarde lluviosa, se puso un impermeable y cruzó la calle hacia la casa de los Jung-Kwon. (Así decía su buzón). Jayden llevaba el pastel en la mano, cubierto para protegerlo de la lluvia. Era un pastel de queso con cubierta de fresa. Observó sus autos estacionados frente a la vivienda de dos altos, la mejor de toda la calle. Debían ganar muy bien para tener autos como aquellos, entre ambos podrían sumar alrededor de quinientos mil dólares. Atravesó el umbral y justo cuando estaba por tocar el timbre escuchó lo que en primer momento le pareció una mujer llorando. Se detuvo preocupada de interrumpir una discusión, y con cuidado de no ser descubierta, observó por una esquinita de la ventana lo que estaba sucediendo dentro de la vivienda. Su rostro se puso rojo como un tomate y se apartó con rapidez de la ventana. Sus vecinos estaban teniendo sexo en medio de la sala. Era mejor marcharse y regresar más tarde cuando hubiesen terminado. Pero de los nervios, tiró una maceta de flores que hizo un gran estruendo al hacerse pedazos contra el suelo. Maldijo entre dientes, apretando los ojos asustada.

―¡Hay alguien afuera!

―¿Estás segura?

―Sí, escuché un ruido. 

―Iré a ver.

Jayden no tuvo mucho tiempo para pensar, lo único que se le ocurrió fue tocar a la puerta, obsequiarles el pastel y fingir que no había visto nada. Pero en el momento que su vecino abrió la puerta, agitado y sudoroso por el sexo, un choque eléctrico atravesó todo su cuerpo, deteniéndose en su bajo vientre. Era un hombre de unos veintisiete, como había calculado de lejos, de más de un metro ochenta, fuerte, de músculos definidos pero nada exagerados. Pero lo que más la impactó fue todo ese aire de masculinidad que exhalaba por cada poro de su piel. Era tan distinto de los chicos de la preparatoria, niños ingenuos que no paraban de hablar de juegos de vídeos y trivialidades similares. Su vecino en cambio era un hombre, un hombre al cual había visto en plena acción.

―Es solo una niña del vecindario ―le dijo a su mujer, abotonándose la camisa―. ¿En qué puedo servirte? 

Jayden maldijo una vez más sus facciones aniñadas, justamente la estaba viendo del modo que quería evitar, vistiéndose como una persona más adulta. Aunque por la lluvia aquella ropa había quedado debajo del impermeable y lo único que él tenía delante de sí, era su rostro casi infantil.

―Les traje un pastel de bienvenida ―dijo con una sonrisa―. Espero les guste.

―Nos trajo un pastel ―se dirigió a su mujer.

―¿En serio? ―preguntó está asomándose a la puerta. Ya se había vestido―. ¡Que tierna!

Era una mujer bonita, eso debía reconocerlo; pero menudita, apenas si le llegaba a los hombros. Jayden se sonrojó al recordar lo que estaban haciendo minutos antes.

―¡Muchas gracias! ―se adelantó la mujer, tomando el pastel.

―Eres la única que nos ha dado la bienvenida ―agregó su esposo―. Gracias por el detalle.

Jayden le sonrió como una boba, alertando a su mujer, quien dejó entrever una sonrisita divertida.

―A sus órdenes ―continuó Jayden―, hornear pasteles es algo que disfruto mucho. Pero... debo disculparme con ustedes. Hace un momento, por descuido rompí uno de sus maceteros.

―No te preocupes ―dijo la mujer―. Eso no es nada. Pero aun no te has presentado, dinos, ¿cómo te llamas?

―¡Cierto...! Mi nombre es  Jayden, vivo en la casa de al lado, con mi hermana mayor Yura. Aunque generalmente ella está de viaje. Es asistente de vuelo.

―¡Oh, vives aquí cerca! ―dijo la mujer pensativa―. Mi nombre es Kwon Bo Ah y él es mi esposo Jung...

―Jung Yunho ―se le adelantó él, cuando Bo Ah estaba por presentarlo―. Mucho gusto, será un placer para nosotros ser tus vecinos.

―Ahora, debemos retirarnos ―finalizó Bo Ah―. Estábamos en medio de... una plática interesante. ¿Verdad mi amor?

―Sí... muy interesante ―enfatizó Yunho, haciendo una reverencia antes de cerrar la puerta.

Una hora después, recostada en su cama Jayden continuaba repasando la escena que por accidente, observara a través de la ventana. Era la primera vez que se encontraba abiertamente con una escena de sexo. Escuchó el ruido de un motor en la calle, ya reconocía de quien era el auto. Se asomó discretamente a la ventana, Bo Ah estaba en el asiento del conductor, mientras su esposo caminaba hacia el asiento del pasajero. Era una pareja tan sofisticada, que sentía cierta envidia al verlos. Su casa era grandiosa, sus autos de lujo, su ropa de diseñador... y ambos eran atractivos, realmente eran el prototipo ideal de una pareja joven. Regresó a la cama en cuanto se marcharon, cerró los ojos para revivir la escena en su mente. Bo Ah se hallaba de rodillas sobre un sillón gimiendo, ese era el ruido que había escuchado. Yunho, la sujetaba por la cintura al tiempo que la embestía desde atrás con toda la maquinaria de su cuerpo. Era un hombre tan masculino y bien dotado, que pensar en él, le hacía empapar su biquini de florecitas rosas.     

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