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Raleigh, Carolina del Norte.
Junio 2015.

Me fumaba un cigarrillo. Eso iba a deteriorar a mi hombre natural; pero podría regenerarme, ahora mismo no iba a preocuparme de ello. Inhalé el humo y eché mi cabeza hacia atrás.

Observé la majestuosidad de la noche, estrellas titilaban sobre cortinas negras, hermoso. Hubo una época en que los cielos eran mi morada. Ahora me conformaba con verlo desde abajo. Patético.

Mis sentidos me alertaban de pasos acercándose. Me quejé, seguro tenía que lidiar con un grupito de jóvenes borrachos, comida rápida para los vigilantes, sí supieran cuanto los vicios atraen a demonios menores, dejarían esas mierdas de lado. Resoplé con frustración. Aragón me había pedido que me alejara de Emma, lo hice, me encontraba a unas 10 horas de distancia. Desde entonces el trabajo aumentó para mí. Estar aquí se estaba convirtiendo en una autentica basura, ya tenía mis dosis de ella, me estaba hartando. Doscientos años y me había ensuciado tanto que dudaba que aun existiera algo de etéreo en mí, buscaba la redención y luego «plop» el sonido de la esperanza fallida, siempre había mierda en mi camino y al parecer yo la tomaba.

¿Acaso amaba más al mundo natural que al sobrenatural? ¿Por qué no podía hacer las cosas bien? ¿Por qué me atraían tanto las pasiones de esta vida? Así como Eva, probé del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, y cedí al mal.

Un gruñido bajo me abandonó.

Yo no era un títere de este cuerpo. Yo era un maldito guerrero y me iba a rehusar a que el hombre natural me dominara.

Los sonidos se hacían más fuerte. Levanté mi rostro.

Me ensimisme en su silueta, corría apresurada, como si fuera perseguida por el mismísimo Lucifer. Por su complexión física, era una niña bastante baja y delgaducha. Miré a mi alrededor, la zona estaba limpia, desprovista de vigilantes. Crucé mis brazos sobre mi pecho y esperé. La humanidad seguía importándome, estaba en mi naturaleza, el pacto eterno grabado en mi interior siempre iba a permanecer, era irrevocable. Con alas o sin ellas.

¿Quién en su sano juicio bajaría a la playa a medianoche? Seguro alguien bajo las influencias de las drogas y el alcohol. Gruñí. No quería lidiar con una adolescente borracha.

Ella se adentró sin miedo, las olas arreciando, cubriendo sus muslos. Me senté recto. La vi alejarse más, a lo profundo. Cuando la marea se la tragó supe que algo no estaba bien. Lo poco etéreo en mí vibró. Ella quería morir, y ¡malditos demonios si yo iba a cargar con otra muerte en mi conciencia! Me apresuré a llegar, el agua fría me caló en los huesos. Me sumergí, no la veía, regresé a la superficie, tomé aire suficiente y me sumergí de nuevo, la encontré. La tomé y como pude salimos de las enfurecidas aguas.

La arrojé a la orilla. Maldita fuera, me costaba respirar, aún así me enfoqué en ella. Tomé el pulso en su cuello, no había latidos. Apliqué RCP.

— 1 - 2 - 3 —coloqué mis manos en su pecho, presionando más fuerte—. Vamos... —repetí la acción, una vez, dos veces...

—Está de regreso, aún no es su hora —su ángel guardián habló y lo miré con ira. Sin dejar de presionar su esternón, le ordené:

—Vamos, mujer, respira, respira...

Ella tosió y se levantó de golpe. Ahora yo también podía respirar.

—Gracias al Creador —dije, y me desplomé en la arena. Escuchaba los sonidos que salían de su boca. Limpié mi cara. Estaba empapado hasta los tuétanos.

El beso de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora