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En las profundidades del Seol y guardados bajo oscuridad, aquella abominable criatura se retorcía. Los poderes se sentían tan atraídos en imitar al Creador que observaban embelesados y sin inmutarse, el dolor del nacimiento de uno de los suyos.

Los gritos de Nulka eran de total sufrimiento, cientos de gusanos (de un tamaño desproporcionado para dicha especie), se arrastraban sobre él, comiendo la carne podrida que cubría su mortal cuerpo. Tales alaridos de dolor se escuchaban a ambos lados del abismo.

Agares, conocido entre los suyos como el Gran Duque, era el comandante de treinta y cinco legiones del este del abismo, y demostraba su despotismo a cada paso. Con furia en su andar se precipitó para acelerar el proceso de aquella blasfemia en contra de todo lo creado, mas Belfegor detuvo su paso. Un gruñido bajo se escuchó de aquel señor y Belfegor le mostró sus dientes anunciando entre gruñidos ininteligibles a oídos humanos: -El destructor no tiene idea de lo que aquí acontece -ante esas palabras Agares soltó un rugido animal.

Pero el demonio de la pereza; temiendo que el amo y señor de aquellas áridas tierras amarrará su cabeza a una de las ruedas de su carruaje infernal por simple diversión, siguió insistiéndole.

El Gran Duque no tuvo más remedio que escucharle, pero el deseo ferviente de arrancar de cuajo la cabeza de aquel entrometido demonio fue demasiado intenso para ignorarlo, sin embargo, por ahora, y solo por ahora le necesitaba, pero en su mente maquiavélica deseaba atar el cuerpo de aquel enano al lago de fuego y azufre para observar como era devorado una y otra vez por el Leviatán, sonrió con malicia y se alejó.

Belfelgor arrugó su pronunciada frente, su aspecto era abominable, estaba de pie, su cuerpo pequeño y desgarbado se encontraba desnudo, así mismo sus pies largos y deformes, una cola sobresalía a su andar. Su rostro de facciones endurecidas y crueles se mostraban inexpresivos, pero su nariz, pronunciada en demasía, se arrugó como cual animal olfateaba a su presa, sus orejas puntiagudas se levantaron como si percibiera que estaba cerca y su boca enorme se extendió en una malvada sonrisa al percatarse de que había dado con ella.

Rió profundo, una risa como hienas en celo salió de su boca y anunció:

-Duque, creo que la hermosa y apetecible Salomé desea ser partícipe de este acontecimiento.

Las facciones de Agares se contrajeron, su rostro humano sin ninguna gracia mostró su ira, se desvaneció y en segundos estaba en la habitación golpeando el cuerpo de la arpía contra las ásperas y rugosas paredes de aquella fosa infernal, sus alas de murciélago se batían con fuerza, despedían la furia que de él emanaba, y sus garras hirieron a Salomé en el hombro despojándola de un grito de dolor que complació a Agares, pues se alimentaba del sufrimiento, luego se acercó a ella y en voz baja advirtió:

-No eres bienvenida -Salomé se quejó.

-El necesitará comer, yo puedo ofrecerme -dijo la arpía con voz temblorosa.

Agares frunció el entrecejo y rugió, su aliento nauseabundo bañaba el rostro de la arpía haciendo que ésta ladeara su rostro.

-Eso crearía un vínculo contigo -su tono molesto, la arpía lo creía estúpido e intensificó su agarre en su hombro haciéndole más daño- ¿crees que no me doy cuenta de lo que tramas? -rugió con ferocidad.

Salomé no se inmutó, había esperado dos siglos para este momento.

-Necesitarás de alguien, aunque él -anunció desviando su mirada ante aquella criatura-, ya haya estado en la superficie, necesitará regenerarse, un cuerpo nuevo -observó como las pupilas del demonio se dilataban, no había pensando en ello, después de tono no era tan listo, así que prosiguió-, será más fuerte si soy yo quien lo alimente. Yo te he servido por mucho tiempo, desde que llegué aquí me tomaste, ahora me necesitas.

Aquella declaración hizo rugir al demonio, él no necesitaba de nadie, y que ella osará a decir tales palabras le enfurecieron, sin embargo, ella tenía razón, esa cosa necesitaba un nuevo cuerpo y al darse cuenta de que en su interior le daba la razón a la arpía deseó desgarrar su carne, pero a lo único que llegó fue a clavar más las garras que apresaban su hombro, cortando así la escamosa piel de Salomé. Ella ahogó un sollozo de dolor y la sangre comenzó a correr por su brazo.

-Intenta engañarme -pronunció con pereza, tomándose su tiempo- y la pagarás muy caro. El sufrimiento que has llevado hasta ahora no será nada en comparación a la tortura venidera ­-la soltó con desagrado e instintivamente ella se llevó su mano al hombro.

Agares le dio la espalda y Salomé levantó su rostro, su mirada era tan fría que si fuese posible podría congelar el infierno.

Un alarido llamó su atención, la criatura le necesitaba, los gusanos del abismo estaban por acabar. Ella solo tendría que alimentarlo por un par de días, era todo cuanto necesitaba. Un lote de almas estaba por llegar, seleccionaría a las más jóvenes. Él consumiría su alma, timaría la esencia de su espíritu, después de que su criatura acabara con ellas, esas pobres y penosas almas serían desechos en el Seol, alimentos para el Leviatán. Y él, Nulka, se levantaría; y con ello, pensó para sí:

«El linaje angelical se vería manchado, y aquél al que una vez amó, pagaría muy caro su rechazo y actual sufrimiento».

Mientras tanto, Agares sonreía con satisfacción; por fin alguien caería, después de milenios de haberse suscitado la rebelión, alguien iba a caer, ya no serían apresados en las fosas infernales por faltas mayores; como Adiel, el pobre Arcángel se confabuló con la bruja de Jezabel, y ahora pasaba su condena en una de las fosas, pero sin verdaderamente experimentar el sufrimiento que les sobrevino a los que siguieron al precioso lucero, solo estaba ahí, siendo resguardado hasta el día del juicio, mientras que él, como otros más, se convertían y se consumían en aquello que jamás imaginaron.

Agares, que se creía el centro de todo lo creado, estaba seguro que había logrado buscar una manera de que sus antiguos hermanos cayeran. Ya no más castigos endebles, al Creador no le quedaría de otra que aborrecerlos, ya no más convertirse en desertores, gruñó ante aquella palabra, eso no era un castigo, era un paseo por la tierra del Creador, un descanso de las obligaciones celestiales, ellos merecían caer de verdad, pensó con desagrado, ellos deberían convertirse en lo que los demás, al seguir a Lucifer, se habían convertido.

Por siglos había esperado el momento, fijado el objetivo, preparado el cebo, y él había caído. Por fin uno cedería, caería en verdad. La oscuridad consumiría la luz de su espíritu. Ya no más castigos piadosos para sus faltas.

Y así, el que una vez fue su hermano en los vastos terrenos celestiales, iba a sufrir de una caída muy dolorosa. Por fin su venganza se vería consumada.

El beso de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora