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Viajábamos en un incomodo silencio. Tenía ganas de azotarme.

¡¿En qué pensaba?! ¡¿Pensé tan siquiera algo?!

Miré de reojo. Ella estaba absorta en sí misma. ¡Cielos! No quería estar en su lugar. Ella los vio, estaba seguro que ahora su mente buscaba una explicación aceptable dentro de la lógica humana a todo este asunto.

La lógica de mi mundo era diferente: inexplicable, intangible, inverosímil.

¿Y las palabras de Aragón? Juré por todo lo sagrado. Él  hablaba en acertijos. Por una vez en su vida, ¿no podía ser normal? No, siempre complicándolo todo. ¡Como si mi vida fuese tan simple!

Tenía una infinidad de ira burbujeando en mi pecho, y yo era un completo idiota. ¡La había besado! No sólo eso, me había excitado como la primera vez que realicé el cambio, con una intensidad que sólo sentí una vez en mi existencia humana.

Resoplé con frustración y exclamé con fuerza:

- ¡Malditos caídos! -mi puño golpeó con violencia el volante.

Un suave murmullo llenó la cabina del auto. Suspiré hastiado de la situación. Redujé la velocidad y aparqué el auto, apagué el motor y giré mi cuerpo. Isabel se encontraba estática, su vista al frente, con su mandíbula apretada y rostro inexpresivo, ella no mostraba nada, ni miedo, ni angustia, nada. Tenía delante de mí a una mujer vacía. Inhalé profundo.

-Isabel... -ella me encaró y gesticuló.

- ¿Puedes llevarme a casa, o me bajo aquí y me voy por mi cuenta? -el movimiento de sus manos reflejaban su ira. La miré, sus ojos eran fríos.

- ¿Se puede saber qué diablos te pasa? -espeté airado.

Estaba preocupado por ella y resulta ser que ella estaba molesta conmigo. ¿Cuán loco era eso? Sus ojos se ampliaron y sus manos se movieron con fuerza.

- ¿Qué quieres de mí? ¿Vas a decirme que no debiste besarme? Anotado, no tienes que decirme nada.

Ella había perdido la cabeza. La observé y me di cuenta de que era una persona insegura. Lastimada. Agaché mi cabeza. Era una maldita loca, es que eso ni quiera había pasado por mi mente. Me reí por lo bajo. Las mujeres estaban chifladas, siempre sacando conclusiones erróneas, lo peor de todo era que las creían.

Levanté mi rostro, ella estaba colorada, los oficios de su nariz dilatados, en un abrir y cerrar de ojos la acción que realizó me borro la sonrisa. Abrió la puerta del auto y se bajó. ¡Cielos! Rápidamente hice lo mismo.

-Isabel, vuelve aquí -anuncíe. Nada, ella siguió caminando- ¡Maldita sea! No eres una mocosa, así que vuelve aquí, ¡Ahora! -exigí, estaba indignado por su reacción y mi paciencia tenía un límite-. No eres una maldita sorda. Sé que me escuchaste perfectamente, trae tu culo de regreso aquí -rugí.

Mis declaraciones detuvieron su marcha. Ella se tornó lentamente, al encararme observé sus manos, ella gesticuló:

-No, soy una maldita muda.

¡Oh, mierda! Cerré mis ojos y eché a correr, fui por ella.

-Oye, espera, espera por favor -dije mientras corría, la alcancé, ella no se detuvo-. Lo siento, ¿está bien? Fui un completo imbécil -confesé. Ella me miró por unos momentos; pero luego retomó su marcha. Me pasé las manos por mi cabeza, debía actuar.

Tomé su cintura y pegué su espalda a mi pecho, ella emitió un suave quejido de sorpresa, agaché mi cabeza y susurré a su oído: -Me estoy disculpando, Isabel, créeme, no es muy común en mí -aspiré su aroma, ella olía muy bien-. Disfruté besándote, de hecho lo volvería hacer mil veces, disfruté de tus labios... de tu lengua en mi boca. Lo que ocurrió minutos atrás no tenía nada que ver... -dudé, porque claro estaba que había buscado problemas debido a ello; pero si he de condenarme, qué mejor forma que esa, continúe:-. No me arrepiento, si eso es lo que está maquinando esa cabecita tuya -di un toquecito ahí, con suavidad-. No me arrepiento -dije de nuevo. Tratando de convencerla.

El beso de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora