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Mi sonrisa se ensanchó al verla sonrojarse. Isabel era hermosa de una manera que jamás iba a comprender. No poseía una belleza por la cual muchos matarían; pero había en ella algo sublime, algo que me incitaba a estar cerca, y eso hice. Coloqué mis manos en la mesa, incliné mi cuerpo hacia adelante y presioné mis labios sobre los de ella, y en ningún momento cerré mis ojos, así que pude apreciar sus pupilas dilatadas y el momento exacto cuando su cuerpo se relajó y sus ojos se entrecerraron.

Besé su boca con frenesí, como hombre en el desierto al encontrar un oasis. Su boca, su aliento, su sabor, eran mi deleite, mordí su labio superior necesitando que ella abriera más esa dulce boca, y cuando colocó sus manos en mi pecho mi cuerpo se emocionó... para luego con un sutil empujón apartarme. Estreché mis ojos y ella sonrió. La miré con detenimiento y le fruncí el ceño, pensé que al colocar sus manos sobre mi pecho ella iba a entregarse a mi beso, no fue el caso, sólo lo hizo para alejarme. Fruncí mi boca y me levanté.

-Andando, mujer -acucié. Si me quedaba más tiempo iba a besarla y estaba seguro que los presentes no iban apreciar mi arrebato, ni mi forma de hacerlo.

Ella me miró por unos instantes, negó con su cabeza y se levantó. Al salir de la pequeña tienda el aire salado nos recibió, era una noche fresca. Ella alisó su femenina camiseta y metió sus manos en los bolsillos traseros de su pantalón. Su cabello estaba un poco más largo; pero siempre por encima de sus hombros. La miré con detalle, no parecía una mujer de 23 años la que estaba delante de mí. Isabel llevaba consigo ingenuidad; pero también una mirada de preocupación, como la de quien había probado lo peor de esta vida. Me acerqué y ella se tensó, lo hacía con mucha frecuencia, así que no la acorralé, no como me hubiera gustado hacerlo. Tomé su cintura y pegué su cuerpo al mío, despacio y midiendo sus reacciones. Con ella siempre tenía que ir despacio, y él que no pudiera tenerla me estaba consumiendo. Besé la punta de su nariz y barrí con mis labios su mejilla hasta llegar al lóbulo de su oreja.

-Me gustas mucho -susurré, y lo hacía, ella tenía algo que me atraía, que me hacía querer cometer las peores locuras.

Sus manos se aferraron a mis brazos y jamás cruzó su mirada con la mía, su frente descansó en mi pecho. Suspiré pesadamente porque comencé a sentir su tristeza, y no entendía el porqué. No dije nada más, me alejé un poco y tomé su mano. Retomamos el camino hasta su auto en silencio y una idea comenzó a formarse en mi cabeza. Si la arpía estaba detrás de ella y un demonio mayor quería reclamarla, lo más sensato era que ella permaneciera a mi lado.

-Isabel -llamé, su rostro se volcó hacia el mío- ¿Quieres conocer donde vivo? -sus ojos se abrieron como platos, comenzaba a darme cuenta de lo impulsivo que había sido- No hoy, tal vez otro día, ¿ver una película? -pregunté esperanzado.

Esa era una actividad muy de mortal. Debía de servir para algo. Lo cierto era que deseaba que estuviera conmigo, hoy. Sus hermosos ojos verdes me escrutaron. Hubo duda en ellos. Balanceó su cuerpo poniendo un pie sobre el otro. Su ceño se frunció, soltó mi mano y gesticuló.

-Puedo hoy -me sonrió, esa hermosa y delicada sonrisa surcó sus labios. Mordí mis labios y con mi pulgar acaricié los suyos. Era consciente de que estaba jugando con fuego; pero mantenía la esperanza de salir con vida.

 Era consciente de que estaba jugando con fuego; pero mantenía la esperanza de salir con vida

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El beso de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora