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Charlotte.
Septiembre 2015.

Me habían dado una paliza. La legión tenía sus métodos de tortura y les encantaban los desertores, no éramos comida para ellos, sino más bien diversión, y ellos sabían divertirse. Esa misión había sido un completo y absoluto desastre, desde esa mañana en que Jaén me dio las bienaventuradas noticias supe que no iba a ir bien. Tenía el sello de fracaso por todos lados, si bien Caliel fue un experto guerrero, faltaba en él algo esencial, poder etéreo, y los demás desertores eran guardianes. Gamaliel nos había provisto de sus mejores hombres; pero cuatro nefilims inexpertos, sin contar con la ayuda de un guerrero como Aragón o Ageo daba como resultado una misión fallida. La legión siempre buscaba un premio, en esta ocasión fui yo, había sido retenido y molido por una legión de demonios menores.

-Jaén está haciendo lo suyo, es hora de moverse -anunció Clarión señalando en dirección a Helena-. Es tuyo ahora -concluyó él.

Ella sacó un pequeño frasco y jugueteó con el frente a mí.

-Abre esa boquita, dulce angelito, necesito que por lo menos puedas levantarte, no sé con qué tanto te tocó lidiar...

-No vas a envenenar esté cuerpo, ¿cierto? -pregunté con desconfianza. Ella revoleó sus ojos.

-Eso quisiera; pero esto lo envió Elisabeth, dijo que podía ayudarte, vamos, deja de ser una niña -le quité el pequeño frasco de sus manos y lo bebí de un tirón.

- ¡Maldita sea! Eso sabe horrendo -ella sonrió con malicia- ¿Qué mierda me diste a beber? Eso es peor que tragar sangre de demonio, Helena -reclamé.

-No dije que fuese ambrosía, cariño -dijo con voz dulce.

Negué con mi cabeza y me levanté. ¡Cielos! Dolía muchísimo. Me costó un testículo levantarme.

-Jaén va a llevarte a la mansión -pronunció Clarión.

-Eso sí él desea hacerlo -le recordé.

-Lo hará -sentenció.

Asentí, estaría muy agradecido si recibiera un poco de ayuda, no creía posible moverme por mis propios medios. Sólo esperaba que Jaén no fuese un idiota recordándome este momento por la eternidad.

-Necesitamos movernos -informó Jaén. Lo miré.

- ¿Estás de acuerdo con esto? -le solté mirando su rostro, su mirada fue a mi cuello y torso, apreté mis manos en puños-. Sí, puedes mirar, jugaron conmigo hasta dejarme seco y por poco no fríen mi cerebro. Todo eso que hemos escuchado por los siglos, es verdad, cuál ser angelical o desertor que caiga en sus manos, sufre, así que si miraste lo suficiente, te pido... por favor, que me saques de aquí-dije tajante.

Mi cuerpo era un maldito circo. La legión me torturó, se burló, jugó con mi mente implantando imágenes execrables, estuvieron a punto de romperme, de gritar haber deseado la muerte, de suplicarle al Creador que quitará de mí el aliento de vida...

-Lo siento, yo debí estar ahí -anunció Clarión cortando mis lúgubres recuerdos, sus palabras dejaron con rostros demudados a los dos ángeles presentes, sus palabras claramente me afectaron, también me dieron una idea de lo mal que me veía.

Respalde sus palabras con una inclinación de mi cabeza. Jaén se acercó a mí en silencio y me apoyé en él, en un destello estaba en una habitación de la mansión. Gamaliel y Elisabeth aguardaban por mí.

- ¡Oh, por todo lo sagrado! -escuché la exclamación de la esposa del anciano. Cerré mis ojos y exhalé, con la ayuda de Jaén me recosté en la amplia cama. Me estaba adormeciendo, mis ojos se sentía pesados.

El beso de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora