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Raleigh.
Diciembre 2015.

-Vamos cariño, ve con ellos, vas animarte -la voz suave de Indira me sacó de mi ensimismamiento.

Desde hacía un par de semanas me encontraba así, retraído, me sentía en otra piel, como si fuese otro hombre, ellos habían dicho que me aferraba a mi humanidad tanto como me era posible, no les presté atención a esas palabras, ahora las tenía muy en cuenta. Ellos habían tenido razón.

- ¿Vienes? -Helena se había acercado- Ella te tiene afecto, estoy seguro que se alegrara de verte -dijo en un susurro bajo-, es una fecha un tanto extraña para ella, necesitará compañía.

Sí, hoy era una fecha extraña para Emma. El Creador le permitía cumplir un año más de vida; pero esta fecha traía consigo sentimientos de desasosiego y desgracia.

No deseaba acompañarlos; me sentía fuera de lugar y cargaba un humor de mierda. Si iba terminaría por arruinarles el día; pero le había dicho a ella que podía contar conmigo, ¿qué clase de amigo era sino estaba ahí para festejar su cumpleaños?

La razón de mi mal carácter era debido a una mujer, y ella se veía feliz, sin mí. La primera vez que los vi juntos los celos hicieron su morada en mi alma, me consumieron. Fui un idiota. Él era mejor para ella, yo terminaría lastimándola. Complicándole su existencia mucho más de lo que ya la tenía; pero por todo lo sagrado, deseaba verla. Habían pasado tres semanas desde la última vez que la vi, que la había besado. Al recordar el suceso, algo dentro de mí vibró. Era lo mismo cada vez que traía a memoria ese momento, no entendía la reacción de mi alma.

Y es que las cosas se habían complicado en el clan, los ataques a la ciudad celestial iban en aumento. Mi trabajo se había triplicado, y con todo lo que me acechaba no quería correr el riesgo de hacer de ella un farol para aquellos malditos demonios; así que deje de frecuentarla, aún deseando con locura poder verla, mirarla, besarla de nuevo.

-No estás aquí -la voz de Helena me trajo al presente-, es la chica, ¿cierto? -me reí por lo bajo.

-No somos amigos, consorte...

-A veces se necesita de uno -me recordó con tranquilidad. La observé por un largo momento, sus ojos eran parecidos a los míos. Negué con mi cabeza, denotando que no necesitaba de su amistad-. Aquí estaré cuando me necesites -insistió ella con amabilidad, mis ojos se estrecharon. Ella no era amable. Helena reviró sus ojos-. Entonces, vete al infierno -dijo con desdén, me carcajeé. Está era la Helena que yo conocía y al cual estaba acostumbrado. Ella comenzó su marcha- ¡Mueve tu culo, Efrom! -exclamó.

Me reí y la seguí. Al cruzar el umbral de la puerta me crucé con un par de fríos ojos azules. Ah, demonios. Él iba a molestarme. Iba a seguir mi camino cuando su voz me detuvo:

-Gracias -dijo.

Detuve mi andar y lo encaré. Sus ojos evidenciaban lo que de su boca había salido. Yo realmente estaba confundido, no merecía su gratitud.

- ¿Por qué me agradeces? -pregunté.

-Nos ayudaste, la ayudaste...

-No -negué con vehemencia-, yo sólo hice mi trabajo -él me observó con atención.

-Lamenté muchísimo lo que ocurrió con Katherine -apreté tanto mi mandíbula que pensé iba a fracturarse-. No eres indigno, guerrero -me recordó-, te suplico, por favor, aceptes mi gratitud -dijo en tono solemne.

Asentí, más que nada porque deseaba que desapareciera de mi vista; pero el muy bastardo no lo hizo. Mi entrecejo se frunció.

-No querrás darme un abrazo, ¿cierto? -su boca se levantó en un amago de sonrisa, luego su actitud se endureció.

El beso de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora