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Gruñí perceptivamente y ella se alteró. Apreté mis ojos y llevé mi puño a mi frente.

¡Malditos demonios, mil veces malditos!

La silla chirreó y mis ojos se abrieron. Ella se había levantado, miraba hacia el suelo, una actitud de total sumisión, como aquella niña retraída a la que le hubieran dado una reprimenda.

—No pasa nada... —dudé, no sabía cómo empezar todo esto—, ¿Estás asustada? —me sentía estúpido todo esto era estúpido...

—Sí.

¡Qué mierda!

Mis ojos se abrieron con total y absoluto asombro. Su voz fue un murmullo sutil, débil. Me froté la cara con mis manos, la miré de nuevo, ella seguía en la misma actitud y yo estaba confundido, sus ojos eran puros, ella no estaba bajo el dominio de los poderes.

Tomé una fuerte respiración y mis ojos se estrecharon. Llevé mis manos y tomé mi cabeza, nunca aparte mis ojos de su rostro y ella se notaba nerviosa, sus ojos nunca hicieron contacto con los míos.

Dije lo primero que se me ocurrió, porque al estar a merced de este cuerpo me volvía obtuso.

— ¿Sabes quién eres? —está vez levantó su rostro, estaba sonrosada, y sonrió, lo hizo como jamás la vi hacerlo. Era fascinante.

—Sí, y...—hizo una pausa, su voz era débil, áspera, bajo la cabeza y susurro un débil:

— ¿Tú quién eres? —mis rodillas flaquearon.

Paseé mis manos por mis cabellos y me acerqué, ella al ver mi reacción apresurada se apartó y reposó su cuerpo en una de las paredes, poco le falto para ser una sola pieza con el papel tapiz.

— ¿No me recuerdas? —pregunté sin más.

Sus ojos se estrecharon, movió ligeramente su cabeza y su boca se arrugó, me miró de nuevo, sus ojos escaneándome. Negó con su cabeza.

No podía ser... Ella no me recordaba.

Solté un improperio que alteró sus nervios, pero me importó poco.

— ¡¿QUÉ DIABLOS PASA AQUÍ?! —grité.

Había perdido el juicio. La puerta se abrió y Helena entró.

Mis ojos se encontraron con los suyos, la ira lo cubrió todo. En unos cuantos pasos estaba frente a ella y con rabia reclamé:

— ¿Sabías de esto? Sabías que ella iba a quedar...—miré hacia donde estaba Isabel y al verla agazapada en aquella pared mi enojo aumentó—... ¡¿ASÍ?! —vociferé iracundo.

La consorte me miró sin inmutarse. Mi ira no le afectaba. Se alejó unos cuantos pasos recobrando su espacio personal.

—Funciona de diferente manera, cada cuerpo y mente es distinto —anunció en voz baja.

Reí sin ton ni son.

—Ella se convirtió en una niñita—escupí entre dientes— ella es ahora alguien más indefenso —reclamé.

Helena suspiró.

—Hay más beneficios, te lo aseguro...

—A la mierda, Helena, ¡A LA MIERDA! —ante mi ataque verbal Isabel sollozó más fuerte. Suspiré, necesitaba salir de aquí.

—Efrom, las cosas pueden ser mejor de lo que piensas, ahora estás alterado...

Sus palabras apacibles no me calmaban, interrumpí su cháchara tomándola de su brazo, la arrastré conmigo y al llegar al pasillo sus ojos grises me taladraron.

El beso de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora