Ahora que lo pienso, sentía una inclinación por los dulces que más se parecían a las drogas. La mayoría de ellos no sólo eran dulces, también producían una reacción química. Hacían ruidos en tu boca o te ponían los dientes negros. Así que me convertí en traficante de dulces, distribuyendo la mercancía tan cara como yo quería porque nadie más tenía acceso a dulces durante las clases. Hice una fortuna -al menos quince dólares en monedas de un cuarto y de diez centavos- en el primer mes. Entonces alguien me delató. Tuve que entregar a las autoridades todos mis dulces y el dinero que había ganado. Desdichadamente, no fui echado de la escuela, sólo suspendido. Mi segundo proyecto fue una revista. En la tradición de Mad y Cracked, se llamaba Stupid. La mascota era, no muy diferente a mí, un chico dientón, narigón y con acné que usaba una gorra de base ball. La vendía por veinticinco centavos, los cuales eran pura ganancia porque fotocopiaba las páginas gratis en Carpet Bran, donde mi padre trabajaba. La máquina era barata y gastada, con un olor agrio como a carbón y nunca fallaba en ensuciar todas las seis páginas de la revista. Sin embargo, en una escuela hambrienta de porquería y bromas sucias, Stupid rápidamente tuvo éxito -hasta que me atraparon de nuevo. La Directora, Carolyn Cole -una mujer alta y jorobada, con anteojos y cabello castaño y rizado apilado sobre su rostro de pájaro- me llamó a su oficina, donde me esperaba un cuarto lleno de administradores. Ella puso la revista en mis manos y exigió que explicara las caricaturas sobre mexicanos, escatología y, especialmente, el Kuwatch Sex Aid Adventure Kit, el cual era anunciado conteniendo un látigo, dos vibradores tamaño gigante, una caña de pescar, flecos para pezones, lentes protectores, un par de medias de red y una placa de perro de bronce. Como sucedería después muchas veces mas en mi vida, me interrogaban incesantemente sobre mi trabajo -sin entender si se trataba de arte, entretenimiento o comedia- y me pedían una explicación. Entonces exploté y, en mi rabia, lancé los papeles al aire. Antes de que el último tocara el piso, Mrs. Cole, con la cara roja, me ordeno que tomara mis tobillos. De la esquina de la habitación, tomó un palo, el cual había sido tan sadisticamente diseñado por un amigo en clase de taller que tenía pequeños agujeros para minimizar la resistencia del viento. Recibí tres fuertes y rápidos azotes cristianos. Para entonces, yo estaba verdaderamente perdido. Durante los seminarios de los viernes, las chicas ponían sus bolsos bajo las sillas de madera sobre las cuales se sentaban. Cuando se agachaban, yo me tiraba al piso y robaba el dinero para su almuerzo. Si descubría alguna nota o carta de amor, las robaba también y, en favor de la justicia y la libertad de expresión, las entregaba a las personas a las cuales estaban dirigidas. Si tenía suerte, causaban peleas, tensión y terror. Yo ya había estado escuchando rock n'roll por años, pero como mi penúltimo proyecto, decidí empezar a sacar dinero de ello. La persona que me prestó mi primer álbum de rock fue Keith Cost, un muchacho corpulento, lento y estúpido que parecía de treinta años pero en realidad iba en tercer grado. Después de escuchar Love Gun de Kiss y jugar con la pistola de juguete que venia con él, me convertí en un miembro fanático del Kiss Army y en el orgulloso propietario de incontables muñecos, comics, playeras y loncheras de Kiss, ninguna de las cuales me dejaban llevar a la escuela. Incluso mi padre me llevó a ver su concierto -mi primer concierto- en 1979. Unos diez adolescentes le pidieron su autógrafo porque estaba disfrazado como Gene Simmons en la portada de Dressed to Kill -traje verde, peluca negra y maquillaje blanco. La persona que irrevocablemente me introdujo a la música rock y al estilo de vida que la acompaña fue Neil Ruble: él fumaba cigarrillos, tenía bigote real, y supuestamente había perdido su virginidad. Entonces, naturalmente, yo lo idolatraba. Medio amigo, medio abusador, él me abrió las puertas a Dio, Black Sabbath, Rainbow -básicamente todo lo que tuviera que ver con Ronnie James Dio. Mi otra inagotable fuente de recomendaciones musicales era la escuela cristiana. Mientras Neil me iniciaba en el heavy metal, ellos llevaban a cabo seminarios sobre mensajes ocultos. Llevaban discos de Led Zeppellin, Black Sabbath y Alice Cooper y los tocaban a todo volumen a través del sistema de sonido de la escuela. Diferentes maestros se turnaban en la tornamesa, girando los discos al revés con su dedo índice y explicando los mensajes ocultos. Por supuesto, la música más extrema con los mensajes más satánicos era exactamente la que yo quería escuchar, principalmente porque estaba prohibida. Solían mostrarnos fotografías de las bandas para asustarnos, pero lo único que lograron fue que decidiera que quería el pelo largo y un arete como los rockeros de las fotos. En la parte superior de la lista de enemigos de mis maestros estaba Queen. Estaban especialmente en contra de We Are The Champions porque era un himno para los homosexuales y, tocado al revés, Freddie Mercury blasfemaba, "mi dulce Satán." Sin contar el hecho de que ya nos habían enseñado que Robert Plant decía exactamente lo mismo en Stairway to Heaven, una vez que plantaron la noción de que Freddie Mercury decía "mi dulce Satán," lo oíamos cada vez que escuchábamos la canción. En su colección de álbumes satánicos también se encontraban Electric Light Orchestra, David Bowie, Adam Ant y todo lo demás con temas gay que les dieran la oportunidad de vincular la homosexualidad con conducta perversa. Pronto, los paneles de madera y las vigas del techo en mi cuarto del sótano estuvieron cubiertas con fotos de Hit Parader, Circus y Creem. Cada mañana despertaba observando a Kiss, Judas Priest, Iron Maiden, David Bowie, Mötley Crue, Rush y Black Sabbath. Sus mensajes ocultos me habían alcanzado. El elemento fantástico de mucha de esta música pronto me condujo a Dungeons & Dragons. Si cada cigarro que fumas te quita siete minutos de tu vida, cada juego de Dungeons & Dragons que juegas retrasa la pérdida de tu virginidad siete horas. Era tal clase de perdedor que solía caminar por la escuela con dados de veinte caras en mis bolsillos y diseñaba mis propios módulos como El Laberinto del Terror, El Castillo Tenemouse y Las Cuevas de Koshtra, una frase que, mucho mas tarde en mi vida, se convirtió en la expresión usada para nombrar la sensación de haber inhalado demasiada cocaína. Naturalmente, no le agradaba a ninguno de los chicos de la escuela por que jugaba Dungeons & Dragons, oía heavy metal y no asistía a sus reuniones juveniles ni a sus actividades sociales como quemar álbumes de rock. No encajaba mejor con los chicos de la escuela pública, quienes solían patearme el trasero diariamente por ser un mariquita de escuela privada. Y no había patinado mucho desde que Lisa me llenó de mocos. Mi única otra fuente de amigos era un grupo de estudio y juego para hijos de padres que habían estado en contacto con Agente Naranja durante la guerra de Vietnam. Mi padre, Hugh, era mecánico de helicóptero y miembro de las Ranch Hands, el grupo encubierto responsable de lanzar el peligroso herbicida sobre todo Vietnam. Así que desde el día en que nací hasta el final de mi adolescencia el gobierno nos traía a mi padre y a mi a un centro de investigación para estudios físicos y psicológicos en busca de efectos desfavorables. No creo que haya habido alguno, aunque mis enemigos podrían no estar de acuerdo. Uno de los efectos que el químico tuvo sobre mi padre fue que como él había hecho de conocimiento público algo de información sobre el Agente Naranja, que tuvo como resultado una historia de primera plana en el Akron Beacon Journal, el gobierno auditó severamente sus impuestos durante los cuatro años siguientes. Como yo no estaba deforme, yo no encajaba con los otros niños en el grupo de estudio del gobierno ni en los retiros para niños cuyos padres estaban demandando al gobierno por exposición al químico. Los otros niños tenían miembros protéticos, irregularidades físicas y enfermedades degenerativas, y no sólo era yo comparativamente normal sino que mi padre había sido quien realmente había rociado esa cosa sobre sus padres, la mayoría de los cuales eran soldados americanos de infantería. En un esfuerzo por acelerar mi delincuencia y alimentar mi creciente adicción al dinero, pase de traficar dulces y revistas a traficar música. Los únicos chicos de mi vecindario que también asistían a la Heritage Christian School eran dos hermanos delgados, típicos americanos, de la iglesia de los santos de los últimos días con el mismo corte de cabello militar. El hermano mayor, Jay, y yo no teníamos nada en común. Él sólo se interesaba en la Biblia. Yo sólo me interesaba en el rock y el sexo. El hermano menor, Tim, era más rebelde. Así que de la misma forma en que Neil Ruble me inició en la música rock, yo introduje a Tim al heavy metal y abusaba de él el resto del tiempo. A él no le permitían escuchar música en su casa, así que le vendí una barata reproductora de cintas negra con grandes botones rectangulares y un asa en un extremo. A continuación, necesitaba algo de música para esconder bajo su cama con la reproductora. Así que empecé a hacer viajes regulares en bicicleta hasta un lugar llamado Quonset Hut, en el cual no dejaban entrar a menores ya que también vendían drogas además de discos. Yo me veía exactamente de mi edad -quince- pero nadie me detenía. De todas formas no importaba ya que las pipas, pinzas, bongs y otros artefactos para fumar marihuana eran completamente un misterio para mi. Cuando Tim empezó a comprar las cintas al precio que yo les decía que había pagado por ellas, me di cuenta de que había por lo menos un centenar más de clientes potenciales en la escuela. Empecé a comprar todos los álbumes mostrados en los seminarios sobre mensajes ocultos y a venderlos a los chicos de la escuela, desde los de tercer grado hasta los de la clase de avanzados. Un álbum de W.A.S.P. pagado a siete dólares en Quonset Hut valía veinte dólares en la Heritage Christian School. En vez de malgastar mis ganancias comprando cintas para mi mismo, decidí tan sólo robar los álbumes que había vendido. Como había un sistema de honor en la escuela, ninguno de los lockers estaba bajo llave.
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Larga y Dura Huida del Infierno
Teen FictionDe los escenarios a la cárcel, de los estudios de grabación a las salas de urgencias de los hospitales, del pozo de la desesperación a los primeros puestos de las listas musicales. Larga y Dura Huida del Infierno es la crónica del descenso de Manson...