Hasta donde yo sé, no hay una sola palabra en las oraciones que pida inteligencia.
-Bertrand Russell, Has Religion Made Useful Contributions to Civilization?
Había escrito, había llamado, había suplicado. Finalmente, me concedió una cita durante un descanso en la gira de Nine Inch Nails de 1994, el teléfono del hotel sonó.
"El doctor quiere conocerlo," dijo la voz de una mujer, firme y ronca. Le pregunté si al doctor le gustaría ver nuestro show la noche siguiente. Yo sabia todo lo que había que saber sobre el doctor pero él sabía muy poco sobre mí.
"El doctor nunca sale de su casa," replicó fríamente.
"Bien, ¿cuándo quiere que vaya? Estaré en la cuidad por pocos días."
"El doctor de verdad quiere conocerlo," contestó. "¿Puede venir esta noche entre la una y las dos?"
No importaba a que hora me llamara el doctor ni a que lugar me invocara, yo planeaba estar ahí. Yo lo admiraba y respetaba. Teníamos muchas cosas en común: ambos teníamos experiencia como artistas extravagantes, habíamos puesto maldiciones exitosamente a otras personas, estudiamos criminología y a los asesinos seriales, encontramos un espíritu similar en los escritos de Nietzsche, y habíamos construido una filosofía en contra de la represión y a favor del no conformismo. En pocas palabras, ambos habíamos dedicado la mejor parte de nuestras vidas a echar abajo el cristianismo con el peso de su propia hipocresía, y como resultado habíamos sido usados como chivos expiatorios para justificar la existencia del cristianismo.
"Oh," añadió la mujer antes de colgar. "Asegúrese de venir solo." El doctor era el nombre preferido de Anton Szandor LaVey, fundador y alto sacerdote de la Iglesia de Satanás. Lo que casi todos en mi vida –desde John Crowell hasta Ms. Price- habían malentendido acerca del satanismo es que no se trata de sacrificios rituales, profanar tumbas o adorar al diablo. El diablo no existe. El satanismo se trata de adorarte a tí mismo, porque tú eres responsable de tu propio bien y mal. La guerra del cristianismo contra el demonio siempre ha sido una guerra del hombre contra sus instintos más naturales –el sexo, la violencia, la autogratificación- y la negación de la pertenencia del hombre al reino animal. La idea del cielo es tan sólo la forma cristiana de crear un infierno en la Tierra. No soy y nunca he sido un vocero del satanismo. Es simplemente una parte de mis creencias, junto con el Dr. Seuss, Dr. Hook, Nietzsche y la Biblia, en la cual también creo. Sólo que tengo mi propia interpretación. Esa noche en San Francisco, no le dije a nadie a donde iba. Tomé un taxi hasta la casa de LaVey en una de las calles más transitadas de la ciudad. Vivía en un edificio negro común y corriente rodeado por una elevada barda de alambre de púas. Después de pagarle al taxista, caminé hasta la puerta y noté que no había ningún timbre. Mientras consideraba dar vuelta y regresar, la puerta se abrió con un rechinido. Estaba tan nervioso como emocionado, porque, a diferencia de la mayoría de las experiencias en las que conoces a alguien que idolatras, yo sabía que esta no me defraudaría. Tímidamente entré a la casa y no vi a nadie hasta que estaba mitad de las escaleras. Un hombre gordo de traje con un mechón de cabello negro grasoso cubriéndole la calva estaba de pie en la parte superior. Sin decir una palabra, me hizo un ademán para que lo siguiera. En todas la veces que visité la casa de LaVey, el hombre gordo nunca se presentó ni habló. Me condujo a un pasillo y cerró tras de sí una pesada puerta, que bloqueaba la luz completamente. Ni siquiera podía ver al hombre gordo para seguirlo. Cuando comenzaba a sentir pánico, me tomó del brazo y me jaló el resto del camino. Cuando dábamos vuelta por el corredor, mi cadera chocó con la perilla de una puerta, haciendo que girara brevemente. Furioso, el hombre gordo me alejó de ella de un tirón. Cualquier cosa que se encontrara tras de ella estaba prohibida para las visitas. Finalmente abrió una puerta, y me dejó solo en un estudio apenas iluminado. Junto a la puerta había un retrato generosamente detallado de LaVey de pie junto al león que tenía como mascota. La pared opuesta estaba cubierta de libros –una mezcla de biografías de Hitler y Stalin, horror de Bram Stoker y Mary Shelley, filosofía de Nietzsche y Hegel y manuales de hipnosis y control mental. La mayoría del espacio estaba ocupado por un sofá, sobre el cual colgaban varias pinturas macabras que parecían haber sido tomadas de Night Gallery de Rod Serling. Las cosas más extrañas en la habitación eran la cuna gigante en la esquina y la televisión, la cual parecía fuera de lugar, un artículo de consumismo desechable en un mundo de meditación y desprecio. A algunas personas les parecería cursi. Para otras sería atemorizante. Para mi, era emocionante. Varios años atrás había leído la biografía de LaVey escrita por Blanche Barton y me impresionó lo inteligente que parecía. (En retrospectiva, creo que el libro pudo haber sido un poco predispuesto ya que la autora también es la madre de uno de sus hijos.) Todo el poder que LaVey tenía lo había ganado gracias al miedo –el miedo del público a una palabra: Satanás. Al decir a la gente que era satanista, LaVey se convirtió en Satanás en sus ojos- lo cual no es muy diferente a mi actitud al convertirme en una estrella de rock.
"Uno odia lo que teme," había escrito LaVey. "He adquirido poder sin ningún esfuerzo consciente, sólo siendo." Esas líneas pudieron fácilmente haber sido algo que yo hubiera escrito. Igual de importante, el humor, el cual no tiene lugar en el cristianismo, es esencial en el satanismo como una reacción válida a un mundo grotesco y deformado, dominado por una raza de cretinos. LaVey había sido acusado de Nazi y de racista, pero de lo que se trataba en realidad era de elitismo, el cual es el principio básico detrás de la misantropía. De alguna forma, su elitismo intelectual (y el mío) es en realidad políticamente correcto porque no juzga a la gente por su raza o credo sino por el alcanzable criterio de la inteligencia. El pecado más grande en el satanismo no es el asesinato, ni la amabilidad. Es la estupidez. Originalmente le había escrito a LaVey no para discutir sobre la naturaleza humana sino para pedirle que tocara el theremin en Portrait of an American Family, porque había oído que él era el único ejecutante registrado de theremin en América. Él nunca respondió la petición directamente. Después de estar solo en la habitación por varios minutos, una mujer entró. Usaba un llamativo delineador azul, un peinado innatural de cabello decolorado secado con pistola, y lápiz labial rosa embarrado como el dibujo de un niño que colorea por fuera de las líneas en un libro para iluminar. Usaba un ajustado suéter de casimir azul pastel, minifalda y pantimedias color natural con un cinturón elástico de los cuarentas y tacones altos. Detrás de ella venía un niño pequeño, Xerxes Satan LaVey, quien corrió hacia mí y trató de quitarme mis anillos.
"Espero que se encuentre bien," dijo Blanche incomoda y formalmente. "Soy Blanche, la mujer con quien habló por teléfono. Salve Satán." Sabía que debía responder con algún tipo de frase formal que terminara con "Salve Satán," pero no pude obligarme a hacerlo. Parecía tan vació y ritualista, como el usar uniforme en la escuela cristiana. En vez de eso, solo miré al chico y dije,
"Tiene los ojos de su padre," una línea de Rosemary's Baby que estoy seguro que ella conocía. Al tiempo que salía, sin duda desilusionada por mis modales, Blanche me informó, "El Doctor vendrá en un minuto." Las formalidades que había visto hasta ahora, combinadas con todo lo que sabía sobre el pasado de LaVey –como entrenador de animales en un circo, asistente de mago, fotógrafo policíaco, pianista de cabaret y demás- me hicieron esperar una gran entrada. No me desilusionó. LaVey no entró al cuarto, apareció en él. Lo único que faltó fue el sonido de una explosión y una nube de humo. Usaba una gorra de marinero negra, traje negro y lentes oscuros, aún cuando estaba dentro de su casa a las 2:30 a.m. Caminó hacia mí, me dio la mano y dijo inmediatamente en con su ronca voz,
"Aprecio el nombre Marilyn Manson porque junta dos extremos diferentes, al igual que el satanismo. Pero no puedo llamarte Marilyn. ¿Puedo llamarte Brian?"
"Claro. Como se sienta más cómodo," repliqué.
"Debido a mis relaciones con Marilyn en los sesentas, me siento incómodo porque ella tiene un lugar especial en mi corazón," dijo LaVey, cerrando los ojos gentilmente mientras hablaba. Siguió hablando sobre la relación sexual que tuvo con Monroe que comenzó cuando él era el organista en un club en el que ella era desnudista. En nuestra conversación, él insinuó que su relación con él fue lo que hizo que la carrera de ella floreciera- el tomar el crédito por tales cosas era el estilo de LaVey, pero nunca lo hacía con arrogancia. Siempre lo hacía con naturalidad, como si fuera un hecho bien conocido. Removió sus lentes oscuros de su cabeza de gárgola, conocida por miles de adolescentes de la contraportada de La Biblia Satánica, e instantáneamente nos enredamos en una conversación intensa. Recién había conocido a Traci Lords en el backstage después de un show en el Universal Amphitheater en Los Angeles, y ella me había invitado a una fiesta la noche siguiente. No pasó nada sexual, pero fue una experiencia abrumadora porque ella era como una versión femenina de mí –muy mandona y constantemente jugando juegos mentales. Ya que LaVey había tenido una relación con otro símbolo sexual, pensé que tal vez él podía darme algún consejo sobre que hacer con Traci, por la cual estaba al mismo tiempo confundido y cautivado. El consejo que obtuve fue muy críptico, lo cual era sin duda otra forma de mantener su poder. Mientras menos te entienda le gente, más inteligente piensan que eres. "Siento que ustedes dos pertenecen el uno al otro, y pienso que algo muy importante está a punto de pasar con su relación," concluyó él. Sonaba más como el resultado de gastar cincuenta dólares y cinco minutos llamando a Psychic Friends Network que algo que esperarías que LaVey dijera. Pero fingí estar agradecido e impresionado, porque LaVey no era alguien a quien pudieras criticar.
Continuó compartiendo sórdidos detalles de su vida sexual con Jane Mansfied y dijo que después de todo este tiempo aún se sentía culpable por su muerte en un choque automovilístico porque él había puesto una maldición sobre su novio y manager, Sam Brody, después de una disputa con él. Desafortunadamente para Jane Mansfield, ella estaba con él esa noche en New Orleáns cuando esa pipa de insecticida chocó contra su auto, matando a ambos brutalmente. Aunque yo sospechaba de algunas de las declaraciones de LaVey, su retórica y su seguridad eran convincentes. Tenía una voz hipnotizadora, tal vez debido a su experiencia como hipnotista. La cosa más valiosa que hizo ese día fue ayudarme a comprender y aceptar el sentimiento de muerte, la dureza y al apatía que sentía por mí mismo y por el mundo que me rodeaba, explicándome que todo era necesario, que era una etapa intermedia en la evolución de niño inocente a un ser inteligente y poderoso capaz de dejar una marca en el mundo. Un aspecto de la personalidad de LaVey es que le gustaba compararse con estrellas como Jane Mansfield, Sammy Davis Jr. y Tina Louise de Gilligan's Island, quienes fueron miembros de la Iglesia de Satanás. Así que no fue una sorpresa que cuando me iba él me animo a traer a Traci de visita. El día siguiente, casualmente Traci voló desde Los Angeles para ir a nuestro show en Oakland. Yo estaba golpeado y herido después del concierto, así que ella vino al hotel, donde me dio un baño y me cuidó. Pero, de nuevo, no dormí con ella porque aún estaba determinado a permanecer fiel a Missi, aunque Traci era la primera persona que había conocido que era capaz de derretir mi voluntad. Le conté sobre mi reunión con LaVey y ella me dio todo un discurso sobre el destino, la resurrección y la vida después de la muerte. Ella no parecía comprender de que le estaba hablando, así que traté de darle una pista mientras me sumía en un sueño sin descanso:
"Este tipo tiene un punto de vista interesante, deberías escucharlo." Cuando la llevé a la casa de LaVey al día siguiente, ella se portó más cínica y soberbia de lo que yo me había portado –al principio. Ella entró con la idea de que él era un farsante y un mentiroso, así que debatía con él cada vez que no estaba de acuerdo con algo. Pero cuando él decía que un piojo tiene mas derecho de vivir que un humano o que los desastres naturales son buenos para la humanidad o que el concepto de la igualdad es una tontería, estaba preparado para respaldarlo inteligentemente. Ella salió de la casa en silencio con docenas de ideas nuevas girando en su cabeza. En esa visita, LaVey me mostró un poco más de la casa –el baño, el cual estaba cubierto con telarañas reales o falsas, y la cocina, infestada de serpientes, aparatos eléctricos y tazas para café con pentagramas. Como cualquier buen showman, LaVey sólo te dejaba saber sobre él en pequeños trozos y revelaciones, y mientras más información te daba más te dabas cuenta de lo poco que sabías sobre él. Casi al terminar nuestra visita, él me dijo,
"Quiero hacerte reverendo," y me dio una tarjeta roja certificándome como ministro en la Iglesia de Satanás. Que sabía yo que el aceptar esa tarjeta iba a ser una de las cosas más controversiales que había hecho hasta ese momento, en ese entonces me parecía (y aún es así) que mi ordenación fue simplemente un gesto de respeto. Fue como un grado honorario de una universidad. También fue la forma de LaVey de pasar la antorcha, porque él estaba semirretirado y cansado de pasar tantos años defendiendo el mismo argumento. Ningún músico de rock famoso ha defendido el satanismo en una forma tan clara, inteligente y accesible desde tal vez the Rolling Stones, quienes en Monkey Man inventaron una frase que podría haber sido mi credo, "Well I hope we're not too messianic/ or a trifle too satanic." Cuando me iba, LaVey puso su mano huesuda sobre mi hombro, y, mientras yacía ahí fríamente, me dijo, "Tú vas a dar una gran mordida. Vas a dejar una gran marca en el mundo." Las profecías y predicciones de LaVey pronto se hicieron realidad. Algo importante pasó en mi relación con Traci, y comencé a dejar una huella más grande en el mundo. Resultó que el día en que me convertí en satanista fue también el día en que las fuerzas cristianas y conservadoras se aliaron y comenzaron a movilizarse en mi contra. Justo después de nuestra reunión, me dijeron que el Delta Center, donde íbamos a trocar en Salt Lake City, no nos permitiría tocar con Nine Inch Nails. Nos ofrecieron, por primera vez pero no por última, dinero por no tocar, en esta caso 10,000 dólares. Aunque fuimos removidos del programa, Trent Reznor me invitó al escenario, y resumí mi acto entero en una simple acción, repetir "me quiere, no me quiere" mientras arrancaba páginas de la Biblia mormona.
Desde que la humanidad creo sus primeras leyes y códigos de conducta social, aquellos que osaran romperlos sólo tenían una técnica de evasión. Correr. Y eso fue lo que hice después del show, escapando hasta el autobús de la gira y escapando de una noche de encierro en la penitenciaría de Salt Lake City. Nunca recibimos nuestros 10,000 dólares, pero mi acto me pareció más valioso que el dinero. Habíamos hecho un escape de forma similar anteriormente en una de las ciudades más conservadoras de Florida, Jacksonville, donde los bautistas que gobernaban la ciudad habían amenazado con arrestarme después del concierto. Pero cuando regresamos a actuar a Jacksonville para nuestras primeras fechas como grupo principal después del tour con Nine Inch Nails, no tuve tanta suerte. Debajo de mis pantalones usaba mi ropa interior de hule con el agujero para el pene, el cual para entonces ya había reunido gran cantidad de manchas de sangre, saliva y semen. Como siempre, a mitad del show me quite la ropa hasta quedarme con la ropa interior de hule, me bañe de agua y me convulsioné violentamente, agitando mi cabello y mi cuerpo hacia atrás y adelante y enviando gotitas de agua a volar por todo el escenario. Ninguna parte inapropiada de mi cuerpo estuvo jamás expuesta porque mi pene estaba guardado seguramente dentro de su envoltura de hule. Pero el escuadrón anti-vicio, estacionado en cada salida del Club Five, vio lo que quería ver, a mí masturbándome con un dildo (el cual nunca tuve) y orinando sobre el público. Al final de nuestros shows solía embarrar mi rostro de lápiz labial y, si había chicas cerca del escenario a las que quisiera conocer, las tomaba y las besaba, dejando sobre sus rostros la marca de la bestia, la cual servía como boleto de entrada para el infierno que es y siempre será el backstage. Después de nuestra actuación, caminé hacia fuera del escenario y subí las escaleras que llevaban a los vestidores. Corriendo detrás de mí, sin embargo, venía Frankie, nuestro manager de tour. Se veía como Vince Neil de Mötley Crüe, sólo que con ojeras más grandes.
"La policía está aquí," dijo con pánico. "¡Y vienen a arrestarte!" Corrí hacia arriba e inútilmente intenté parecer respetable, lo que significaba quitarme mi ropa interior de hule y ponerme un par de jeans y una playera negra de manga larga. Había una gran conmoción en el vestíbulo, y dos policías encubiertos entraron y gritaron
"Estás bajo arresto por violar en código de entretenimiento para adultos." Me esposaron por detrás de la espalda, me escoltaron hacia fuera del club y me llevaron a la estación de policía. No estaba preocupado por que no parecían tener ningún resentimiento o algún sentimiento malévolo contra mí, tan sólo estaban haciendo su trabajo. Pero todo eso cambió en cuanto llegamos a la estación de policía, y me presentaron a varios grandulones vestidos de policías que se veían como si quisieran hacer algo más que sólo su trabajo. Uno en particular, con un grueso bigote negro, corpulento y con una gorra que decía 'Primera Iglesia Bautista de Jacksonville,' parecía tener algo en mi contra. Él y sus amigos policías hicieron numerosas bromas ignorantes a mis costillas, y después posaron junto a mí para varías fotografías, probablemente para que pudieran mostrar a sus esposas el mono con el que habían jugado en el trabajo. Era una noche lenta, y claramente yo era su diversión. Aún no tenía ninguna queja. Después de todo, entretengo a la gente. Pero entonces entro un coloso negro , posiblemente la persona más grande que haya visto en mi vida. Sus manos parecían hacer sombra sobre todo mi cuerpo y cada vena que palpitaba en su cuello era tal vez tan grande como mi propio cuello. Él me empujó hasta una pequeña celda con un misterioso artefacto de acero inoxidable que supuestamente era una combinación de retrete, lavabo y bebedero. Mientras trataba de adivinar que parte era el lavabo y cual el retrete, el coloso me ordenó quitarme el maquillaje. Todo lo que tenía era agua y toallas de papel, las cuales eran inútiles. Después de verme batallar, abrió la puerta y me dijo, "Usa esto," lanzando un contenedor plástico de limpiador de pisos color rosa. Con el rostro irritado y rosado, me senté en la celda desmoralizado y abandonado, esperando ayuda del mundo exterior. El coloso regresó, azotando la puerta tras de sí. "Muy bien," me ordenó con una voz que sacudió la habitación. "Vas a tener que quitarte toda la ropa." No importa que tan exhibicionista seas, cuando estás desnudo frente a alguien que mide varias veces tu tamaño con el poder de hacerte cualquier cosa y salirse con la suya, repentinamente a prendes a apreciar el rayón, el algodón, el poliéster y todas esas maravillosas telas que protegen tu cuerpo del contacto físico directo. Lentamente, cuidadosamente y con la constante amenaza de muerte en sus rudas y callosas manos, me revisó por arriba, por abajo y por dentro.
Cuando se fue, una discusión comenzó del otro lado de la puerta de mi celda. El coloso estaba discutiendo con otros dos oficiales. En mi mente, yo trataba de imaginar lo que estaban discutiendo porque sabía que el resultado de su discusión determinaría mi suerte en la cárcel. Finalmente decidí o que alguien quería soltarme por falta de evidencia o que alguien quería ser mi nuevo novio. La discusión terminó y el coloso regresó y me preguntó tan cortésmente como pudo, aunque pude notar que en realidad se sentía avergonzado, "¿Dónde está el dildo?" Antes de que pudiera contener mis instintos de sabelotodo, respondí coquetamente, "¿Para qué quieres un dildo?" Y ahí fue cuando el infierno se desató. Su rostro se volvió rojo como si hubiera sido quemado con una plancha, su pecho se expandió como el del Increíble Hulk, y lanzó mi cuerpo pálido, desnudo y tembloroso contra la pared. El otro policía, el golpeador bautista, presionó su rostro contra el mío y, enviando su tibio aliento de cerdo por mi garganta, me interrogó. Tuvimos una discusión tan larga como el concierto sobre la existencia del dildo con el que supuestamente había cometido actos lujuriosos y obscenos. Después de un rato, parecieron ceder, y una vez más discutieron entre ellos, tratando de averiguar si habían cometido un error. Cuando terminaron, el coloso me ordenó vestirme y me lanzó a otra celda con media docena de gente que ni siquiera se sentaba en la misma banca que yo porque mi apariencia los asustaba. Mi único compañero era un tipo con el rostro y la capacidad mental de un chico de ocho años y el cuerpo de un solitario y obeso abusador de niños. Se veía como yo imaginaba a Lenny de Of Mice and Men. Me dijo que su madre, con la cual aún vivía, lo había denunciado por falsificar un cheque con su nombre. Quería preguntarle si lo habían aprehendido al tratar de pasar el cheque en una tienda de donas, pero esta vez mi autocontrol y mi buen sentido me hicieron comportarme. Nuestra conversación me recordó la primera vez que conocí a Pogo, ya que Lenny comenzó a darme consejos sobre como ahorrar tiempo al deshacerte de cadáveres. La única diferencia es que este tipo en realidad había matado a alguien, y su método fue el mismo que Pogo y yo habíamos ideado para Nancy: fuego. Durante las siguientes nueve horas, Lenny me cortejó, regularmente interrumpido por los policías, quienes seguían paseándome por toda la estación para presumir su presa. Después del octavo desfile de la noche, no me regresaron a la celda de los detenidos. En vez de eso me dijeron que me iban a transferir con la población general. En el camino, me llevaron con una enfermera, quien me aplico un examen psicológico. Cualquier psicópata inteligente sabe como lidiar con un examen como ese: Hay repuestas para personas normales, respuestas para personas dementes y también hay preguntas capciosas en las cuales tratan de atrapar a la gente desquiciada para ver si tan sólo fingen ser normales. Miré las preguntas
"¿Qué siente con respecto a la autoridad? ¿Cree usted en dios? ¿Está bien lastimar a alguien si te lastima primero?"- y les dí las respuestas que querían, evitando así unas cortas vacaciones en el ala de psiquiatría.
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Larga y Dura Huida del Infierno
Teen FictionDe los escenarios a la cárcel, de los estudios de grabación a las salas de urgencias de los hospitales, del pozo de la desesperación a los primeros puestos de las listas musicales. Larga y Dura Huida del Infierno es la crónica del descenso de Manson...