Después de meses de rechazo y masturbación, conocí a una porrista rubia llamada Louise cuando estaba ebrio de Colt 45 durante un juego de foot ball preparatoriano en una comunidad campesina fuera de Canton llamada Louisville. Aunque yo no lo sabía en ese momento, ella era la Tina Potts de Louisville: la puta local. Ella tenía labios gruesos, nariz chata y grandes y ardientes ojos, como si fuera mitad mulata y mitad Susana Hoffs de The Bangles. También tenía cierto parecido con Shirley Temple, porque era bajita y de pelo rizado, pero parecía interesarle más el sexo que el baile. Ella fue la primera chica en darme sexo oral. Pero desafortunadamente eso no fue lo único que me dio. Casi todos los días pasaba a recogerla y la traía a mi habitación cuando mis padres aún estaban en el trabajo. Escuchábamos Moving Pictures de Rush o Scary Monsters de David Bowie y, ahora que tenía más experiencia en controlar el orgasmo, teníamos sexo normal adolescente. Me hizo tantos chupetones que en cierto momento mi cuello estaba demasiado adolorido hasta para moverlo. Pero no me importaba, porque podía mostrarlos como medallas de honor en la escuela. También me daba sexo oral, lo cual me daba más derecho a fanfarronear. Un día me trajo una corbata de moño color azul brilloso que se veía como algo que usaría un bailarín de Chippendale. Creo que quería que intentáramos interpretar personajes, pero lo más parecido que había hecho era jugar Dungeons & Dragons. Después de una semana de tener sexo, Louise dejó de regresar mis llamadas. Me preocupaba que la hubiera embarazado, por que no había usado condón todas las veces. Me imaginaba a su madre enviándola lejos a un convento y dando a su/nuestro hijo en adopción. O tal vez Louise iba a hacerme pagar los gastos de su hijo por el resto de mi vida. También estaba la posibilidad se que se hubiera practicado un aborto, que algo hubiera salido mal, que hubiera muerto, y ahora sus padres intentaran asesinarme. Después de no haber oído de ella en varias semanas, decidí llamarla una vez más, disfrazando mi voz con un trapo sobre el teléfono en caso de que sus padres contestaran. Afortunadamente, ella contestó. “Siento no haberte llamado en tanto tiempo,” se disculpo. “Estaba enferma.” “¿Enferma de qué?,” pregunte lleno de pánico. “No tienes fiebre, ¿verdad? ¿Vomitas en la mañana o algo por el estilo?” Resultó que simplemente me estaba evitando porque era una cualquiera y el tener un novio arruinaría su reputación. Esas no fueron exactamente sus palabras, pero eso fue básicamente lo que quiso decir. Unos días después durante la clase de matemáticas, comencé a tener comezón en los testículos. Continuó todo el día, extendiéndose por todo mi vello púbico. Cuando regresé a casa fui directamente al baño, me bajé los pantalones y me subí al lavabo para poder examinarme. Al instante noté tres o cuatro costras negras directamente sobre mi pene. Arranque una, y mientras la estaba observando, le escurrió un poco de sangre. Todavía creía que era un pedazo de piel muerta, pero cuando la acerqué mas a la luz, noté que tenía piernas –y se estaban moviendo. Grité de impresión y de asco. Después la aplasté en el lavabo, pero no se destripó como pesé que pasaría. Crujió como un pequeño crustáceo. Sin saber que hacer, llamé a mi madre y le pregunté que era. “Oh, tienes piojos,” suspiró con naturalidad. “Probablemente las pescaste de la cama bronceadora.” Aunque sea vergonzoso admitirlo, en ese entonces tomaba bronceados artificiales. Tenía una piel terrible, mi cara estaba literalmente hinchada por el acné- y el dermatólogo me dijo que había un nuevo tipo de cama bronceadora que secaría mi piel y ayudaría a mi vida social. Mi madre claramente negaba que su joven hijo había estado cogiendo chicas y contagiándose de parásitos. Incluso mi padre, quien siempre había prometido que el día que perdiera mi virginidad celebraríamos con una botella de champaña que se había robado cuando trabajaba en Kmart, no quería admitirlo. Esto era principalmente porque desde que descubrí los senos en secundaria, él había querido llevarme con una prostituta para que perdiera mi virginidad. Así que sólo seguí el juego con la historia de la cama bronceadora. Mi madre me compro medicina para los piojos, pero en la privacidad de mi baño me rasuré todo el vello púbico y me encargué de las garrapatas yo mismo. (En ese entonces el rasurarme el vello corporal aún era inusual para mi.) Hasta donde yo sé, nunca he tenido otra enfermedad venérea desde entonces. Y, que yo sepa, mis padres aún creen que soy virgen.
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Larga y Dura Huida del Infierno
Teen FictionDe los escenarios a la cárcel, de los estudios de grabación a las salas de urgencias de los hospitales, del pozo de la desesperación a los primeros puestos de las listas musicales. Larga y Dura Huida del Infierno es la crónica del descenso de Manson...