Al final de mi segunda semana en la escuela pública, sabía que estaba condenado. No sólo había empezado a dos meses de iniciado el año escolar, ya que la mayoría de las amistades se habían formado, sino que después de mi octavo día de clases me vi forzado a tomar otras dos semanas libres. Desarrollé una reacción alérgica a un antibiótico que estaba tomando para el resfriado. Mis pies y manos se inflaron como globos, una erupción roja apareció sobre mi cuello, y tenía problemas para respirar porque mis pulmones estaban entumecidos. Los doctores me dijeron que pude haber muerto. Para entonces, ya había hecho una amiga y un enemigo en la escuela. La amiga era Jennifer, quién era linda pero con aspecto de pez por sus grandes labios que estaban aún mas hinchados por sus frenos. La conocí en el autobús escolar, y se convirtió en mi primera novia. Mi enemigo era John Crowell, el compendio de todo le que es cool en los suburbios. Él era un drogadicto rechoncho eternamente vestido con una chamarra de mezclilla, playera de Iron Maiden y jeans azules con un gran peine en el bolsillo trasero y el área de la entrepierna descolorida por ser usados demasiado ajustados. Cuando caminaba por el pasillo, los otros chicos se atropellaban para apartarse de su camino. También era el ex novio de Jennifer, lo cual me ponía a la cabeza de su lista negra. La primera semana que estuve en el hospital, Jennifer vino a visitarme casi todos los días. Hablaba con ella en el closet (donde estaba oscuro y ella no podía ver mi erupción) y nos acariciábamos sin piedad. Hasta entonces, yo no había llegado muy lejos con las mujeres. Estaba Jill Tucker, la hija rubia del ministro con los dientes chuecos con quien me besaba en el patio de la escuela cristiana. Pero eso fue en cuarto grado. Tres años después me enamore loca y desesperadamente de Michelle Gill, una linda niña de nariz chata, cabello alborotado y boca ancha que probablemente se dedicó a dar buen sexo oral en la preparatoria. Pero mi oportunidad con ella se vino abajo durante una excursión para recabar fondos en la escuela cristiana, durante el cual trató de enseñarme al estilo francés. Yo no entendí ni el punto ni la técnica, y como consecuencia me convertí en el hazmerreír cuando ella le contó a todos en la escuela. A pesar de mi falta absoluta de experiencia, estaba determinado a perder mi virginidad con Jennifer en ese closet. Pero por mucho que trataba, lo único que me dejaba hacer era tocar su pecho plano. Para mi segunda semana en el hospital, ya se había aburrido de mí y me había botado. Los hospitales y las malas experiencias con mujeres, sexualidad y partes privadas eran completamente familiares para mí en ese momento de mi vida. Cuando tenía cuatro años, mi madre me llevó al hospital a que me alargaran la uretra porque mi vía urinaria no era lo suficientemente grande para que pudiera orinar. Nunca lo olvidaré, porque el doctor tomo un largo y afilado taladro y lo encajó en la punta de mi pene. Por varios meses después de eso sentía que orinaba gasolina. La neumonía arruinó mis años en la escuela elemental, enviándome al hospital por tres largas temporadas. Y en noveno grado, terminé de nuevo en el hospital después de que arreglé mi cabello, abroché mi cinturón, me puse una camisa rosa de botones y decidí ir a la pista de patinaje después de una larga ausencia. Una chica cuyo cabello rizado, nariz larga y uso excesivo de delineador recuerdo más que su nombre me pidió patinar con ella. Cuando terminamos, un gran tipo negro de anteojos gruesos conocido en el vecindario como Frog caminó hacia a nosotros. La hizo a un lado y, sin decir una palabra, me dio un golpe seco en el rostro. Me desplomé, y él bajó la vista hacia mi y escupió: "Tú bailaste con mi novia." Yo me quedé ahí aturdido, con la boca sangrando y mi diente frontal chorreando sangre de la encía. Ahora que lo recuerdo, no debí haberme sorprendido tanto. Yo era un afeminado: hasta yo me habría golpeado. Ni siquiera me gustaba esa chica, pero casi me cuesta mi carrera como cantante. En la sala de emergencias, me dijeron que el daño era permanente. Hasta el día de hoy, aún tengo Síndrome ATM (articulación temporomandibular), un desorden que me da dolores de cabeza y una mandíbula tensa y adolorida. El stress y las drogas no ayudan mucho. Frog de alguna forma consiguió mi número el día siguiente, llamó para disculparse y me preguntó si quería hacer ejercicio con él alguna vez. Decline su oferta. La idea de sudar levantando pesas con un tipo que acababa de patearme el trasero y la probabilidad de tener que tomar una ducha con él después no parecía muy atractiva esa tarde. La siguiente vez que terminé en la sala de emergencias fue por culpa de Jennifer. Cuando regresé a la escuela después de dos semanas en el hospital, vagué por los salones solo y humillado. Nadie quería hacer amistad con un chico excéntrico de pelo largo con un cuello cubierto de erupciones asomándose por su playera. Para empeorarlo todo estaban mis lóbulos, que colgaban sospechosamente por debajo de mi cabello como dos testículos mal colocados. Pero una mañana mientras salía de mi primera clase, John Crowell me detuvo. Resultó que teníamos algo en común: nuestro odio por Jennifer. Así que formamos una alianza contra ella, y empezamos a idear formas de atormentarla. Una noche recogí a John y a mi primo Chad en mi Ford Galaxie 500 azul cielo y conduje a una tienda de tiempo completo, donde robamos veinte rollos de papel sanitario. Los lanzamos al asiento trasero del auto y nos dirigimos a la casa de Jennifer. Arrastrándonos en su patio trasero, comenzamos a cubrir su casa de papel sanitario, colgándolo de cualquier lugar que nos venía a la mente. Caminé hasta su ventana para escribir alguna obscenidad sobre ella. Pero, mientras trataba de pensar en algo convenientemente obsceno, alguien encendió la luz. Salí corriendo, alcanzando un roble justo cuando Chad estaba saltando de una rama. Cayó directamente sobre mí, y caí al piso. Chad y John tuvieron que arrastrarme con un hombro dislocado, una barbilla sangrante y una lesión en la mandíbula que, según me dijeron más tarde en la sala de emergencias, era aún peor que la anterior. De regreso en la escuela, tenía muchas razones apremiantes para querer tener sexo: para vengarme de Jennifer; para estar en iguales condiciones con John, quien supuestamente había cogido a Jennifer entre muchas otras; y para que todos dejaran de burlarse de mí por ser virgen aún. Incluso me uní a la banda de la escuela para conocer chicas. Comencé tocando instrumentos masculinos como bajo y timbales. Pero terminé tocando el último instrumento que cualquiera que se sienta inseguro sobre si mismo debería estar tocando: el triángulo. Finalmente, hacia el final del décimo grado, a John se le ocurrió un plan a prueba de tontos para que yo pudiera tener sexo: Tina Potts. Tina parecía aún mas un pez que Jennifer, tenía labios más grandes y tenía los dientes de arriba más salidos que los de abajo. Una de las chicas más pobres de la escuela, tenía una postura arqueada que advertía su inseguridad y tristeza interna, como si alguien hubiera abusado de ella de niña. Lo único que tenía a su favor era senos grandes, pantalones ajustados que presumían su trasero bovino y que, según John, ella cogía -lo cual era suficientemente bueno para mí. Así que empecé a hablarle a Tina. Pero, como estaba perdidamente obsesionado por mi reputación, sólo hablaba con ella después de clases cuando no había nadie más. Después de unas cuantas semanas, logré juntar el valor suficiente para pedirle que nos encontráramos en el parque. Previamente, Chad y yo fuimos a la casa de mis abuelos, robamos uno de los decrépitos condones genéricos del gabinete del sótano, y vaciamos media botella de Jim Beam de la alacena de mi abuela en mi termo de Kiss. Sabía que no era Tina a quien tenía que embriagar -sino a mí. Para cuando llegamos a casa de Tina, la cual estaba a casi media hora de distancia, el termo ya estaba vacío y yo casi me caía de borracho. Chad se fue a casa y yo toque el timbre de su puerta. Caminamos juntos hasta el parque y nos sentamos en la falda de una colina. En un instante empezamos a acariciarnos, y en cuestión de minutos ya tenía la mano debajo de su pantalón. La primera cosa que pasó por mi mente fue lo velluda que estaba. Tal vez no tenía una madre que le ensañara a rasurase la línea del bikini. Lo siguiente que pasó por mi mente mientras la masturbaba y apretaba sus senos era que estaba a punto de eyacular en mis pantalones porque estaba tan cerca de tener sexo. Para evitarlo, sugerí que diéramos un paseo. Caminamos colina abajo hasta un campo de base ball y, debajo de un árbol, justo detrás del plato de home, la llevé al piso, sin darme cuenta siquiera de la trascendencia del lugar en que estábamos. Luché con sus pantalones ajustados, eventualmente arrancándolos de su trasero, después me bajé los pantalones hasta las rodillas y abrí el descolorido paquete del viejo látex del abuelo como si fuera el premio de una caja de cereal. Colocándome entre sus piernas, empecé a deslizarme dentro de ella. Tan sólo la emoción de la penetración fue suficiente para producirme un orgasmo, y aún antes de que estuviera completamente dentro, ya había terminado. Para preservar lo poco que quedaba de mi dignidad, pretendí que no había eyaculado antes de tiempo. "Tina," chillé. "Quizá no deberíamos estar haciendo esto... Es demasiado pronto." Ella no protestó. Tan sólo se levantó y se puso los pantalones sin decir una palabra. Durante todo el camino a casa, yo seguía oliendo mi mano, la cual parecía permanentemente manchada con el olor de la vagina de una chica de preparatoria. En su mente, ni siquiera habíamos tenido sexo. Pero para mí y mis amigos, ya no era un chico desesperado. Era un hombre desesperado. No hablé mucho con Tina después de eso. Pero pronto tuve que probar mi propia medicina -cortesía de la chica más adinerada y popular de la escuela, Mary Beth Kroger. Después de observarla lascivamente por tres años, invoqué todo mi valor y la invité a salir a una fiesta cuando estábamos en último año. Para mi sorpresa, ella aceptó. Terminamos en mi casa bebiendo cerveza, conmigo sentado incómodamente junto a ella y demasiado asustado para hacer algún movimiento porque ella me parecía toda una dama. Pero mi ideal de Mary Beth Kroger se desintegró rápidamente cuando ella se quito toda la ropa, brincó encima de mí y, sin molestarse siquiera en usar un condón, me cogió como un animal salvaje montado sobre un aparato de ejercicios a toda velocidad. Al siguiente día en la escuela, Mary Beth se puso de nuevo su máscara de perfección y procedió a ignorarme como siempre lo había hecho. Todo lo que gané fueron unos profundas marcas de uñas sobre toda mi espalda, las cuales mostré orgullosamente a mis amigos, quienes, en honor de Freddy Krueger, la rebautizaron como Mary Beth Krueger. Para entonces, mi primera cogida, Tina, tenía siete meses de embarazo. El padre irónicamente, era la persona que me había arreglado la cita con ella: John Crowell. Ya no vi mucho a John después de eso, porque él estaba ocupado lidiando con las consecuencias de no usar condón. A veces me pregunto si se casaron, se establecieron y criaron niñas drogadictas de senos grandes juntos.
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Larga y Dura Huida del Infierno
Teen FictionDe los escenarios a la cárcel, de los estudios de grabación a las salas de urgencias de los hospitales, del pozo de la desesperación a los primeros puestos de las listas musicales. Larga y Dura Huida del Infierno es la crónica del descenso de Manson...