Los resultados fueron mis primeros nuevos pasatiempos como Marilyn Manson: automutilación y modificación corporal, la cual perseguiría más adelante con ayuda de un cirujano plástico, quien recorto los colgantes lóbulos de mis orejas a tamaño humano. El escenario en Churchill's consistía de varias piezas de contrachapado colocadas sobre columnas de tabiques. Y el sistema de sonido era básicamente un par de audífonos separados por la mitad y pegados con cinta adhesiva a ambos lados del escenario. Abrimos con uno de mis poemas favoritos, The Telephone.
"Soy despertado por el incesante timbre del teléfono," comencé, mi graznido se convertía en un rugido mientras me preguntaba si había suficiente caos sobre el escenario para mantener la atención del público.
"Aún tengo sueños cuajados en las esquinas de mis ojos y mi boca está seca y sabe a mierda. De nuevo, el timbre. Lentamente me levanto de la cama. Los restos de una erección aún se consumen en mis calzoncillos como un huésped molesto. De nuevo el timbre. Cuidadosamente, me escabullo hasta el baño como no queriendo mostrar mi hombría a nadie. Ahí, realizo los mecánicos gestos faciales, que siempre parecen preceder mi diaria contribución a la una vez azul agua del retrete que siempre disfruto convertir en verde. De nuevo el timbre. Me sacudo dos veces como la mayoría, y me siento molesto por el pequeño goteo que siempre parece quedar, causando una pequeña acritud de humedad en el frente de mi ropa interior. Lentamente, lánguidamente, perezosamente, locamente me tambaleo dentro de la cueva donde mi padre fuma todo el tiempo. Puros en su silla mecedora. ¡Oh, la peste!" La canción siguió, el concierto siguió, y yo perdí la pista de lo que estaba haciendo hasta después, cuando corrí hasta el baño del club y vomité en el retrete. Pensaba que había sido un show terrible tanto como para el espectador como para el artista. Pero algo gracioso ocurrió mientras me inclinaba sobre mi pútrida amalgama de pizza, cerveza y píldoras. Oí aplausos, y súbitamente sentí algo surgir dentro de mí que no era vómito. Era una sensación de orgullo, realización y autosatisfacción lo suficientemente fuerte como para eclipsar mi marchita autoestima y mi pasado como saco de golpear. Era la primera vez en mi vida que me sentía de esa forma. Y quería sentirme así de nuevo. Quería que me aplaudieran, quería que me gritaran, quería hacer enojar a la gente. Pocas historias en mi vida no tienen un anticlímax, y este llegó mientras manejaba de regreso a Fort Lauderdale a las tres de la mañana esa noche en el Fiero rojo de mi madre. En el paso a desnivel que pasa sobre Little Havana, el radio digital parpadeó. Me detuve a la orilla del camino para ver que andaba mal, y descubrí que no podía encender el auto de nuevo. La manguera de alternador se había roto, y, menos de una hora después de haber encontrado mi verdadera vocación, me encontré totalmente solo en busca de un teléfono en Little Havana, donde las probabilidades de que un payaso cubierto de maquillaje llamado Marilyn Manson no fuera golpeado eran muy pequeñas. Lo único bueno que obtuve de esa experiencia es que como la grúa no llegó hasta las 10 a.m, me acostumbré pronto a no dormir después de un concierto. Nuestro primer show real tuvo lugar en el Reunion Room. Lo conseguí diciéndole al manager y DJ, Tim, "Mira, tengo esta banda y vamos a tocar aquí y queremos 500 dólares." Normalmente a las bandas les pagaban de 50 a 150 dólares, pero Tim estuvo de acuerdo en pagar mi precio. Esa fue la lección número uno sobre manipulación de la industria musical: si te comportas como una estrella, serás tratado como una. Después del show, echamos al barroso y al gordo de la banda quienes sin duda se fueron a preparase sándwiches y a reventarse los barros. Después de eso convencimos a Brad Stewart, el tipo que se parecía Crispin Glover del Kitchen Club, de que se saliera de una banda rival, Insanity Assassin, la cual contaba con Joey Vomit en el bajo y en las vocales a Nick Rage, un tipo bajo y gordo que de alguna forma se había convencido de que era un tipo alto delgado y atractivo. No fue difícil convencer a Brad de que tocara en bajo con nosotros (incluso aunque había tocado la guitarra con Insanity Assassin) ya que teníamos metas musicales similares, y mejores nombres artísticos. Él se convirtió en Gidget Gein. Dejamos que Stephen se uniera a la banda como Madonna Wayne Gacy, aunque todavía no tenía un teclado. En su lugar, jugaba con soldaditos de juguete en el escenario. Para bien o para mal, un personaje más terminó en nuestro show de fenómenos. Su nombre era Nancy, era una psicótica en el peor sentido de la palabra. Ella conocía a mi novia Teresa, quien fue una de las primeras personas que conocí después de que Rachelle me había engañado. Estaba buscando una figura materna en vez de la figura de una modelo, y la encontré en un concierto de Saigon Kick en el Button South. Teresa provenía de la misma fábrica que Tina Potts, Jennifer y la mayoría de las chicas con las que había estado en Ohio. Tenía los dientes de arriba un poco más salidos que los de abajo, manos pequeñas y un balanceo parecido al de Stephen. Todos siempre creían que eran gemelos. Ya había visto a Nancy antes cuando trabajaba en la tienda de discos, un hipopótamo gótico que se veía estúpido en un vestido de novia negro. Cuando Teresa me la presentó un año después, Nancy había perdido veinticinco kilos y tenía una actitud de 'ahora soy delgada y voy a vengarme del mundo por todas las veces que no tuve sexo cuando era gorda.' Tenía cabello negro y rizado que le llegaba a los hombros, senos flácidos que se salían de su blusa, rasgos hispánicos, rostro pálido, y una peste permanente que era mitad floral y mitad tóxica. Una vez que le dije sobre las ideas artísticas que tenía para nuestros futuros shows, ya no hubo forma de escapar de ella: se metió en la banda como una garrapata tratando de meterse bajo la piel de un elefante. Para cualquier idea que tuviera que involucrara a una chica, sin importar lo extrema o humillante que fuera, ella se ofrecía inmediatamente. Como ella estaba dispuesta y yo estaba desesperado –y también porque parecía alguien a quien la gente odiaría tanto como a mí- accedí. Nuestras actividades pronto pasaron de dóciles a depravadas. La primera vez que actuamos juntos, canté todo el tiempo sujetándola de una correa de perro, para reasaltar que vivimos en una sociedad patriarcal, por supuesto, no porque me excitara arrastrar a una mujer medio desnuda con un collar de cuero por todo el escenario. Poco tiempo después, Nancy me pidió golpearla en el rostro, así que comencé a darle castigos progresivamente más crueles en cada show.
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Larga y Dura Huida del Infierno
Teen FictionDe los escenarios a la cárcel, de los estudios de grabación a las salas de urgencias de los hospitales, del pozo de la desesperación a los primeros puestos de las listas musicales. Larga y Dura Huida del Infierno es la crónica del descenso de Manson...