Querido Alaric

Capítulo veintisiete

Tres días después, Zoe enfermó.

- Tiene mucha fiebre - comentó Brigitte preocupada, cambiándole el paño húmedo que había puesto sobre su frente minutos antes, y que ahora se encontraba totalmente seco.

Los dos pasaron una noche horrible, observando cómo la mujer se retorcía de dolor en sueños y cómo todo su cuerpo temblaba sin cesar.

- Tenemos que llamar a un médico - decidió ella mordiéndose el labio.

- Está bien, sé de alguien que puede ayudarnos - suspiró Alaric.

Antes de salir, los dos se echaron una mirada cargada de sentimientos.

Sabían que, si no daban con la persona adecuada, Zoe estaría muerta antes de que pudieran siquiera pestañear.

Brigitte esperó lo que a ella le parecieron eternas horas, hasta que por fin alguien llamó a la puerta.

Cuando la abrió, Alaric y otro soldado la esperaban al otro lado.

- ¿ Dónde está ? - preguntó el desconocido, mirando alrededor de la casa.

- Sígame, por favor - le indicó Brigitte, y lo guió hasta el cuarto donde "descansaba" su criada.

Inmediatamente, el soldado reparó en sus vestiduras y en la estrella de david que llevaba cosida sobre la cinta roja.

- Es una judía - se sorprendió mirándolos fijamente.

Alaric y Brigitte se miraron de reojo, para después clavar la vista en el suelo. Todos esperaban el veredicto.

Si los delataba, los tres tendrían el fusil contra la cabeza.

- Está bien, os ayudaré. Pero tened cuidado. Cualquiera que vea que le teneis demasiado afecto a esta señora, no dudará en esparcir el rumor- suspiró el soldado, acercándose a la cama.

- Mil gracias, señor - agradeció Brigitte.

- Y sentimos ponerte en este apuro, Adler - se disculpó Alaric.

El hombre alzó ambas manos para detener sus palabras.

- Agradecédmelo cuando se recupere.