Capítulo veintiocho

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Brigitte estaba delante de ella, con el ramo de flores pegado a su pecho, como si estuviera rezando.

Rezando por que ella volviera, por que la oscuridad no la acunara en sus fríos brazos.

En aquel momento, era incapaz de asimilarlo. Se acercó aún más y observó su rostro.

- No - ordenó levantando el brazo para detenerles. Casi parecía que estuviera dormida. ¿ Qué pasaría cuando se despertara rodeada de tierra en el bosque ?

- Cielo - los brazos de Alaric le rodearon por detrás - se ha ido.

Brigitte negó con la cabeza, mientras algunas lágrimas traiccioneras se escapaban por sus mejillas.

- Sólo está dormida - replicó, aunque aquello sonó más bien como una súplica desesperada.

Alaric sonrió apenado, besando el pelo de la chica.

- Déjala ir, Brigitte. Estará mejor que aquí - suspiró él.

Ella tomó sus manos sollozando, consciente de que sería la última vez que tendría contacto con ella.

Consciente de que ya no despertaría a su lado, de que ya no habría más desayunos con ella, más paseos, más juegos... de que ya no escucharía su hermosa risa nunca más.

Alaric comprobó que se había calmado e hizo una seña a Adler, para que comenzara a echar tierra sobre el cuerpo.

Habían tenido que enterrarlo en el bosque, en lugar de en el cementerio, porque sabían que si el ejército hubiera sabido que despedían a una mujer judía no habrían hecho más que tirar sus restos a los perros.

Brigitte se rindió al llanto y abrazó a Alaric, refugiándose en su pecho.

Antes de que los tres (los únicos que habían asistido a su funeral) se fueran, la joven volvió la mirada para despedirse una última vez.

- Durante meses fuiste mi mejor amiga, mi amada madre. Sufriste lo indecible, pero tu dolor ha llegado a su fin. Adiós, Zoe.

Querido AlaricDonde viven las historias. Descúbrelo ahora