Capítulo treinta y uno

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Alaric se levantó dos horas antes de que lo llamara la aurora.

Dos horas antes de su ejecución.

Maldijo por décima vez el momento en el que Heinrich Himmler fue ordenado abandonar su puesto en el campo de batalla y regresar al Cuartel General de Bonn.

Su suerte no podía haber sido peor.

En cuanto aquel desgraciado reconoció su rostro, no dudó en señalarle con el delito de traicción.

Traicción a sus compañeros, al führer, y a su país.

Mientras que lo arrestaban, no temió por su vida. Temió por la de Brigitte.

Esa era la peor parte.

Aunque se hubieran distanciado en esos últimos días, estaba seguro de que ella sufriría las consecuencias de haberle ayudado.

Y eso le dolía más que nada. Saber que, la persona que por fin había admitido que amaba, estaba quizás a dos o tres celdas de la suya.

Se sentó en el suelo, rezando porque Adler hubiera conseguido los tickets para viajar en barco a América y que lograra llevarse a la joven con él.

En aquel momento, le importaba bien poco su destino. Solo quería que ella estuviera a salvo.

Tres soldados entraron en su celda.

- ¡ En pie ! - gritaron, y Alaric no se hizo de rogar. Estaba cansado. De todo.

Se dejó llevar como un sonámbulo hasta la pared, donde lo ataron a un poste de madera clavado verticalmente en el suelo.

Alaric se preguntó cuántas personas habían muerto sobre él.

- Soldados, preparados - le apuntaron con los rifles y cargaron sus armas - listos - Alaric tragó saliva, preparado para despedirse del mundo - ¡ FUEGO !

Los disparos rompieron el silencio.

Alaric cerró los ojos.

Querido AlaricDonde viven las historias. Descúbrelo ahora