19. Margaritas culpables

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Alex conduce muy concentrado en la carretera, sabe que está haciendo.

Puedo ver perfectamente su perfil y como frunce los labios cuando un coche infringe las normas.

Mientras yo estoy concentrada en la ventana, viendo todas esas casas de diferentes colores. E imaginando quien vivirá allí, si serán felices o si tendrán más problemas que sonrisas.

Y mientras tanto, la música sigue sonando, y perdiéndose entre los rincones más escondidos del coche.

Miro a Alex y sonrío.

Sonrío de verdad.

Y es que no cambiaría esto por nada del mundo.

Aunque sea algo más que sencillo, estar en un coche, pero cuando esas cosas cotidianas son con Alex se vuelven especiales e inigualables.

El primer día que discutimos en aquella página de música nunca hubiera imaginado que acabaríamos así.

El primer día que me embadurnó de miel y plumas tampoco pensé que acabaríamos así.

Que acabaríamos enamorados.

—¿Cómo vas? —pregunta Alex dándome una mirada fugaz.
—Tengo un poco de hambre.
—Hay una gasolinera cerca, ahora bajo y compro... ¿Donuts?
—Donuts. —afirmo con una sonrisa.

Alex conduce unos minutos más hasta llegar a la gasolinera.

Me desabrocho el cinturón de seguridad para bajar, pero Alex me lo impide.
—Yo bajo, tranquila, descansa. —susurra dándome un corto beso.

Minutos después, entra Alex con una gran bolsa de Donuts de todos los sabores.

Pero esconde una mano tras su espalda.
—¿Qué llevas ahí? —pregunto curiosa.

Me muestra lo que tiene en la mano.

Es un ramo de margaritas.

Margaritas.

Flashback

Papá, mamá y yo hacemos el último esfuerzo para llegar a la cima de la montaña que hemos estado escalando con tanto esfuerzo.

—Papá, mamá. No puedo más. —digo secándome una gota de sudor que baja por mi frente.
—Venga que ya eres mayor. —dice papá mientras me da una palmadita en la espalda.
—Oye que solo tengo 6 años. —digo mostrándoselo con mis dedos.
—6 años para lo que quieres, Valeri. —dice mamá riendo. Y a todos nos contagia la risa.

Y es que mamá es así.

Si la noche es oscura y está perdida en el vacío, si está mamá, ella la convierte llena de luz y de alegría.

Tiene ese súper poder que me gustaría heredar.

En cambio mi padre la admira y hacen un buen equipo juntos.

Se aman, el tiempo no ha hecho estragos en su amor.

Y eso es lo que más admiro.

—¡Ya hemos llegado! —anuncia mamá con una gran sonrisa mientras nos abraza.

Yo corro a sentarme en una gran roca y a admirar el paisaje.

Cerrando los ojos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora