Introducción

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Hola, me llamo Gabriella White, y tengo diecinueve años; en unos cuantos días cumpliré veinte. Soy blanca, mi color de cabello es castaño con ciertos reflejos rubios, y mi color de ojos es extraño. Son como verdes pero con algo de miel en ellos; no es muy común este color de ojos. Soy la típica chica solitaria, que ama a su familia, aunque a veces parezca loca, con un sarcasmo que a veces sale a relucir. 

Tengo un hermano "pequeño", de quince años, llamado Benjamin; lo adoro. Es igual de loco a mí y me apoya en lo que hago o digo. Nuestros padres: Helena y Henry White, son amorosos y responsables, siempre pensando en nuestro bienestar.

Vivimos en una casa grande en la ciudad de Chicago, pero por cosas de la vida, el destino o yo que sé, a mi padre le tocó trasladarse por su trabajo como oficial de la policía a la ciudad de Ashland, Oregon. Obviamente, porque somos su familia, nos tocó venirnos con él. Aunque, siendo honesta, todo el asunto en sí me parece algo sospechoso. 

Mi padre dijo que era mejor para nuestra seguridad y bienestar. No entiendo la diferencia pero igual, acepté sin rechistar. 

Terminé el instituto hace un tiempo pero decidí darme unos meses de "descanso", queriendo disfrutar un poco más las levantadas tarde; aunque ¿adivinen quién debe llevar a Benjamin al instituto?

Sí, así es, yo. Y me toca madrugar por igual. 

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Escucho un sonido fuerte cercano a mi oído, comenzando a buscar al causante de mi tormento. Al encontrarlo, y sin abrir los ojos, lo apago, acomodando mi cuerpo en la cama, murmurando un "cinco minutos más".

No me doy cuenta que los cinco minutos se transforman en media hora, sino hasta que mi madre entra a mi habitación y me avisa que ya se me hizo tarde.

- Gabriella, ¿acaso piensas dejar que tu hermano falte a clases hoy? - Su voz sale con algo de incredulidad.

- ¿Puedo hacerlo? - Sigo algo adormilada aún.

- No. - Suspiro con cierta rendición. 

- Entonces eso no se pregunta, madre.

- Pues entonces levanta tu trasero de esa cama porque ya son las ocho. - ¡Carajo, y él entra a las ocho! 

Abrí los ojos con rapidez y me levanté de la cama, estrellándome con unos zapatos, dándome de boca contra el suelo. Podía escuchar la risa contenida de mi madre desde la puerta.

- Ayy, hija, mejor apresúrate; tu padre les hará el favor de llevarlos. - Sale de mi habitación sin decir más mientras bufo con estrés.

¡Genial, ahora ni podré desayunar! Y con el hambre que me mando, mi humor no va a ser el mejor.

Me levanto del suelo con rapidez, entrando al baño, dándome una ducha récord; salgo y me pongo lo primero que encuentro, eso sí, que combine por lo menos. No seré la retrasada que no sabe vestir. 

Salgo de mi habitación con rapidez, bajo las escaleras, entrando a la cocina con afán y agarro un pedazo de pan que encuentro para no sentirme tan hambrienta después de todo, queriendo evitar asesinar a alguien por causa del hambre; me despido de mi madre, saliendo de casa para subirme al auto junto a mi padre, quien sonríe, mientras, Ben, me mira con reproche.

- ¿Trancón de cobijas? - Miré a mi padre con mi ceño fruncido, dándole a entender que no estaba para bromas ahora mismo. - Está bien, está bien, no digo nada. 

Encendió el auto y nos puso en marcha, demorándonos unos diez minutos en llegar al instituto; ya llevábamos media hora de retraso, y yo debía acompañar a Benjamin a recoger su horario; eso sí: todo en contra de su voluntad. Le daba pena ser acompañado cuando podía ir solo a recoger sus indicaciones. 

Opuestos. (COMPLETA Y CORREGIDA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora