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Durante casi una hora, Lourdes se paseó por el interior del escaparate de la tienda sin importarle que los transeúntes se quedaran mirando. No lucía aquel corte de pelo a lo garçon, teñido de rojo vivo, porque le gustara pasar desapercibida. Siempre decía que las mujeres disponen de diez minutos en la vida para estar jóvenes y hermosas. Después todo es decadencia. Por eso llevaba años alargando sus diez minutos de esplendor, tonteando con numerosos hombres pero sin comprometerse en firme con ninguno. Opinaba que para eso siempre le quedaría tiempo.
Cambiaban la decoración del escaparate una vez al mes. A ella le gustaba vaciarlo. Eso requería de una menor atención y, mientras lo retiraba todo y pasaba la aspiradora por la mullida moqueta beis, podía responder con una sonrisa a los guiños que los más atrevidos le dedicaban desde el otro lado del cristal.
—Algunos pervertidos deben de imaginar que están en el Barrio Rojo de Amsterdam —bromeó mientras daba un pequeño salto para llegar al suelo de madera de la tienda—. Aunque me han sonreído dos personajes deliciosos a los que les habría dado mi número de teléfono si me lo hubieran pedido.
—Eres incorregible —comentó __________ riendo—. ¿Nunca te quitas a los hombres de la cabeza?
—¡Claro que sí! —dijo con ironía al ponerse sus zapatos negros de altísimo tacón—. Creo recordar que lo hago de vez en cuando.
—Envidio esa capacidad que tienes para enamorarte y desenamorarte con tanta rapidez. —__________ introdujo piezas de tela con dibujos navideños en el escaparate.
—¿Y cuál de ellas te hace falta ahora? ¿La enamoradiza, para corresponder a ese morenazo de ojos ámbar que se muere por tus huesos, o la del olvido, para borrar de tu mente a algún canalla que te ha roto el corazón?
—En estos momentos no necesito ninguna de las dos. —Se quitó las botas de cuero y dejó a la vista sus calcetines morados con diminutos lunares amarillos—. Mi corazón está como debe estar. Hablaba de mi vida en general. En algunas ocasiones me habría venido bien ser como tú.
Lourdes la miró de reojo mientras sacaba al escaparate dos cajas rebosantes de espumillón dorado.
—Mientes muy mal. —Alzó los hombros con gesto inocente—. Y además creo que cada día mientes peor.
__________ meció la cabeza sin dejar claro si estaba o no de acuerdo con esa afirmación. Cogió unas tijeras y una caja de alfileres y subió a la tarima enmoquetada.
—¿Por qué no le dices que sí? —atacó de nuevo Lourdes—. ¡Pero si es perfecto! Con ese cuerpo de modelo de revista erótica, esos ojos de miel, ese...
—¡Quédatelo! —propuso __________ en tono jovial—. Si tanto te gusta, quédatelo. No me enfadaré, siempre que permitas que siga siendo mi amigo.
—¡Ni se me ocurriría intentarlo! —exclamó tras una carcajada—. Lleva años enamorado de ti. Hasta creo que sería capaz de hacer cualquier cosa, legal o ilegal, tan solo por agradarte.
—¡No seas loca! —aconsejó riendo—. Su trabajo es el de velar por que se cumpla la ley...
—... y sin embargo, él mismo se la saltaría por ti —apuntilló con satisfacción a la vez que dejaba, a los pies de su amiga, una pequeña escalera de tres peldaños.
La llegada de una joven pareja, que quería tapizar un sofá antiguo, terminó con la charla.
__________ se quedó sola, sacó las cintas doradas y se las colgó al cuello. Examinó el resto de los adornos navideños que quedaban al fondo, mientras su mente recordaba con cariño la constancia de Carlos.
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Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)
RomanceUna historia de misterios, amor y dolor que os irá enamorando poco a poco...