6
Por la tarde, cuando la luz comenzaba a languidecer, Rodrigo aparcó el coche a escasos metros del piso. Justin bromeó con la posibilidad de subirlo con cuidado por el bordillo y acercarlo hasta el mismo portal para no tener que caminar tanto. Se les veía agotados después de una ardua jornada en un terreno empinado en el que les había costado mantenerse en pie. Rodrigo reclinó el respaldo de su asiento y se acomodó para mostrarle lo confortable que resultaría pasar allí la noche. Justin, que en unas horas estaría en su camastro de la prisión, le respondió con una carcajada. Abandonó el vehículo, lo rodeó por su parte delantera y arrastró su cansancio hasta la acera sin dejar de reír.
De pronto, un fuerte empujón le arrojó contra la pared. Sintió el impacto en la espalda y en la cabeza. Una presión en el cuello le cortó la respiración. Todo duró un instante. Un instante en el que su cerebro procesó la información como si la acción hubiera transcurrido a cámara lenta. Mientras identificaba el rostro furioso de su agresor advirtió que, a su derecha, Rodrigo salía del automóvil y se abalanzaba en su ayuda. Dirigió hacia él su mano abierta. Aunque asfixiado por el aplastamiento de su garganta, consiguió gemir un «no» para asegurarse de que su amigo se detuviera. Tenía ante él al maldito Carlos, que con un brazo le aprisionaba las costillas y con el otro le pulverizaba la tráquea dejándole sin aire. No necesitaba añadir a sus problemas la agresión a un agente de la ley.
—¿Me recuerdas? —preguntó entre dientes el comisario—. ¿Tienes alguna idea de quién soy?
—Sí... —respondió con voz rota—. Eres... el cabrón que me metió en la cárcel.
—¡Exacto! —exclamó apretando un poco más, pues le pareció escucharle hablar con demasiada facilidad—. Soy el cabrón que te envió a la cárcel y también soy el cabrón que volverá a hacerlo si te pasas de listo.
Justin trató de respirar con lentitud. Tal vez así llegaría un poco más de aire a sus pulmones.
—No he... hecho nada. —Intentó apartar el brazo con sus manos. Carlos hundió el codo con más saña.
—¿Nada? Ten cuidado conmigo, porque puedo ponerte las cosas difíciles. Muy difíciles.
—Estoy seguro de eso —aceptó justo antes de que el ahogo le provocara un ataque de tos.
El comisario aflojó un poco y después le soltó. No quería que se le asfixiara entre las manos. Al menos no de momento. Estaba seguro de que podría controlarle sin necesidad de llegar tan lejos.
—Bien. Me alegra que comencemos a entendernos. —Se frotó con chulería su permanente rastro de barba—. Y ahora escucha con atención. —Aproximó el rostro para amenazarle en voz baja—: No vuelvas a acercarte a ella. Te juro que no tendré ningún problema en acabar contigo si lo haces.
Justin, que ya había recuperado el aliento, no fue capaz de callarse al ver su preocupación.
—¿A qué temes? —Sonrió con impertinencia—. ¿A que me la vuelva a follar y de nuevo prefiera mis polvos a los tuyos?
—¡Maldito cabrón! —exclamó al tiempo que le encajaba el puño en la boca del estómago. Justin se dobló de dolor—. Debes de ser un puto suicida para provocarme de esa forma. ¿Acaso crees que bromeo? ¡Responde! —exigió entre dientes—. ¿Crees que estoy bromeando?
Demasiado dolorido para hablar, Justin negó con un gesto de cabeza. El comisario le sujetó las solapas de la cazadora y las alzó hasta levantarle con ellas la barbilla.
—Estás avisado —murmuró con amenazante voz baja—. Ni siquiera te atrevas a mirarla a distancia. —Le soltó y se arregló los cuellos de su propio abrigo, después los puños que cubrían su impecable camisa blanca—. No voy a permitir que ningún cabrón como tú le haga daño. Te estaré vigilando muy estrechamente, así que no cometas ninguna estupidez —aconsejó en tono conciliador. Acto seguido se volvió con tranquilidad, como si nada hubiera ocurrido, y cruzó la calle para dirigirse a su coche.
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Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)
RomanceUna historia de misterios, amor y dolor que os irá enamorando poco a poco...