Capítulo 4

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—¿Esto se va a convertir en una costumbre? —preguntó __________ en cuanto él terminó de cruzar la calle y se detuvo a su lado.

—Buenos días —respondió Carlos—. Se ve que el fin de semana te ha sentado bien. Estás preciosa.

—Buenos días —repitió ella mientras pasaba la correa de su bolso por la cabeza para ponerla a modo de bandolera—. Resulta agradable que te piropeen a primera hora del lunes. —Sonrió al añadir, sin ninguna pausa—: Últimamente frecuentas mucho esta zona.

Carlos le devolvió la sonrisa. No era un secreto que estaba loco por ella. Aunque reconocía que su actitud de los últimos días se parecía bastante a la de un acosador.

—Cambié las entradas para el teatro —dijo tan nervioso como cada vez que le proponía una cita—. ¿Te parece bien que lo haya puesto para este jueves?

—¡Estupendo! —exclamó al tiempo que levantaba el cuello del abrigo negro de Carlos y le cruzaba las solapas sobre el pecho para protegerlo del aire frío.

Él no se movió mientras ella le atusaba la ropa. Le gustaba que le prestara atención, sobre todo cuando se acercaba de ese modo y le rozaba para colocarle la chaqueta, el cabello o cualquier cosa que ella considerase que no estaba como debiera.

—He reservado mesa en el restaurante del Palacio Euskalduna —indicó en cuanto ella se apartó—. Pero si no te apetece que cenemos después de la función puedo...

—Está bien —afirmó de nuevo—. ¡Cómo voy a poner pegas a una velada tan perfecta!

Carlos pensó que ella era quien convertía cualquier noche en perfecta. Y así se lo dijo, pero en silencio, con una media sonrisa cómplice que ella comprendió.

—Tengo el coche aquí al lado —indicó a la vez que le recorría el rostro con los ojos—. Puedo acercarte a la tienda.

—Sabes que me encanta caminar los días fríos como este —comentó ella mirando el cielo encapotado que, sin embargo, no amenazaba lluvia.

Un pequeño vendaval echó hacia atrás el abrigo abierto de Carlos hasta dejar al descubierto la correa que sujetaba el arma bajo la axila. La cubrió con rapidez, sin apartar la mirada de __________, y volvió a cruzarse las solapas tal y como ella las había colocado.

—Y tú sabes que me gusta facilitarte las cosas, igual que me gusta disfrutar de tu compañía. Permite que te acerque y charlamos en el coche —pidió sin rogar—. Hace unos cuantos días que no lo hacemos. No me has contado qué ocurrió con ese cliente que enciende los puros con billetes de quinientos euros.

__________ soltó una carcajada mientras otra racha de viento le cubría la cara con su propio cabello.

—Creo que exageré un poco. —Atrapó la melena con sus manos, la enrolló y la metió bajo el cuello de su abrigo—. Seguro que no va por la vida quemando dinero, sino gastándolo en lo que le gusta.

—¿Me lo cuentas en el trayecto? —preguntó con una cautivadora sonrisa.

__________ aceptó. Los ratos que pasaba junto a él eran siempre especiales. Charlaban, reían. Él sabía cómo hacerla sentir bien y eso le convertía, a sus ojos, en un hombre casi perfecto.

Era su primer día de trabajo. Nada más salir de casa había sentido el frío helador en el rostro y en la desprotegida cabeza, pero al menos no llovía ni parecía que fuera a hacerlo en las siguientes horas. Sin embargo, el viento soplaba recio y, según le había dicho su recién estrenado jefe, debían extremar las precauciones porque las jornadas como esa podían resultar peligrosas.

Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora