10
Le sudaban las manos al sacar la llave de dientes limados de su bolsillo. Tenía el presentimiento de que algo iba a salir mal. Eran las seis y media de la tarde. Si __________ era fiel a sus costumbres no llegaría a su casa hasta las ocho, y él necesitaba apenas unos minutos para comprobar si el método de Rodrigo servía en esa cerradura. Pero nada de cuanto se decía le daba la suficiente tranquilidad.
Primero había probado con el portal. La oscuridad de la tarde le había ayudado a mantener la calma. Había caminado despacio, buscando alcanzar su objetivo cuando el tramo de calle se encontrara desierto. Todo había ido bien, pero ahora era diferente; estaba dentro, en el rellano, el último lugar del mundo en el que podía ser descubierto.
Volvió a ordenarse serenidad. La tranquilidad y la rapidez eran sus principales bazas para salir bien de semejante locura. Introdujo la llave en la ranura y resopló aliviado al ver que encajaba. Se frotó las palmas de las manos en las perneras de sus vaqueros negros. Respiró hondo y sacó el mechero de un bolsillo de la cazadora. Golpeó la llave con firmeza y, casi al mismo tiempo, la giró. El cerrojo cedió y la puerta se abrió unos centímetros. Sonrió a pesar de que la tensión le tenía agarrotados todos los músculos. La hora de la venganza estaba un poco más cerca.
Empuñó la manilla dispuesto a alejarse cuanto antes. Pero se quedó inmóvil recordando todo el tiempo que le había costado a __________ llevarle a ese piso. Entonces no le pareció extraña su actitud. Pensó que temía perder su independencia, enamorarse hasta el punto de necesitarle para siempre. No le importó que se resistiera tanto. Lo consideró una prueba de que terminaría amándole con la misma loca intensidad con la que él la amaba. No supo ver que no estaba en sus planes permitirle entrar a formar parte de su verdadera vida. Por eso no vio nada extraño en que de pronto cambiara y le pidiera que la acompañara a esa casa. Entonces le pareció la rendición definitiva al amor que sentía por él: le mostraba el lugar en el que vivía y le abría las puertas para que él entrara cuando quisiera.
Después, cuando cayó el telón y ella dejó de fingir, eso pasó a ser una de las muchas preguntas para las que nunca encontraría respuesta.
«Tampoco las necesito», pensó furioso, al tiempo que cerraba para salir de allí.
La puerta del ascensor se abrió a su espalda. Soltó la manilla, guardó la llave y el encendedor en un bolsillo y se volvió despacio, para comprobar si debía inventarse una explicación o podía irse sin más problema.
Una sensación gélida le recorrió las venas. La sonrisa que comenzaba a dibujarse en su boca se transformó en una mueca burda; nada, comparado con el gesto de sorpresa que descompuso el pálido rostro de __________. Mirándola, Justin supo que debía explicar su presencia allí antes de que ella comenzara a sospechar algo extraño.
—Como no estabas ya me iba. Quería... —Se detuvo. Había empezado a hablar sin saber qué decir—. Creo que... que es muy probable que el otro día me salvaras realmente la vida. —Se frotó los músculos agarrotados de la nuca mientras seguía improvisando—. Debí... agradecértelo. O al menos no debí comportarme de un modo tan grosero.
__________ sonrió nerviosa. Retorció entre los dedos la correa de su bolso mientras sus ojos brillaban, dichosos y atónitos; estaba ante la oportunidad que no pensó que tendría.
—Gracias... —dijo con voz temblorosa, pero Justin ya comenzaba a bajar la escalera—. ¡Espera! Hay algo que quiero decirte.
Él se detuvo y se volvió despacio. Los peldaños que había descendido dejaban sus rostros a la misma altura.
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Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)
Roman d'amourUna historia de misterios, amor y dolor que os irá enamorando poco a poco...